Revista Comunicación

La apacible irregularidad de Velvet

Publicado el 12 noviembre 2014 por Magik
Hace ya cuatro semanas que Velvet volvió con su segunda temporada y, la verdad, es como si nunca se hubieran marchado, pues nada ha cambiado. Sí, el triángulo amoroso ha digievolucionado a cuarteto con la incursión del perfectísimo piloto interpretado por Peter Vives, que está llamado a ser el pagafantas más buenorro de la historia, pero en realidad todo sigue igual.
De hecho, Velvet hace tiempo que se instaló en esa rutina amable, donde apenas pasa nada para dar vueltas a las parejas de siempre con los conflictos de siempre. ¿Eso es malo? No necesariamente.
El problema que sigue teniendo Velvet es lo sumamente irregular que es, como si fueran dos series distintas al mismo tiempo y sólo una funcionase de verdad. Velvet se ha apalancado en esa fórmula y, si no fuera porque la veo en directo, rebobinaría unas partes para disfrutar de las otras. Está claro que los guionistas no piensan cambiar de opinión, pues siguen apostando por ese drama romántico que, por más que quieran, no funciona, ni emociona, ni nada.
La apacible irregularidad de Velvet
Ni siquiera intentan redimir un poco a esa horrible pareja protagonista, que sigue como se fueron: sosos a rabiar. Ana ha salido, de momento, algo más beneficiada, pues su actitud es mucho más comprensible ahora: desea olvidar a Alberto, iniciar una nueva vida y Carlos parece el candidato perfecto para lograrlo.
Otra cosa es que Carlos no es precisamente un buen fichaje, al menos de momento, pues su personaje no puede ser más plano y Peter Vives tiene con Paula Echevarría la misma química que tendrían dos alcachofas. Lo que viene a sucederle siempre a esta muchacha, para qué mentir. Sin embargo, el señor Vives está monísimo con su uniforme de piloto y su sonrisa de Ken perfecto. Habrá que ver si tanta perfección es cierta o no, algo que me imagino que sí que será así, pues Velvet es una serie tan blanca que, en realidad, es transparente, sin trampa ni cartón. Pero, vamos, que, al menos, aunque no emocionen, ni me gusten, ni nada, al menos no molestan.
No así Alberto, el personaje más odioso de la serie y al que más ganas dan de abofetearle a ver si crece de una vez. Como bien señala el personaje de Juana Acosta en el cuarto episodio, él se ha labrado su propio destino, algo que debería asumir en vez de llorar por las esquinas. Porque el discurso victimista de este hombre no hay quien lo compre: el universo no confabula contra él, es que es la persona más imbécil e inútil del mundo. ¿Qué Enrique le está puteando en la empresa? Cierto, pero fue él quien le sirvió las galerías en bandeja de plata, al igual que fue él quien se casó con Cristina.
La apacible irregularidad de Velvet
Por cierto, la pobre Cristina cada día me da más pena. La muchacha es una pazguata ilusa que no ve la realidad de su esposo, pero es todo corazón y leal a un Alberto que no se la merece. En cuanto Raúl le abre los ojos sobre su hermano, la reacción instintiva de Cristina es ir a advertir a su marido y, luego, se las apaña para solucionar en cero coma la situación y, oye, sin llorar por las esquinas, maldecir o pasarse la noche en la oficina de puro ataque de huevitis.
Me toca mucho las narices el continuo desprecio de Alberto hacia Cristina, sus malas contestaciones y como paga con ella absolutamente todo. Es hasta violento de ver lo sumamente desagradable que es con Cristina, cuando ella no ha hecho nada. Sí, le ha costado abrir los ojos hacia su hermano; también se calló lo de Raúl durante la luna de miel, pero eso no es nada si tenemos en cuenta la estafa planeada por Alberto y Ana de hacerle creer que él se iba a casar, cuando sólo querían conseguir el dinero de la familia Otegui. Pero, oye, que él se ofende como si Cristina fuera el mal encarnado.
Qué horror de personaje. En serio.
