El nacionalismo se define como aquella ideología moderna e indisolublemente relacionada con el estado que surge con las revoluciones liberales, con el paso del feudalismo al capitalismo, con la formación de los mercados nacionales y con la afirmación de comunidades políticas (estados-nación) junto, y a veces frente, a otras comunidades políticas estatales.
Esta definición, no obstante, apareció con las revoluciones norteamericana y francesa y lo que pretende es ligar el concepto de nación a la afirmación del conjunto del pueblo como sujeto de la soberanía política del estado en contraposición del monarca o de los estamentos. Es decir, se relaciona con el “nacionalismo liberal” que vincula las ideas de ciudadanía y progreso, y que el motor ideológico de la legitimación del estado es la idea de pertenencia a una nación y ya no la lealtad a un monarca.
No obstante, la definición de nación, entendida como el conjunto de personas que tiene características identitarias propias, tal y como la UNESCO definió en 1989 (historia, raza o etnia, religión, cultura, lengua, religión o ideología, territorio, economía…), que habita en un espacio geográfico concreto o al menos lo tiene como referencia, y que tiene conciencia de grupo y la voluntad de definirse como tal, diferenciándose de otros, no habla de esa “legitimación del estado”.
Es por eso que con el idealismo y el romanticismo alemán (con Fichte como su mayor propulsor) pasó a considerar la nación, no como una realidad cambiante y producto de la voluntad racional de los ciudadanos, sino como una realidad esencial construida a lo largo del tiempo por un pueblo con unos rasgos comunes e inmutables en lo esencial, haciendo destacar la lengua y las tradiciones institucionales. Además, este nuevo concepto de nacionalismo pasó a considerar que lo que importa no son los individuos, sino el pueblo, que comparte un único espíritu.
De esa manera nació el concepto de “nación cultural”, que nació en pueblos sin estado y que es una respuesta al cosmopolitismo abstracto y unificador del pensamiento racionalista. Además, fue una reacción contra el uso del liberalismo para justificar las invasiones y el expansionismo napoleónico. Se oponía al concepto de “nación política” por esa razón. Por otro lado, uno de los elementos esenciales del nacionalismo cultural pero además del propio concepto de “nacionalismo” en sí es que no se plantea cómo gobernarse, sino quién era el grupo que debía autogobernarse.
Así, surgieron gracias a este concepto muchos movimientos nacionalizadores por parte de pueblos que formaban o no parte de un estado o de una colonia. Especialmente destacaron en aquellos países descolonizados o en los que se habían insertado comunidades distintas e incluso enfrentadas (antes o a consecuencia de esto) en un mismo estado, como ocurrió con la descolonización de África. Esto se aplicó justificándose mediante el concepto de “nación jurídica”, que creía que habría entendimiento, o al menos un no enfrentamiento entre ellos, pero esto no se cumplió, y si se hizo resultó ser por un proceso de nacionalización de toda la vida cotidiana (lengua, educación, religión…).
Actualmente, la Ciencia Política se ha encargado de estudiar también los nacionalismos fenómenos nacionalitarios actuales, y no sólo en los surgidos entre los siglos XVIII-XIX, y XIX-XX (anticoloniales especialmente). De esa manera, se han encargado de estudiar los nacionalismos infraestatales dentro de un estado llamado plurinacional, los procesos de nacionalización en estados independientes, los nacionalismos fundamentalistas de respuesta a los nacionalismos anticoloniales, y finalmente, las minorías nacionales o los nacionalismos surgidos por el irredentismo.
La apatridia como fenómeno oculto y subyacente
Estos fenómenos han hecho surgir así nuevos conceptos dentro del estudio de los “nacionalismos”. Uno de ellos, y que destaca mucho por su expansión a la vez que por el fuerte desconocimiento por parte de la sociedad, es el fenómeno de la apatridia.
