Tras dos fracasos consecutivos, "Beyond the forest" y "Lightning strikes twice", bastante injustos en mi opinión, sobre todo en lo referente a la segunda de ellas, King Vidor hace en 1951 la película más arriesgada de su carrera, "Japanese war bride".Las mieles de sus triunfos en los 20 y 30 quedaron atrás. Desde la posguerra, su carrera, en contraste con el crecimiento imparable de los que habían sido sus iguales o incluso quienes habían permanecido antes a la sombra de su emblemática figura, no se relanzaba. Imposible de etiquetar como moderno - como DeMille, Capra, McCarey o Borzage, que corrieron parecida suerte - no con más de 50 años, no sin poder vincular su cine al de Orson Welles, de ninguna manera si seguía en esa clave de melodrama "pasado de moda", Vidor no se había "especializado" definitivamente en ninguna de las corrientes más caudalosas que atraían espectadores a las salas de cine. No había cultivado el pujante cine negro, ni se había decantado por los westerns ni por las comedias, como en algún momento hicieron Hawks y Ford, Curtiz y Walsh, que estaban llevando su cine poco a poco a otro nivel.Poco había jugado a su favor tampoco haber estampado su firma en "Duel in the sun", que parece que ha dejado mejores réditos a largo plazo a quienes participaron sin acreditarse, que de nada parecen haber tenido la culpa y que no son responsables de las atonías del film. Imagino que la controversia despertada por "The fountainhead" también lo dejó tocado, como a Capra la acogida de "It´s a wonderful life". Allí puso lo mejor de sí mismo y se encontró con un estéril debate ideológico que para nada ha servido a nadie. Capra tuvo que escuchar comentarios sobre el conservadurismo de su película, que, pecado mortal, tenía en cuenta el sacrificio y la bondad llevada al desprendimiento fácilmente tachado de bobalicón (y todavía no habían visto "Good Sam") cuando hablaba de la felicidad.Vidor, menuda sorpresa, encontró a su Howard Roark, uno de los personajes más admirables (y bien construidos) de su carrera tachado de naive, irreal Capitán América, un soñador incorrompible que simplemente no podía existir más que en la mente de un ingenuo. Para "Japanese war bride", de la que sólo me disgusta su título, que parece aludir a un concepto más que a una historia, Vidor vira hacia la más absoluta cotidianeidad, que tanto se había alabado (y olvidado ya) al hablar de alguno de sus más emblemáticos trabajos del mudo y acaba por desconcertar a todo el mundo. Como Cukor ese mismo año con "The marrying kind" (igualmente una de sus obras máximas), Vidor planta la cámara delante de un pequeño drama sin grandes pretensiones y en clave doméstica, sin actores de renombre: el secundario Don Taylor y Shirley Yamaguchi, que no era una estrella en Japón y no trabajaría más en Estados Unidos hasta que fue reclutada con buen ojo por Sam Fuller (que toma nota de este Vidor y "The crimson kimono" lo certifica), para "House of bamboo".
En los cines brillaban "Singing in the rain", "Distant drums", "Strangers on a train", "David and Bathsheba", "No man of her own", "The flame and the arrow", "All about Eve", "Where the sidewalk ends", "Winchester 73"... tan extraordinarias como alejadas (no tanto en realidad algunas de ellas si se miran con detenimiento) de lo que estaba pasando en la sociedad americana que encaraba una nueva década con el conflicto de Corea de fondo, aún sin poder desprenderse del recuerdo de la 2ª Guerra Mundial.
Pero recordar, en tiempos de paz, el recelo a todo lo que provenía de Oriente o aproximarse al panorama que esperaba en los pequeños pueblos a los que volvían de la guerra (sin postularse como "estudio" de integración de ex-combatientes: sólo hubo un "The best years of our lives") gustó ya bastante menos. Le había pasado a americanos como David W.Griffith y estaba a punto de sucederle a extranjeros como Fritz Lang.
El desencanto sin moralinas ni mensajes conciliadores que recorre los fotogramas de "Japanese war bride", que no termina con un fácil final feliz pero que tampoco se cierra en falso dejando los problemas planteados cómodamente en el aire y su retrato de la nueva América que venía, no debieron gustar mucho. Los films neorrealistas italianos habían sido admirados por su frescura... pero al fin y al cabo hablaban de miserias ajenas. Algunos plantearon asuntos parecidos de integración racial, pero con fecha de caducidad, como "Senza pietá" de Lattuada, que se apoyaba en la urgencia y el desespero o, ya en USA, "Bad day at Black Rock" de Sturges, pero nadie se podía dar por aludido con una historia así, que rápidamente posiciona "correctamente" a cualquier espectador, sin debates.
Tachada de racista, "Japanese war bride" es, sobre todo y como otra obra maestra desterrada, "My son John" de McCarey, una gran película sobre la por entonces todavía sagrada institución de la familia.Vidor presta una gran atención a los detalles, a los gestos y los tiempos de las acciones y en ese aspecto alcanza su cumbre de puesta en escena diáfana. El tema, las intenciones que nos dicen tuvieron o lo que un director sin duda creemos opinaría, han acabado orillando un buen número de películas poco vistas pero necesarias y que no fueron concebidas para resumirlas en un diccionario ni contarlas apresuradamente. Hay que verlas, dejarse llevar por sus imágenes hasta donde el gusto y la comodidad nos permitan. "Japanese war bride" es una de esas películas.Hay que ver cómo la diminuta Tae da un masaje a su desconfiada suegra y cómo esta le acaricia la mano al quedarse dormida, cómo vuelan los periódicos la tarde de domingo en que la envidiosa Fran se revela definitivamente, cómo Vidor prepara la escena del primer beso entre Jim y Tae, cómo están dirigidos los actores japoneses secundarios integrados ya como ciudadanos americanos, cómo desembala ella sus muñecas, símbolo de los recuerdos y la cultura que dejó tan lejos, cómo abre Vidor el plano de la fiesta de los Schafer desde la posición de una solitaria y centro de todas las miradas Tae, iluminada toda por una gran farola o cómo surge de la nada ese inolvidable close up cuando ella estalla en lágrimas tras ser acusada de algo que no ha hecho.
Y yendo a ese cargo principal del que se le acusa, yo no confundiría el imperialista y altivo racismo ni tampoco la intolerante e indiscriminada xenofobia con lo que claramente me parecen egoísmo y resentimiento (para colmo de un sólo personaje) hacia quien viene de fuera y ha logrado, sin usurparlo, quedarse con lo que sin ninguna razón creía propio, quizá porque es mejor que ella misma; ni con la indiscrección y falta de tacto para con alguien tomado por lo que no es sin conocerla ni pararse a preguntar nada; ni con la estupidez por parte del borracho que insulta patosamente en la fiesta a la chica llamándola geisha o con la envidia hacia la figura del viejo Hasagawa, próspero empresario, respetado a regañadientes por la comunidad, que no devuelve favores ni da las gracias por haber logrado alcanzar su posición... como cualquier americano.