Revista Viajes

La ascensión al volcán Bromo

Por Drlivingstone
La ascensión al volcán Bromo

Indonesia es un país con multitud de etnias, religiones y lenguas, que está en constante ebullición. Guarda en cierta manera un paralelismo con su orografía volcánica, y es que en sus más de 17000 islas Indonesia cuenta con 127 volcanes activos. Una realidad a la que tienen que hacer frente y con la que han sabido convivir, forjando el carácter los indonesios. Lejos de arredrarse, han sabido aprovechar sus fértiles laderas y las piedras arrojadas desde las entrañas de la tierra para construir templos tan bellos como Borobudur.

Java es la isla con mayor número de volcanes activos, nada menos que 45, todo un paraíso para los vulcanólogos. Pero es también un destino turístico, ya que atesora algunos extremadamente bellos, como el Ijen o el Bromo. Este último se ubica en el parque nacional Bromo Tengger Semeru. En realidad el parque nacional lo constituyen 5 volcanes que ocupan la enorme caldera volcánica de un antiguo volcán, el Tengger. El más famoso de todos es el volcán Bromo, que mantiene una actividad constante, con más de 60 erupciones en los últimos dos siglos. La última fue en el 2004, pero una perpetua columna de humo nos recuerda su furia.

La población que puebla estas tierras son los tengger, un grupo étnico dice ser descendiente de los príncipes Majapahit. Sea como fuere, los tengger todavía conservan la religión hindú, a la que recurren buscando refugio de los volcanes. También cuentan con numerosas leyendas para explicar la formación del todopoderoso Bromo. Según una de ellas, el volcán fue fruto del amor imposible entre un ogro y una princesa. Cuentan en la isla de Java vivía un horrible ogro que se enamoró de una bella princesa. Sin embargo, era un amor no correspondido. Iracundo y desolado, el ogro lanzó media cascara de coco al suelo y creó el cráter, a donde se lanzó para desaparecer. Desde entonces lanza sus sordos lamentos desde las entrañas de la tierra.

Pocas son las poblaciones que se han atrevido a convivir con los rugidos del ogro. La más cercana al gigantesco cráter del Tengger es Cemoro Lawang. El acceso hasta allí es una aventura en sí mismo. Asciende desde las tierras fértiles de Java, entre campos de arroz y palmeras, con apacibles pueblos ajenos a la furia del Bromo. Sin embargo, el clima y la vegetación cambian abruptamente. Una carretera serpenteante y pronunciada nos adentramos nos conduce hacia un terreno mucho más hostil y yermo, que tiene como punto final Cemoro Lawang. La vegetación escasea y la temperatura es mucho más baja. Allí unos pocos valientes han sabido sacar provecho del atractivo volcán y ofrecen espartano alojamiento al visitante.

Es el punto de partida de todas las excursiones al volcán, o volcanes deberíamos decir. La mayoría de los visitantes ascienden todavía de noche, con las legañas y las sábanas pegadas. No hay dolor suficiente para tanta recompensa. Nada es suficiente duro para contemplar uno de los amaneceres más bellos que haya visto jamás. Los valientes tengger conducen a los visitantes hasta los miradores en sus 4×4 de los años 80. Allí todos esperan ansiosos ver salir el sol.

Poco a poco el día va despertando y los primeros rayos dejan ver el majestuoso paisaje. Se escuchan los primeros suspiros de admiración y el continuo disparo de las cámaras de fotos. Todos quieren inmortalizar el momento, y todas las fotos parecen pocas. Ante sus ojos despiertan esos enormes colosos, con el monte Semeru al fondo. La columna de humo del orgulloso Bromo se manifiesta más nítida y el momento es indescriptible.

Podríamos pasar horas disfrutando del paisaje pero al mismo tiempo ardemos en deseos de contemplar de cerca las fauces del Bromo. Para ello, regresamos al 4×4, que nos acerca hasta el mar de arena. Allí aguardan un grupo de tenggers con sus pequeños caballos para acercar a los viajeros hasta la base del volcán. Algunos prefieren realizar el trayecto andando. De camino se pasa por un templo hindú, el Pura Luhur Poten, que sorprendentemente nunca ha sido devastado por la lava.

La población local tiene una gran devoción por dicho templo, encomendándose a sus dioses. El mismo nombre del volcán probablemente sea la derivación de la palabra Brahma, el famoso dios hindú. Con el fin de aplacar la ira de los dioses y el volcán todos los años hacen una ofrenda. También esto tiene origen una leyenda de una princesa hindú y su amado esposo de la casta brahmán. Como no podían tener hijos acudieron a orar al monte Bromo para rogar a los dioses. Éstos escucharon sus plegarias, con la condición de sacrificar uno en la montaña. La joven pareja tuvo nada menos que 25 hijos pero no quería cumplir su palabra. Ante esta negativa el volcán rugió y uno de sus hijos cayó en el cráter, satisfaciendo así los deseos de los dioses. Desde entonces realizan una fiesta en la que ofrecen comida y flores a los dioses para aplacar su ira.

Para ascender a la cima del volcán hay que subir más de cien escaleras. Un último esfuerzo para ver escuchar los rugidos de la bestia. Sobrecoge enormemente escuchar el sonido sordo del volcán. Un penetrante olor a azufre llena nuestros pulmones, pero enseguida nos acostumbramos al hedor. Nos invade una emoción inmensa y mientras contemplamos su enorme boca, el volcán nos recuerda lo insignificantes que somos. Aprovechamos para pasear durante unos minutos por el borde del cráter. Desde allí arriba se observan los otros volcanes más jóvenes que le acompañan.

Descendemos por las escaleras y regresamos hasta la zona de los caballos, donde nos esperan los 4×4. Exultantes, seguimos mirando en la distancia aquellas enormes montañas de fuego. Durante el trayecto de 20 minutos hasta Cemoro Lawang, vamos repasando los cientos de fotos que hemos sacado. Sin embargo, el mejor recuerdo nos lo llevamos en el corazón. Siempre nos acordaremos del día en que amanecimos frente al todopoderoso Bromo y el resto de volcanes.


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