Mañana rutinaria de río, paseos y reportaje de víveres, perteneciente al cuarto día de campaña. Después de comer compartimos con los amigos de nuestras amigas, un partido de pelota vasca en un polideportivo, en la que yo no puedo decir que estuviese a la altura, lo cierto es que nunca he sido precisamente olímpico en este deporte, aunque confieso que uno de los amigos hizo lo que pudo porque yo participase en mis turnos, mostrando una forma de ser bastante sociable y abierta que nunca he olvidado. Aquella tarde vinieron las chicas a buscarnos, porque habían decidido compartir con nosotros el placer de conocer sus posesiones en el reino de Navaluenga, que siempre es de agradecer, paraje en el que el abuelo de la familia disfrutaba de un huerto y un rincón donde perderse, por lo tanto, la lindísima hermana mayor de nuestra anfitriona, se ofreció para acercarnos con su coche, ya que había que subir una montaña, y las delicadas damiselas no estaban dispuestas a sudar tanto. Cuando la cabeza de familia nos recogió, nos fuimos todos a la cabaña de la sierra. He de dejar constancia de que el lugar era realmente de ensueño, ubicado en lo más profundo de la agreste sierra, escondido entre frondosas arboledas gigantescas, bosques de ortigas (de las que fui víctima a conciencia), y un caudaloso arroyo que arrastraba sus aguas por las enormes peñas abajo con ímpetu y belleza.
Al llegar al río, que era bien ancho en el punto por donde la vereda circulaba, había que cruzar saltando por unas piedras, aunque éstas tenían su misterio porque no estaban muy juntas, ya que no era el puente de San Francisco, hemos de recordar que entonces corrían los ríos en verano, y éste llevaba buena corriente. A la hermosa hermana mayor de nuestra amiga, le daba miedo cruzar, y yo, tan caballeroso siempre, me ofrecí para ayudarla, con tan buena suerte que al hacerlo caí al río como Dios manda......, así me sorprendí metido en el agua hasta las rodillas mientras era espectador de las risas de mis amigos....Como ya estaba dentro del río, me fui a la orilla y traté de cruzar a la jefa en brazos (contando con que ella se agarraría bien para no caerse), y después al resto de las chicas una por una, caminando por dentro del agua, pero les había asustado tanto mi caída que se negaron en redondo a usar semejante medio de trasporte, y optaron por cruzar con ayuda de palos para no sufrir la misma suerte que yo en mi aventura náutica.....Una vez en la cabaña, la rubia dijo que se marchaba y que en un par de horas venía a buscarnos de nuevo con el coche, el resto de las féminas nos sacó un aguardiente casero del abuelo que quitaba la respiración, orujo de más de 50 grados, como lo que bebían antiguamente en los pueblos para desayunar, y nos pusimos todos como motos....; cuando caía el sol volvimos al punto de encuentro para tomar el coche, mis pantalones estaban empapados igual que las zapatillas, pero el sol les iba secando poco a poco; mientras la rubia volvía a buscarnos, encontré un palo entre los arbustos que me dediqué a tallar al estilo maorí con mi cuchillo, es curioso, quedó convertido en un hermoso souvenir, lleno de imágenes y bajorrelieves, pero este palo quedó allá en Navaluenga como huella de nuestro paso......siempre me pregunté qué pensaría de él quien lo encontrase en la casa, colgado de la farola exterior que estaba junto a la ventana de la cocina.
