
La Argentina -la danza española- reunió en su torno a artistas de otras disciplinas (de la pintura a la música, pasando por la literatura), que obligan a exclamar que, en este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor. Manuel de Falla, Enrique Granados, Isaac Albéniz, Federico García Lorca, Óscar Esplá, Josep Maria Sert, Salvador Bartolozzi, Néstor... Fueron figuras que trabajaron junto a Antonia Mercé y que enriquecieron su baile y sus coreografías. Siempre he creído que el oscurecimiento de la danza clásica española ha tenido mucho que ver (al margen de la fagocitadora irrupción del flamenco) con su alejamiento, no sé si voluntario o circunstancial, de su entorno artístico. No ha habido una evolución en la música para danza -con dignísimas excepciones- ni los grandes pintores se han vinculado a las compañías, cada vez más exiguas.
Hoy en día son muy pocos quienes defienden un estilo que ha llenado de tesoros el baúl del baile español, que a través de figuras como La Argentina, como Vicente Escudero, Encarnación López, la Argentinita; su hermana, Pilar López; Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades, Mariemma... ha escrito páginas bellísimas y llenas de riqueza. Navega contracorriente y en las peores condiciones, se diluye dentro de muchos centros de enseñanza que no son capaces de darle su sitio (otros, merece destacarlo, sí lo hacen). La danza española merece que su legado no quede en trajes de época o recuerdos, porque la herencia del baile debe de latir al ritmo de los tiempos y en los pasos de los bailarines y los coreógrafos; al fin y a la postre, quienes lo mantienen vivo.