Llegué a la finca, descargué a Paco y di de comer a los cerdos. Uno de ellos, casi se ahoga…Admito que noté que el rigor mortis se había desarrollado en plenitud porque observe como los gorrinos deglutían con una cierta dificultad pero no esperaba el pequeño “incidente”.
No me quedó más remedio que saltar a la porqueriza, agarrar al cerdo y hacerle una maniobra Heimlich, para que expulsara el trozo de Paco que se le había atascado. Cuando salí de allí, sucia y con aquel olor intenso adherido a mi piel, se me hizo evidente que todo mi plan pendía de un hilo…De un cerdo, para ser más precisa… Si uno de esos animales requería de asistencia veterinaria, seguro que se descubriría lo que habían estado comiendo…
No me la podía jugar de nuevo. Y menos con la tercera víctima…Así que era preciso investigar de qué forma podía deshacerme del próximo pollo. ¿Ácido? ¿Obras de emparedamiento en las porquerizas?… Además, tras el susto del control policial, me había quedado claro que era un riesgo desplazarme. Esta vez, mi objetivo debía ser cercano, por lo menos en lo que a kilómetros se refería…
Al psicólogo le tenía ganas. Muchas. Me había llamado un par de veces para “controlar mi evolución”… Si me preguntaba una vez más, por “la relación que tienes con tu madre y el odio profundo que sientes por tu padre”, era capaz de volver a Las Tuercas y ocuparme de él. Impulso. Ansia. Eso.
Y después estaba lo de Saray…Al volver, me había ocupado de todos los asuntos pendientes: el control y evolución del Imperio de las Paradas, una visita al inspector Eusebio Flórez para saber si se sabía algo del charcutero y…Saray.
Si algo tienen los Mercados es que todos nos conocemos. Y mucho…Y, claro, no había parada que no hubiera visto el vídeo del charcutero follando con Saray. De la frutería a la pescadería, pasando por los encurtidos…Sentía sus miradas, de compasión, de pena y algunas, de regocijo ante mi humillación.
Tenía que despedir a Saray. No lo había hecho. No había hecho nada de nada. Estuve muy ocupada, fingiendo mi depresión y estupor ante la desaparición de mi marido y planificando y ejecutando mi plan para ser Asesina en Serie. Sinceramente, Saray me importaba un pimiento pero…había un cierto código moral que debía preservar. Unas apariencias que mantener. Un marco de normalidad que era necesario para ocultar mi verdadera personalidad psicópata: No podía quedarme igual. Eso no estaba previsto en el ADN del ser humano : si había cuernos, había reacción.
Mujer, despecho y, de nuevo, la humillación. Pero esta vez, para resarcir…
Así que me presenté en la pollería y , con la cabeza muy alta y una voz indignada a la vez que entrecortada por el llanto, la despedí de forma fulminante. Vi que le temblaba la barbilla y me fije en la fina piel del cuello. No pude evitarlo. Hasta ahora, me las había visto con pieles fuertes, de barba dura y mucho pelo. Esa piel suave, se me antojaba deliciosa. El cuchillo se deslizaría por allí, como si fuera mantequilla.
Saray, entonces, se puso a llorar. Desconsoladamente.
El Mercado se relamía ante la escena que interpretábamos. Yo, tiesa como un palo, pero con el corazón acelerado, pensando en trocear a Saray. Ella, abrazada a mis pies, con los ojos rojos e hinchados, la nariz llena de mocos, parloteando sobre su hijo, la hipoteca y el tipo borracho que la había dejado colgada.
Me desconecté de su discurso. Piel blanca. Me deshice de ella. Seda. La dejé, agachada en el suelo pero…una idea empezaba a molestarme. Estaba ahí, insidiosa, picante, pesada…
Suavidad. Cuchillos.
Mátala, mátala, mátala…
Todo el Thriller ¿?, aquí.