Revista Opinión
El afecto profundo, el amor tierno y fuerte entre dos personas, es considerado por la Biblia como un bien imposible de pagar, como un tesoro preciosísimo. La elegía de David por su amigo Jonatán exalta la dulzura y el valor extraordinario de la amistad: “Tu amor era para mí más dulce que el amor de las mujeres” (2Sam 1, 26). Esta sentencia merece nuestra atención, a que demuestra cuán valioso y beatificante es el amor entre los amigos: produce mayor felicidad que el amor conyugal. Generalmente, el amor en el matrimonio es considerado como la forma más perfecta y más completa, como la expresión más profunda del don de sí mismo en el amor; en el matrimonio realmente se manifiesta el amor de forma plena, en cuanto que se tiene una comunión profunda, no sólo de los corazones, sino también de los cuerpos. Pues bien, David proclama que su amistad con Jonatán era más dulce y maravillosa que el amor conyugal.
En realidad, el amigo verdadero ama en todas las circunstancias, en la prosperidad y en la desdicha (Prov. 17, 17): “Un amigo fiel es escudo poderoso; el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, no hay precio para èl. Un amigo fiel es bálsamo para la vida, los que temen al Señor lo encontrarán” (Si 6, 14-16). En tiempos de infortunio los amigos consuelan, como sucedió en el caso de Job, probado duramente por el Señor (Job 2, 11). Por esa razón no hay que abandonar nunca al amigo (Prov. 27, 10; Si 9, 10), ni mucho menos engañarlo con mentiras (Si 7, 12); sobre todo, hay que estar en guardia para no traicionarlo por ningún motivo (Si 7, 18). El apóstol Judas Iscariote traicionó, por desgracia, a su amigo y maestro por dinero (Mt. 26, 14).
Dado el valor inestimable de la amistad, la pérdida de los amigos no puede menos de ser fuente de dolor y de tristeza. Job, además de las pruebas indescriptibles, de las desgracias de todo tipo y de la enfermedad horrenda, saboreó la amargura del abandono de los amigos, y por ello se lamenta: “Tienen horror de mí todos mis íntimos, los que yo amaba se han vuelto contra mí” (Job 19, 19). Análoga es la experiencia por la que atravesó el salmista: “Mis compañeros, mis amigos se alejan de mis llagas; hasta mis familiares se mantienen a distancia” (Sal 38, 12). “Alejaste de mí a mis amigos y compañeros, ahora mi compañía es sólo la tiniebla” (Sal 88, 19). Los sabios enumeran algunas causas de la pérdida de la amistad: la difamación (Prov 16, 28), la promesa no cumplida (Si 20, 23), la recriminación o el insulto (Si 22, 20), la traición de los secretos del amigo (Si 22, 22; 27, 16-21). En la historia de los primeros reyes de Israel encontramos la descripción del cambio de la amistad al odio debido a la envidia por el aumento de prestigio de la persona anteriormente querida. Saúl se aficiona a David cuando este joven llegó a su corte; él encontró benevolencia ante los ojos del rey (1Sam 16, 21). Pero cuando el hijo de Jesé comenzó a realizar hazañas admirables contra los filisteos para la salvación de Israel y todo el pueblo se puso a aplaudir al joven héroe, Saúl sintió envidia, se enfadó profundamente e intentó varias veces matarlo (1Sam 18,5), ya que lo consideraba como un rival, como un enemigo (1Sam 18, 29). En realidad, el amor puede transformarse en odio y es posible recibir mucho daño incluso de los amigos (Zac 13, 6).
Verdaderos y falsos amigos
En realidad, no todas las amistades se muestran profundas y auténticas, existen verdaderos y falsos amigos. Algunos profetas no dan la impresión de querer fomentar la amistad ya que exhortan a no fiarse de los amigos (Miq 7, 5) o hablan de sus emboscadas y de sus engaños arteros (Jer 9, 3; 20, 10). El Sirácida se muestra menos pesimista, aunque reconoce que existen amigos falaces (Si 33, 6), y exhorta a ser cautos en las amistades (Si 6, 17), a no fiarse del primero que llega y ponerlo a prueba antes de darle confianza, ya que algunos se muestran amigos sólo por conveniencia o por interés y pueden transformarse en enemigos con facilidad (Si 6, 7-12; 37, 5). El verdadero amigo no se revela en la prosperidad, sino sólo en la adversidad (Si 12, 8), en esa ocasión mostrará su piedad para con el amigo desgraciado (Job 6, 14). En efecto, hay amigos sólo de nombre (Si 37, 1), que en el tiempo de la tribulación se esfuman (Si 37, 4), sobre todo si la amistad tenía su fundamento en el dinero y el poder (Prov 19, 4.6). El amigo verdadero es un tesoro que no tiene precio (Si 6, 15), por eso su pérdida es causa de sufrimiento mortal: “¿No es una pena indecible cuando un compañero o amigo se torna enemigo?” (Si 37, 2).
