Revista Insólito
Joshua Bell toca con un Stradivarius ante la indiferencia de la gente el 12 de enero de 2007 en el metro de Washington.
Decía Antonio Colinas en su Tratado de Armonía que "la prisa es una carrera hacia la muerte. La lentitud detiene el tiempo, ensancha el instante, propaga la vida en armonía". Y, sin embargo, siendo la muerte el mayor y más terrible de los miedos del ser humano, seguimos cegados por un enloquecido proceso de ilusiones mentales que nos arrastran tras de sí dotando de una fantástica importancia a lo que no la tiene y bloqueando nuestra capacidad de prestar atención, una de las más preciosas aptitudes de la inteligencia humana.
La atención es una energía muy poderosa que de algún modo podemos dirigir y que conecta nuestra conciencia con los diferentes niveles de eso que llamamos sin mucho conocimiento la "realidad". Tanto poder tiene que las cosas aparecen o desaparecen a su albedrío. Incluso el tiempo... Prestar atención es nuestra forma de dar vida. Un tesoro que, desgraciadamente, se encuentra extraordinariamente debilitado, cuando no en peligro de extinción, para la mayoría de los seres humanos.
Esta escena, que recoge de soslayo una cámara, tuvo lugar en el metro de Washington hace ya algunos años, unos minutos antes de las ocho de la mañana, en plena hora punta. Un violinista se instala a un lado de la entrada y toca su violín. Estuvo interpretando obras maestras de música durante tres cuartos de hora. Pasaron centenares de personas, más de mil, según datos estadísticos. Sólo se detuvieron seis personas, entre ellas algunos niños que rápidamente fueron empujados por sus padres a continuar la carrera. Unos veinte transeúntes le echaron dinero en la caja del violín. Recaudó 37 dólares. Hasta el final de ese periodo de diferentes tiempos (el del reloj, el de la música, el del violinista, el de los que corren, el de los que se detienen, el de los niños...), nadie de da cuenta de que se trata de Joshua Bell, un violinista que unos días antes había llenado por completo una sala de conciertos de Boston con las entradas a 100 euros de precio medio. Tocaba un Stradivarius valorado en 3'5 millones de dólares.
Ya es una historia casi antigua, ideada por un redactor del Washington Post. A mí me ha llegado hoy. A mi atención, es decir, a mi conciencia, a mi realidad. Y la comparto ahora en este espacio mágico de la comunicación asincrónica. Para que llegue donde el azar quiera que sea a la atención de otros. Me temo que el significado de todo esto está hoy más vigente que nunca. Nos atropella un tsunami de prisa, de inconsciencia posiblemente inducida. Con la atención dispersa, hipnotizada, atónita, no somos nada. Un grumo de miedos en manos del poder. Por el contrario, cuando centramos totalmente la atención en algo verdadero (la belleza, por ejemplo), recuperamos la auténtica dignidad del ser humano. Claro que es natural llegar a las tareas como ordenen los relojes, pero la prisa, la angustia del estrés, no es en absoluto normal ni necesaria, aunque les convenga a algunos que nos dejemos llevar por esos hábitos de inatención que tan frágiles y manejables nos hacen. Siempre hay un instante en el que podemos darnos cuenta de que estamos respirando, o de que suena una Partita de Bach a nuestro lado.
Tengo una excelente noticia que compartir: la eternidad es lo que es en ese instante.