Revista Cultura y Ocio

La antropóloga (1)

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Mary Hammond nació en el seno de una familia presbiteriana, en una granja en las afueras  de Saskatoon, Saskatchewan, y recibió, en consecuencia, una educación fundada en rígidos principios morales y en la lectura cotidiana de las Sagradas Escrituras. Sus padres habrían deseado que se dedicara a la teología, pero lo que despertaron en ella los relatos bíblicos fue el interés por las gentes y lugares mencionadas en el Libro. A menudo se preguntaba cómo sería el pueblo de Nod, del que hablaba el Génesis, los amoritas del libro de Josué o los filisteos a quienes derrotó el rey David. Así, al finalizar el high school, se matriculó en la universidad de Manitoba, Winnipeg, para estudiar antropología. Demostró ser una alumna aplicada, con clara vocación profesional y finalizó la carrera con excelentes calificaciones. Le interesaban especialmente las investigaciones sobre el terreno y, al graduarse, se trasladó a la selva Lacandona para realizar su doctorado sobre la etnia celtal de los mayas. Los pueblos, pensaba, debían ser examinados desde dentro, conviviendo con ellos para conocer sus costumbres, sus mitos, sus prácticas religiosas, su organización familiar y comprender, en fin, la totalidad de su cultura.

Sin embargo, al terminar la tesis y dada la dificultad de encontrar empleo en el campo de la investigación, miss Hammond hubo de dedicarse a la enseñanza para poder ganarse la vida. Durante varias décadas rodó por diversos institutos y universidades, privados o públicos, enseñando historia, arqueología, ciencias sociales o cualquier asignatura para la que su titulación la facultase, sin llegar a establecerse en ningún lugar con carácter permanente. Soltera empedernida, compaginaba la docencia con la pasión por el estudio y el conocimiento de las sociedades ancestrales, que son las que mejor conservan las raíces culturales de la humanidad, en especial los pueblos nómadas, relegados  a sobrevivir en entornos hostiles e inhóspitos. Así que aprovechaba sus largas vacaciones para viajar y documentar sobre el terreno sus investigaciones, como fue el caso de los navegantes melanesios de las islas Carolinas o el de los cazadores de focas del estrecho de Bering, de quienes escribió un tratado que tuvo la consideración de documento de interés público por el congreso del, todavía, Territorio de Alaska.


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