Fragmentos
Juan Ruesga Navarro

Aldo Rossi, entonces un joven arquitecto milanés de 32 años, publica su libro en 1966 (la primera edición en español fue en 1971) y consigue llamar la atención por dos cuestiones importantes: una, considerar la ciudad como arquitectura, es decir como un proyecto unitario, enfrentándose a la idea dominante, que había separado el planeamiento de las ciudades, es decir el urbanismo, del proyecto arquitectónico. Y la segunda idea era considerar que los proyectos de un arquitecto son la expresión de su concepto teórico de la arquitectura y viceversa. Es decir, que los arquitectos debíamos expresar en nuestros proyectos, nuestro pensamiento arquitectónico. Parece fácil.
A los pocos años de la publicación del libro, a partir de 1972, un grupo reducido, pero muy activo de arquitectos españoles, con fuerte representación sevillana, hicimos lo posible por incorporar sus teorías al nuevo urbanismo y a la nueva ciudad. Fue invitado a Sevilla y estuvo trabajando en un proyecto de remodelación del Corral del Conde. Algunos de nosotros tuvimos la suerte de tratarlo personalmente y comprobar su interés por todo y sus ganas de vivir. Hablé con él de teatro y de pintura, en largas veladas en casa de Fernando Villanueva. Del actor Ferrucio Soleri, creador del mágico Arlequino del Píccolo de Milano que sorprendió al mundo. De Mario Sironi y sus cuadros metafísicos de las periferias urbanas, retratadas por Pasolini. Recuerdo su mirada de admiración viendo bailar maravillosamente a una jovencísima Manuela Carrasco, “una sacerdotisa cretense ” exclamada. En aquellos años, dio una conferencia sobre su Arquitectura de la Ciudad en Santiago de Compostela, que inició: “Existe una ciudad que aparece y desaparece cada año, con calles y manzanas, parcelas y casas, y que se mantiene como un invariante arquitectónico, mis amigos sevillanos ya saben que estoy hablando de la Feria…”.
