Quizá nada haya sido tan decisivo para la configuración del pensamiento moderno como el nacimiento de la física matemática. Pero este nacimiento no se logró sino a través de una continua lucha contra el gigantesco edificio de la física aristotélica, profundamente modificado a lo largo de la Edad Media.
Y es que estos cambios no podían por menos de producirse por cuanto, si el sistema aristotélico se mostraba fecundo -gracias a la obra de Tomás de Aquino- para la cimentación teórica de la teología, sólo dificimente podía ajustarse a las exigencias de la astronomía, ciencia tanto más utilizable en la práctica comercial (pensemos en la navegación) cuanto más puramente alcanzable por la razón.
Las tres exigencias del sistema aristotélico eran el geocentrismo, esferas concéntricas y cristalinas en torno a la estable Tierra, y movimiento uniforme de los astros celestes, todo ello inscrito en la esfera de las estrellas fijas, movidas regularmente -para poder explicar los días y las noches- por el Primer Motor, especie de alma del mundo movida a su vez por el Motor Inmovil: Dios.
Esta armonía, expresión de las grandes hipótesis de base de la ciencia griega: finitud del cosmos, uniformidad y circularidad como movimiento perfecto (lo más cercano a la inmutabilidad del Dios), se veía desde el principio perturbada, con todo, por dos fenómenos: cometas y planetas.
Con respecto a los primeros, la solución ofrecida resultaba convincente, dada la ausencia de instrumentos de precisión: se trataría de “meteoros”, es decir, de fenómenos producidos en la región sublunar por la fricción de las capas de aire y fuego que rodeaban a la Tierra. Pero los planetas no fueron tan fáciles de dominar. Aparte del Sol y la Luna, de movimiento regular, algunas “estrellas” variaban periódicamente de intensidad lumínica y otras (especialmente venus y Marte) parecían complacerse en probar la paciencia del astrónomo, apareciendo bien en posiciones opuestas, bien caminando hacia atrás, en movimiento retrógado. Por eso se les llamó “planetas” ( en griego: vagabundo, errante).
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