La arruga es boba. Y Adolfo Domínguez se ha encargado de demostrarlo científicamente.
Lo peor que puede ocurrir es que el sastrecillo valiente se arrogue potencialidades divinas. Máxime cuando el “costurero” en cuestión tiene una obsesión endémica con la depresión. Igual es que el temido mal psíquico, que él no reconoce como tal, le está dando mordiscos en los talones.
Aquí deberíamos ser todos negritos o indios como los que él suele emplear, que fabrican prendas de ropa desde sus antros ancestrales a cambio un de salario de hambre y en jornadas de sol a sol. Ése es el mundo idílico del sastrecillo valiente. Ya no se acuerda de lo que ha chupado de la izquierda.
Porque el sastrecillo valiente nunca tuvo miedo a hacer el ridículo, por mucho que el rey estuviese desnudo y él no tuviese las agallas suficientes para decírselo.