Mucho más interesante es su hermana Patricia, el único personaje que, hasta ahora, se ha librado de estar atado a una historia amorosa. Sí, mantiene una aventura con Enrique, pero a Patricia no la mueve el amor ni la pasión, sino el demostrar que es independiente y capaz, algo que lo hizo de sobra al conseguir el cuarenta por ciento de la empresa.
La apacible irregularidad de Velvet
Patricia ha sido la única que ha dado algún golpe de efecto que otro y, la verdad, me resulta muy estimulante su nueva posición en la empresa. Si ya demostró que podía ser una gran vendedora, además de un personaje que no formaba equipo con nadie y que su lealtad era únicamente para sí misma, ahora la tenemos como factor impredecible en la dirección de las galerías. Espero que la junten con Raúl de la Riva, porque Raúl es grande y podrían dar muy buenos momentos juntos.
Tampoco me importaría que fuera ella quien se hiciera con las riendas de las galerías. Lo dudo mucho, pues la incorporación de la madre de Alberto seguro que trae, junto al encargo de los uniformes de las azafatas, que éste recupere el control. Pero, bueno, que por imaginar, no quede.
De la historia de doña Blanca y Max no voy a hablar porque me aburre, aunque sí que me alegra que a ella le hayan dado esa rivalidad tan simpática con la madre de Alberto. Las escenas distendidas funcionan muy bien en Velvet, les queda muy bien ser simpáticos, como bien demuestra esa escena en la que don Emilio riñe a las dos como un maestro a dos niñas. Espero que con la incursión de la madre en las galerías, como segunda jefa de taller, le den más cancha a estos tres personajes, que hasta ahora han tenido muy poco papel y servido más de contrapunto de otros personajes que otra cosa.
La apacible irregularidad de Velvet
Algo que, poco a poco, están haciendo con Luisa, a la que no sólo le han aliviado el luto, sino que le han dado una trama mucho más alegre. Ha molado mucho verla en la radio, disfrutando con la canción y ganando, además. Imagino que el primo de Pedro que llega el próximo episodio (el adorable Llorenç González) vendrá para enamorarla, de lo que no me voy a quejar, porque la pobre Luisa bastante ha penado ya.
Y, a todo esto, Velvet sigue dando lo mejor de sí misma con los mismos cuatro personajes de siempre: Rita, Pedro, Clara y Mateo. Son los personajes más graciosos y sus actores son los que suelen adueñarse de los episodios y las escenas: el tercer capítulo fue el de Mateo, con un Javier Rey todavía más sembrado de lo habitual, al igual que el primero fue el de Pedro con su regreso de Alemania.
Los cuatro están dando auténticos momentazos en todos los episodios. Además, los guionistas están sacando partido al hecho de que Rita y Clara son hermanas, ya que además de darnos escenas de ellas ejerciéndolo (estupenda en la que Clara intenta introducir a Rita en el mundo del sexo), también nos han empezado a dar escenas de Rita con Mateo, lo que es muy guay. Ha sido muy gracioso ver a Mateo dando clases a Luisa por orden de Clara, también el que las haya acompañado a la radio; todo ello mientras sigue con su particular tira y afloja con Clara con demasiada experiencia, que está en su mejor momento al estar ambos igualados al fin.
La apacible irregularidad de Velvet
Hasta la historia de Pedro y Rita, pese a lo desesperante que es, es graciosa. Cada vez que a Pedro le entran esos ataques surrealistas de inventarse cosas con su ex, yo me río tanto como que quiero matarlo. En serio, Pedro, what's wrong with you? Sólo espero que en el siguiente episodio, sea capaz de hablar con Rita de verdad, no con esas paranoias que le asaltan últimamente. Porque Rita no se merece caer en las redes de Adolfo, que menudo fiasco a resultado ser, el muy capullo.
Pero, vamos, que sus idas y venidas son de lo mejorcito de Velvet, como siempre, y la razón por la que sigo viendo la serie religiosamente. Además de porque Raúl de la Riva está de vuelta, ¡qué ganas de verlo en acción, en serio!

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