Ese amargo cáliz de la traición a la amistad tuvo que saborearlo también el Hijo de Dios hecho hombre: uno de sus discípulos más íntimos, uno de los apóstoles, le traicionó; fue tal el dolor por este gesto infame, que Jesús se sintió profundamente excitado en su espíritu, cuando estaba para denunciar al traidor (Jn 13, 21).
Cómo conquistar y cultivar la amistad
El amor y la amistad tienen un valor incalculable, pero estos tesoros no llueven del cielo, sino que han de descubrirse, buscarse y conquistarse. Además, la flor maravillosa de la amistad, una vez que ha brotado y despuntado, necesita cultivarse. Los libros sapienciales contienen preciosas advertencias en este sentido, que no ha perdido absolutamente nada de su valor en nuestros días, después de más de dos mil años. He aquí las sentencias más significativas sobre este tema: “El que encubre la falta cultiva la amistad” (Prov. 17, 9); el que se comporta con humildad y modestia, encuentra gracia ante la mirada del Señor y es amado por los hombres (Si 3, 17); el que visita a los enfermos se sentirá querido por ellos (Si 7, 35), lo mismo que el que ayuda al necesitado (Si 22, 23). Por consiguiente, la amistad se conquista amando concretamente al prójimo.
El Sirácida exhorta a cultivar la amistad, haciendo bien al amigo y comprometiéndose en su ayuda (Si 14, 13). No hay que dar crédito a las murmuraciones contra los amigos, sino que hay que buscar la verdad, ya que a menudo se trata de calumnias (Si 19, 13); más aún, hay que defender al amigo (Si 22, 25), hay que aficionarse a él y serle siempre fiel (Si 27, 17). Finalmente, no hay que tener miedo de perder el dinero por el amigo (Si 29, 10); la amistad es un bien inmensamente superior a las riquezas materiales.
El gesto de la amistad: el beso
En la Biblia se habla a menudo del beso, el gesto que expresa amor. No sólo se besan los padres y los hijos (Gen 27, 26; 50, 1; Tob 10, 13), sino también los parientes: Jacob besó a su prima Raquel; Labán abrazó y besó a su sobrino (Gen 29, 13); Esaú corrió al encuentro de su hermano Jacob, lo abrazó y lo besó (Gen 29, 13), Jacob abrazó y besó a los hijos de José (Gen 48, 10); Moisés besó a su suegro Jetró (Ex 18, 7), lo mismo que Edna a su yerno Tobías (Tob 10, 13). Este gesto de afecto fue también el de Samuel con el joven Saúl, después de consagrarlo como rey de Israel (1Sam 10, 1).
Evidentemente, los besos deseados y dados sobre todo por los enamorados, por eso el Cantar de los Cantares se abre con esta expresión: “!Que me bese con los besos de su boca!” (Cant 1, 2). No existe otro gesto más dulce entre dos personas que se aman (Prov 24, 26), lo mismo que no hay monstruosidad mayor que el beso del enemigo (Prov 27, 6). Judas Iscariote se precipitó en este abismo cuando con un beso entregó a su amigo y maestro (Mc 14, 43-45).
El beso es realmente signo más normal de la amistad y del amor. Por esta razón Jesús reprocha a su anfitrión Simón por no haberle dado un beso y no haberle mostrado ningún amor, mientras que la pecadora cubrió de besos sus pies, revelando el amor profundo de su corazón al Señor (Lc 7, 45). Entre los primeros cristianos el beso era el gesto normal de saludo, de manera que Pablo termina algunas de sus cartas invitando a los fieles a darse el beso santo (Rom 16, 16; 1Cor 16, 20; 2Cor 13, 13; 1Tes 5, 26). En 1Pe 5, 14 encontramos la significativa expresión: “Saludaos mutuamente con el beso del amor fraternal”.
Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ediciones Paulinas.