Al volver a casa, nos repartimos por las habitaciones haraganeando para hacer tiempo, y en un momento que coincidimos todos en la cocina, para hacer planes, apareció un grupo de 2 o 3 niños que pasaban abajo por la calle caminando. No recuerdo bien quién dijo algo a uno de los niños, que le animó a comenzar a vacilarnos con descaro, y entonces mi hermano, que tenía una navaja automática en las manos, con la que se entretenía abriendo y cerrando, se la enseñó, a lo cual el niño salió corriendo mientras gritaba...¡mamá, mamá, que me quieren matar....! y nosotros nos rompíamos las mandíbulas. El caso es que al poco tiempo vemos aparecer de nuevo al niño en la calle en compañía de su madre, una hermosa madrileña morena de pelo largo, bien vestida y mejor arreglada, a la que el niño contaba que éramos nosotros los asesinos, apuntando con el dedo. La madre nos interrogó mientras nosotros decíamos ¿qué? ¿cómo que una navaja? no sabemos nada.....La madre se llevó al muchacho y mientras regresaban, el niño miraba atrás y nosotros nos llevábamos el dedo al cuello haciendo un movimiento transversal, como indicando que se lo íbamos a cortar....a lo que el niño se agarraba fuerte al brazo de la madre diciendo ¡míralos, mamá, míralos...!, y nosotros nos tronchábamos de risa...., sin embargo, de nuevo teníamos los problemas de la economía, que nos amenazaba con hacernos pasar hambre, ya que aquella noche no sabíamos qué es lo que íbamos a cenar, porque la despensa estaba completamente vacía....
Hay quien dice que cuando las cosas se ponen feas, no hay mejor forma de encontrar la solución que dar un paseo por el campo, y si es en compañía, mejor, de manera que aquella tarde, antes de ir a cenar con las chicas, nos propusimos relajarnos un poquito y visitar un cercano bosque de robles que había a las afueras del pueblo, y que bajo la luz de un cielo gris plomizo mostraba una de las estampas más maravillosas que para un bohemio como yo, pudieran quedar grabadas en la memoria. El asunto es que caminando llegamos a un rincón rodeado de una valla de piedra, que servía de cerramiento a un prado de pastos, y al pasear encontramos en el suelo la página perdida de una revista mostrando la mitad superior de una mujer desnuda.....ignoro si se trataba de la revista Playboy, Lib, Penthouse o cualquiera de sus primas. Carlitos y mi hermano decidieron marcharse a la casa, aunque no recuerdo qué asunto les movió a dejarnos a Toño y a mí en el lugar.
Una vez solos como dos náufragos, nosotros decidimos esperarlos buscando la otra mitad de la hoja perdida (cosas que a uno se le ocurren cuando tiene que esperar y no hay otra cosa delante que una mujer en pelotas....), así que ni cortos ni perezosos, comenzamos a explorar la tupida alfombra de hojarasca espesa que se cernía por todo el lugar, moviendo con las botas las ramas y hojas apretadas. Al llegar a un punto de la valla de piedra, mientras mis pies peinaban las olas de hojarasca, toparon con algo que emitía un tintineo misterioso.
Desenterrado el enigmático objeto, resultó ser una redecilla que contenía al menos 20 cascos de vidrio de distintas botellas, lo cual fue lo mismo que estar en alta mar perdido, y de pronto descubrir tierra a lo lejos...¿que por qué?, es sencillo.... En aquel tiempo, algunos comercios reciclaban los cascos de botellas, pagando a quien los aportase la nada despreciable cantidad, para nosotros, de 25 pesetas por casco, lo que hacía alrededor de 500 pesetas de la época. Toño y yo cogimos el hallazgo y corrimos como locos a avisar al resto. Habíamos encontrado un tesoro que nos permitiría merendar esa tarde de manera suculenta. Cambiamos los cascos en la tienda que había debajo de nuestra casa, y después visitamos el supermercado. Comimos como el rey Midas, y además nos sobró dinero para salir por la noche a tomar algo modesto, pero algo al fin y al cabo....no penséis mal, es que había que celebrarlo de alguna manera. Todo gracias al seductor cuerpo de una modelo que nos esperaba en el bosque. Pero aquello solo fué una solución temporal, y aún debíamos sobrevivir más de 48 horas.... La jornada del día siguiente sería relevante, y se podría decir que contiene lo mejor de esta historia.....algo que ha roto las barreras del tiempo entre los amigos y que dio nombre propio a la aventura.(Continuará).