La apatridia es el fenómeno por el cual una persona (normalmente se entiende en un sentido comunitario) o una comunidad que no están unidas a ningún Estado, es decir, no tienen vínculo de nacionalidad y no son reconocidos por ningún país legalmente. La apatridia es poco conocida en la vida cotidiana por los habitantes de los países desarrollados, pero en los cinco continentes esta injusticia tiene lugar. Significa que una persona no tiene nacionalidad, no pertenece a ninguna nación legalmente, y en consecuencia, vive sin derechos: por ejemplo, la imposibilidad de conseguir un trabajo, la prohibición de matrimonios entre etnias, razas e incluso religiones, etcétera.
Estos rasgos pertenecen al llamado “apátrida de iure”, pero también otro tipo: el apátrida de facto, que significa que la persona no es rechazada por la legislación, pero sigue sin sus derechos fundamentales (civiles y humanos), ya reconocidos desde el liberalismo, ni tampoco con los derechos políticos y sociales.De acuerdo a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y la mayoría de las naciones, todos somos ciudadanos. Sin embargo, muchas comunidades humanas han estado sufriendo el efecto de este fenómeno, que ha desvirtuado su definición como sujetos con la soberanía política, o al menos con derechos, y no se les concibe como “ciudadanos”.
Esta realidad social es producida por innumerables causas, pero las más importantes son:
- Surgimiento de un nuevo país tras la desaparición de otro (un ejemplo es Estonia, en donde hay un gran grupo de rusos sufriendo la apatridia desde el momento de la disolución de la Unión Soviética).
- Asentamiento de un grupo social en un área fronterizo o transfronterizo, de modo que no es reconocido por ninguno de los países incumbidos.
- Ausencia de registro de nacimientos por errores administrativos del Estado, o por el desconocimiento de dicho hecho (especialmente en áreas poco desarrolladas).
- Renuncia a una nacionalidad sin haber adquirido otra. Es un caso inusual: ocurre en ocasiones ante refugiados políticos o personas que escapan de una nación por causas ideológicas, sociales (algunos disidentes cubanos tras la Revolución cubana de 1959 eran apátridas de facto: no tenían derechos en el país), e, algunas veces, climáticas (cuando hay un desastre natural en un país y las personas se van).
- Rechazo a una minoría étnica por causas diversas: religiosas, políticas, social, étnicas, lingüísticas, forma de vida…
Destaca esta última circunstancia, sobre todo en aquellos países poco desarrollados o que tienen tradicional, normalmente basada en preceptos religiosos, donde hay fundamentalismos o en los que hay etnias enfrentadas (llegando o no al conflicto directo) en los que hay una de ellas dominante y que mantiene el control de los recursos políticos, económicos y culturales.
El caso de los rohingya en Birmania
Para entender este fenómeno, hablaremos de un caso muy polémico, pero en algunas áreas del mundo poco conocido: la historia de los rohingya. Los rohingya son una comunidad étnica musulmana que viven en Birmania (República de la Unión de Myanmar), cerca de Bangladesh, cuyo asentamiento en la antigua Arakán fue hacia el siglo VII por comerciantes de la actual Mongolia, países árabes y Bengala (dividida entre Bangladesh y la India). Sin embargo, las mayores migraciones fueron a partir del siglo XIX con la ocupación británica.
Los rohingya fueron privados de ciudadanía en 1982 por Birmania, debido a las diferencias étnicas, pero también religiosas (son musulmanes, en concreto suníes, mientras que la religión mayoritaria de la región, Rakhine, es el budismo). Otra razón más relativamente cercana a la actualidad es la colonización británica: estos europeos esclavizaron y fueron violentos con esta comunidad (y a los rohingya que había en la India británica y que trasladaron a Birmania). Otro factor fue la contratación con salarios paupérrimos y largas jornadas de trabajo de personas de este grupo en la administración colonial o en el comercio, lo cual dio lugar a un rechazo por parte de los autóctonos de la zona. Como justificación a este rechazo, los tratan como “inmigrantes bengalíes”.
