El hambre, la escasez de los alimentos necesarios para la supervivencia en una sociedad de forma prolongada y generalizada, es un mal que ha acompañado al desarrollo de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Las causas son diversas y se les ha prestado mayor o menor atención en función del momento histórico y del paradigma dominante. Algunas de las explicaciones más ligadas a la propia naturaleza atribuyen la cuestión a factores demográficos, catástrofes naturales o al propio clima. Una explicación más economicista se centraría sobre todo en las desigualdades generadas por la economía de mercado. Otro factor a considerar sería la falta de voluntad política real para atajar la cuestión, tanto por parte de los dirigentes de los países más afectados por el hambre como de los países desarrollados en general.
Por otro lado, las consecuencias del hambre trascienden el coste humano que suponen. El hambre y la pobreza son conceptos interrelacionados que ejercen como catalizadores de la inestabilidad política, la propagación de enfermedades, la destrucción del medioambiente y los conflictos armados. Frente a esta lacra, y como elemento subyacente a los diferentes paradigmas que abanderan la lucha contra el hambre, se ha consolidado el derecho a la alimentación como una máxima incuestionable en el marco de la cooperación para el desarrollo de los pueblos. En la actualidad se producen alimentos suficientes como para alimentar a toda la humanidad, por lo que cabe preguntarse cómo es posible que aún no hayamos solucionado esta situación. La paradoja se agrava si consideramos no solo a quienes pasan hambre, sino a quienes sufren malnutrición.
En 2015 más de 800 millones de personas carecieron de alimentos suficientes, es decir, más de 800 millones de personas en el mundo pasaron hambre. Esta cifra representa aproximadamente a 1 de cada 8 personas, la mayoría de ellas en países en vías de desarrollo según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Si bien Asia es donde encontramos más individuos en términos absolutos, con dos tercios del total, en términos relativos es África el continente que ostenta el mayor porcentaje de la población con hambre con 1 de cada 4 individuos. La triste realidad es que a pesar de los esfuerzos que diversas organizaciones, empezando por Naciones Unidas, vienen realizando, la solución no parece estar cerca. ¿Cuál es el origen y cuál es la solución del hambre en el siglo actual?
Así han cumplido los distintos países los objetivos para con la erradicación del hambre. Fuente: FAOLucha de paradigmas: de la seguridad alimentaria a la soberanía alimentaria
La Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión en el modelo productivo capitalista. Como resultado del estándar económico de índole keynesiana mejoraron las políticas de desarrollo social y se consolidó la responsabilidad del Estado en la promoción del bienestar. Tras la contienda se materializó una idea que venía fraguándose desde principios del siglo veinte en torno a la promoción de la alimentación y la erradicación del hambre. Fue así como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) se convirtió en 1945 en el organismo especializado en la cuestión de dicha institución. Desde entonces se ha consolidado como la institución por excelencia en la lucha contra el hambre, con más medios y más consolidada. Sus objetivos principales son la erradicación del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición, así como la eliminación de la pobreza y la promoción del desarrollo de los pueblos. Como elemento añadido, la organización ha pretendido constituirse como un foro de debate sobre el desarrollo de políticas públicas relacionadas con la lucha contra el hambre, así como en un espacio de intercambio de experiencias y experticia.
Dos décadas después del lanzamiento de la FAO la sociedad internacional se encontraba a las puertas del proceso de globalización en un mundo cada vez más interconectado. Los años setenta supusieron un punto de inflexión en el desarrollo histórico del capitalismo. La crisis del petróleo de 1973 arrastró consigo una caída de la demanda occidental de materias primas producidas en los países exportadores, muchos de ellos dependientes económicamente de la exportación exclusiva de uno o varios productos. Una de las consecuencias más trascendentales de la crisis fue la paulatina adopción de un nuevo modelo económico que quebró el acuerdo keynesiano de posguerra y terminó por configurar un proceso de globalización sobre la base del neoliberalismo. Es en este contexto cuando toma forma la “seguridad alimentaria” como paradigma hegemónico en la lucha contra el hambre en la Conferencia Mundial de la Alimentación (Roma, 1974).
Habrá que esperar hasta la Conferencia Internacional de Nutrición (Roma, 1992) y la Cumbre Mundial de la Alimentación (Roma, 1996) para que el compromiso y la preocupación por el hambre y la malnutrición como problemas a resolver de cara al nuevo milenio se consoliden. La primera conferencia fue organizada en conjunto por la FAO y la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dio lugar al compromiso de los gobiernos a luchar contra la malnutrición y todos los problemas derivados de la misma. Dos años después, la Cumbre Mundial de la Alimentación contó con la presencia de 186 Jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo y dio lugar a la Declaración de Roma sobre la Seguridad Alimentaria Mundial, que afirma que “la seguridad alimentaria existe cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana”.
Si bien la Cumbre de 1996 consolidó la seguridad alimentaria como concepto más institucionalizado, también supuso el surgimiento de un nuevo paradigma, el de la “soberanía alimentaria”, como respuesta anticapitalista que trasciende el mero acceso a la alimentación. El concepto fue introducido por Vía Campesina en el Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria, que fue organizado en paralelo a la Cumbre y tuvo como objetivo aunar a la sociedad civil organizada en cuestiones de alimentación y agricultura. Vía Campesina (Yakarta, 1992) es un movimiento campesino altermundista que coordina a organizaciones, productores y personas dependientes directamente de la gestión de la tierra a nivel internacional. Está formado por 164 organizaciones de 73 países de todos los continentes y trabaja por el desarrollo local sostenible y el bienestar del mundo rural. La soberanía alimentaria como concepto defiende un marco favorable para los productores y trabajadores de la tierra, la sostenibilidad del medioambiente y el desarrollo local de los territorios, así como la capacidad de decisión de los pueblos sobre su propia alimentación en un contexto global en el que es necesaria la cooperación tanto a nivel institucional como por parte de la sociedad civil.
Para ampliar: “La voz de las campesinas y de los campesinos del mundo”, Vía Campesina
La gran apuesta del milenio con un objetivo común: el derecho a la alimentación
En el año 2000 la Declaración del Milenio en el marco de las Naciones Unidas lanzaba los Objetivos del Milenio (ODM), ocho propósitos que tomaron como referencia el desarrollo humano para hace frente a los mayores retos de la humanidad en los años venideros: la erradicación de la extrema pobreza, el acceso a la educación primaria universal, la promoción de la igualdad, la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud maternal, la lucha contra el VIH/SIDA, la sostenibilidad medioambiental y la apuesta por una asociación mundial por el desarrollo. El primero de los ODM contemplaba tanto la reducción de la extrema pobreza como la lucha contra el hambre debido a su interrelación. Quince años después, los Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) han tomado el relevo con unos resultados para unos ODM con sabor agridulce. En lo que al hambre y se refiere, es cierto que a día de hoy los países más vulnerables a las hambrunas o a la desnutrición se encuentran en condiciones más favorables frente a éstas, sobre todo en América Latina y Asia Central. No obstante, tal y como hemos visto anteriormente, los afectados en todo el mundo ascienden a 800 millones. Es precisamente su consideración como una mera cifra y no como seres humanos uno de los grandes obstáculos para resolver el problema.
La situación actual del hambre en el mundo y en América Latina. Fuente: EFELos ODS buscan consolidar la apuesta de la Declaración del Milenio con unas metas más plausibles que los objetivos anteriores. El segundo de los nuevos propósitos recoge el “hambre cero” como objetivo, así como la apuesta por una agricultura sostenible, el acceso a la tierra y la inversión en infraestructuras y tecnología, con una proyección hacia el año 2030.
Trascendiendo el ámbito más institucionalizado, la organización social en pro de la soberanía alimentaria ha continuado su expansión adquiriendo experiencia y sumando socios. Si el germen del movimiento descansaba precisamente en las organizaciones campesinas, a día de hoy se ha diversificado y atañe a todos los sectores relacionados con la gestión de la tierra y el medioambiente, así como a aquellos concienciados con el desarrollo sostenible frente a la lógica neoliberal.