Así, desde ese año, los rohingya tuvieron que sobrevivir sin ningún tipo de ayudas, oportunidades ni servicios: sin asistencia sanitaria, con impuestos elevados y trabajos forzosos, y con restricciones para el matrimonio, acceso a la educación, desplazamientos por el país y el trabajo, y ejecuciones extraoficiales, entre otras consecuencias negativas. Otros aspectos son las políticas de Rakhine, que marcan un máximo de dos hijos por mujer musulmana rohingya, las cuales tienen mayor desatención médica y muchas sufren abusos sexuales y violencia: es una planificación familiar con el propósito de controlar esta población. Todas estas acciones van en contra de las disposiciones erigidas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, y en la DUDH (Declaración Universal de los Derechos Humanos) de las Naciones Unidas en 1948.
Bandera de los rohingya
Esta violación a los derechos humanos ha provocado que muchos rohingya se hayan sentido obligados a exiliarse de Birmania como medio de supervivencia. Debido a su falta de recursos, han debido refugiarse en los países vecinos (especialmente Bangladesh, India, Tailandia, Malasia, e Indonesia) que, tanto por el temor a conflictos diplomáticos e internacionales como por el rechazo de algunos de ellos a esta comunidad, han impedido dicho traslado. En este aspecto, Bangladesh ha sido el país que ha recibido más rohingya (por la similitud del idioma) y que los ha tratado con más dureza, ya que les obligan a pagar por entrar, para luego a muchos enviarlos a regiones precarias, o devolverlos de nuevo a Birmania, porque Bangladesh y el resto de naciones insiste desde hace muchos años al gobierno de Birmania formado por militares en que finalicen los abusos. Una de las razones de esta presión es que la falta de voluntad para acogerlos, pues se niegan a establecer medidas y leyes que legitimen su consideración de “refugiados” y las ayudas y protección correspondientes.
En consecuencia, esta limpieza étnica que muchos llaman “apartheid” y que ocurre desde hace veinte años, ha producido tanto acciones rebeldes violentas a través de la formación de grupos armados de algunos rohingya, como el debilitamiento de esta comunidad indefensa, sobre todo de mujeres y niños/as. Actualmente este debilitamiento se ha visto aún más presente, ya que tras 30 años sin ningún censo realizado en Birmania, el país iba a hacer uno y existió la posibilidad de que los rohingya no estuvieran incluidos en él, lo que supondría un delito grave dentro del derecho internacional: un etnocidio. Esta infracción daría lugar a una disminución de oportunidades y del desarrollo personal y comunitario de sus miembros que impide el acceso a una adecuada calidad de vida y a muchos otros derechos como la tolerancia religiosa o la asistencia sanitaria, o un mero trato igualitario en Birmania, como si fueran extranjeros, tal y como se marcó en la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas en 1954 por la Organización de las Naciones Unidas, concretamente en el artículo 7.
De esta manera, para combatir estas injusticias, organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas y sus organismos dependientes, especialmente ACNUR, Human Rights Watch y otros, están intentando hacer acuerdos con el gobierno para permitir la llegada al país de ayudas tanto físicas como monetarias, y han conseguido, según las promesas del gobierno birmano, la inclusión de la sociedad dentro del censo.
En conclusión, la apatridia es un fenómeno social que afecta a toda la Humanidad no sólo porque esté extendido temporal y espacialmente, sino porque además de afectar a sus víctimas, también afecta al resto de personas que conviven o no con ellos. De ese modo, la necesidad de organizaciones supranacionales y de una “gobernanza” de lo global es esencial para atenuar los conflictos dentro de un país, o entre varios Estados para garantizar la libertad y la igualdad de sus habitantes, y así, su paz y seguridad. Por tanto, los nacionalismos son una forma de expresión que garantiza esas libertades, y de ahí la necesidad, no sólo de entender esos nacionalismos, sino también de establecer varios tipos de medidas para satisfacer las necesidades de éstos y de su alrededor, y garantizar el bienestar, pero nunca recurriendo a políticas de supresión, como la asimilación fuerte o débil, la limpieza étnica y especialmente el genocidio. De esa manera, formas de llegar a acuerdos respecto a los nacionalismos en general, y a la apatridia en particular, son los federalismos, la secesión o la consociación, o el acogimiento de estas comunidades apátridas en territorios concretos al modo de los “mandatos” bajo el derecho internacional.