La soberanía alimentaria no busca únicamente resolver el hambre en el mundo, sino aportar una respuesta holística que ataña también al modelo productivo actual. Al igual que la seguridad alimentaria, considera el derecho a la alimentación como un Derecho Humano fundamental. Como base para su cumplimiento aboga por una reforma agraria que garantice el acceso a la tierra de los campesinos, así como unas condiciones dignas para su labor. Por otro lado, apuesta por la protección de los recursos naturales y la reorganización del comercio de los alimentos, priorizando los canales cortos y el localismo, en la medida de lo posible, como herramientas para luchar frente al cambio climático. Por último, como elementos subyacentes, el control democrático de la producción se convertiría en un elemento fundamental para la consecución de la paz social y la convivencia en una sociedad más igualitaria. En este sentido, frente a la privatización transnacionalizada de la tierra, es decir, frente a la apropiación de la misma por parte de las empresas multinacionales, la soberanía alimentaria apuesta por un cambio de perspectiva que trascienda la globalización del hambre y favorezca el desarrollo de las comunidades.
Para ampliar: “Soberanía alimentaria y cambio climático”, Vía Campesina
Las acciones llevadas a cabo desde el paradigma de la soberanía alimentaria son muy diversas y han ido ganando terreno con el paso de los años hasta profesionalizarse. A las iniciativas más modestas se les han sumado políticas públicas que comienzan a contemplar, si no todas, algunas de las dimensiones de la soberanía alimentaria. América Latina es la región que más ha avanzado en la materia en países como México, Costa Rica, Ecuador o Nicaragua. En otros países, como Brasil o Perú, han sido las propias comunidades rurales las que han optado por un modelo local y cooperativo para alcanzar un desarrollo sostenible. Acciones más pequeñas han dado lugar a la creación de huertos urbanos o cooperativas de agricultores, también en Europa, donde se han creado redes de proximidad incluso en las grandes capitales. Algunas de estas iniciativas han sido impulsadas por la sociedad civil, mientras que otras han obtenido respaldo institucional.
Para ampliar: “Perú: los campesinos de CNA construimos Soberanía Alimentaria desde nuestros territorios”, Vía Campesina
De la contraposición a la unidad en la lucha contra el hambre
El hambre mata cada año a más personas que el SIDA, la malaria y la tuberculosis en conjunto. La forma de abordar la cuestión parte de diferentes perspectivas que podemos dividir en dos grandes apuestas: una representaría el enfoque más institucional, mientras que la otra partiría de la organización social. Ambas perspectivas representan dos caras de una misma moneda, distintos medios y herramientas para un objetivo similar. Cabe preguntarse, dadas las circunstancias, cuánto dependen la una de la otra y hasta qué punto la conjunción de sus esfuerzos puede ser la clave para solucionar una de las mayores lacras de nuestro mundo.
La soberanía alimentaria se ha consolidado en los últimos años como alternativa al paradigma hegemónico. Hoy, el debate más candente se encuentra en la posible complementariedad de ambas concepciones. Frente a la disparidad conceptual, que en ocasiones puede inducir a confusión e incluso evidenciar la falta de pragmatismo de la división, el compromiso tanto institucional como social es fundamental en la medida en que la base, el derecho a la alimentación, se convierte en un elemento de unidad. Los orígenes de los enfoques son diferentes, e incluso uno surge como contraposición a la concepción mercantilista del anterior, pero ello no impide una reflexión sobre un objetivo común, a saber, la lucha contra el hambre y la desnutrición.
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Las medidas más institucionalizadas al amparo de la FAO y las Naciones Unidas no pudieron alcanzar todos sus objetivos, mientras que las iniciativas más heterodoxas se muestran insuficientes en medios y en cantidad como para revertir el sistema en el que se encuentran. En cierto modo, el respaldo social de un paradigma no puede competir frente a los medios del otro, y viceversa. Frente a la pugna por la hegemonía, tal vez la colaboración en el terreno, así como el intercambio de experiencias, sean las claves para elaborar una respuesta consolidada que permite hacer frente al hambre en el mundo.