Revista Cultura y Ocio

La avería - Friedrich Dürrenmatt

Publicado el 22 mayo 2024 por Elpajaroverde
"[...] sin embargo, sí había cometido un asesinato, sin duda no por un propósito diabólico, no, sino porque se había supeditado a la irreflexión que reinaba en el mundo en el que vivía ahora el representante general de la fibra sintética hefaiston. Había matado porque para él lo más natural era arrinconar a alguien, proceder con desconsideración pasase lo que pasase. En el mundo que él recorría a toda pastilla con su Studebaker no le habría sucedido nada a su querido Alfredo, no habría podido sucederle nada; ahora bien, había tenido la fortuna de ir a parar donde ellos, a su silenciosa casa blanca [...], había aterrizado donde cuatro ancianos habían arrojado luz a su mundo con el rayo puro de la justicia que iba acompañada por su séquito [...]".
La avería - Friedrich Dürrenmatt

Tuvo la fortuna (o desfortuna) Alfredo Traps de ir a parar a esa silenciosa casa blanca, de que su flamante Studebaker lo dejara tirado de regreso a casa de uno de sus numerosos viajes como representante general de una empresa textil que era. Podría haber optado por coger un tren y pasar así esa misma noche con su mujer y sus hijos, pues no se encontraba tan lejos de su hogar cuando se produjo la avería del automóvil, pero al viajante le tentaba la oportunidad de echar, tal vez, una canita al aire, de propiciar un divertimento clandestino al que no sería la primera vez que se entregara. Buscó, pues, un taller donde reparar el coche para continuar camino a la mañana siguiente y siguió a continuación las indicaciones que alguien amablemente le ofreció para llegar a una casa en la que de vez en cuando daban alojo a viajeros.

"El pueblo a cuyas afueras se encontraba el taller era acogedor, desparramado en unas colinas boscosas, con su iglesia en lo alto de un cerro, su casa parroquial y su antiquísimo roble protegido con imponentes aros de hierro y sólidos refuerzos". Era un lugar pintoresco, como de cuento de hadas. Así lo sentiría el incauto Alfredo esa noche que se aproximaba cuando, de tanto en tanto, observara el paisaje desde alguna de las ventanas de la casa a la que dirigía ahora sus pasos. En ella vivía un anciano, que lo invitó despreocupado a pasar allí la noche y rápidamente le instó a pasar la velada con él y unos amigos que estaban al caer. El comercial textil, aun sintiendo tener que renunciar a sus planes de buscar un ligue de una noche en el pueblo, no quiso ser descortés, así que aceptó la invitación.

El anfitrión, antaño juez, había invitado a cenar a tres amigos también jubilados: un viejo fiscal, un viejo abogado defensor y un viejo verdugo. Los cuatro acostumbraban a reunirse y se divertían llevando a cabo representaciones teatrales en las que cada uno interpretaba su antigua profesión. Desde que llevaban a cabo tales pantomimas se habían sentido rejuvenecer. El aburrimiento al que les había condenado la jubilación en un pueblo en el que no había "nada de nada, sólo el viento enloquecedor de los Alpes, el foehn, eso es todo" les había marchitado, pero el acicate para el intelecto que sus teatrillos suponía, amén de la falta de límites que el fingimiento les procuraba y que no hubiera sido posible en un juicio real, les había hecho florecer.

Lógicamente, para la interpretación de aquella noche faltaba un acusado, por lo que los doctos ancianos no dudaron en ofrecer tal ilustre papel a su invitado, el cual, entre divertido y extrañado, aceptó sin pensárselo dos veces. Y así, en un ambiente entre relajado e inquietante se fueron sucediendo los platos de un fastuoso festín junto a las disquisiciones más disparatadas: los platos más deliciosos, los quesos más exquisitos, los mejores vinos para los paladares más finos, la compañía más hilarante por parte de unas dignidades cuyo comportamiento se tornaba por momentos zafio y grotesco, el más opíparo de los banquetes en un salón en el que se había instalado el reino de la fraternidad y la armonía, la noche cayendo afuera sobre ese escenario que a Traps le parecía de cuento y en el que solo la luna, como una "una fina guadaña", se atrevió tímidamente a ofrecer una sombra amenazante.

"El vino lo había dejado torpe y sereno, disfrutaba en aquella compañía que comprendía lo que significaba ser uno mismo, no tener ningún secreto porque ya no era necesario, que te dignificaran, que te veneraran, que te amaran, que te comprendieran, y el pensamiento de haber cometido un asesinato lo convencía cada vez más, lo conmovía, transformaba su vida, la volvía más grávida, heroica, valiosa. Ese pensamiento lo llenaba de verdadero entusiasmo. Él había planeado y ejecutado el asesinato -se imaginó ahora- para salir adelante, pero en realidad no por motivos profesionales ni por motivos económicos, no por el deseo de tener un Studebaker, por ejemplo, sino -y esta era la expresión correcta- para ser una persona esencial, una persona más profunda, tal como intuía él ahora -al límite de su capacidad pensante-, dignificado por la veneración y por el amor de unos hombres sabios, estudiosos [...]".

Tuve yo la fortuna de ir a para a este librito, a esta obrita -en diminutivo por su extensión, que no por su contenido e indiscutible calidad-, a esta delicatessen, a esta, en suma, joyita. Llegué siguiendo -por ese puro azar que es la confluencia de un lugar y un tiempo determinado, por ese otro azar dirigido por los algoritmos facebookianos- las indicaciones de Ana Blasfuemia en este post. Llamaba allí Ana la atención sobre la sensación que tenía de que este libro había pasado desapercibido por los perfiles más literarios de las redes sociales, así como por la blogsferia literaria y no me queda otra que compartir su sensación. Nada sabía de este libro hasta que me topé con la recomendación de una lectora tan a tener en cuenta como es Ana Blasfuemia. Nada he vuelto desde entonces a saber de él (es decir, nada me ha vuelto a llegar de él sin yo buscarlo deliberadamente). Asimismo, Friedrich Dürrenmatt (1921-1990), su autor, era todo un desconocido para mí, así como me temo lo es para la mayoría de lectores, al menos por estos lares. A poco que se tenga curiosidad sobre él se puede averiguar que el escritor suizo en lengua alemana además de dedicarse a las letras fue pintor, que entre las novelas que escribió destacan aquellas con tinte policiaco y que está muy considerado como autor teatral. Curiosamente, sin saber nada de esto, cuando supe de este libro que os traigo hoy por el citado post de Ana Blasfuemia, vete a saber por qué inescrutables caminos, mi mente me llevó hacia el relato de Mark Twain El hombre que corrompió Hadleyburg que leí hace ya cinco años como parte del libro que contiene varias obras del escritor estadounidense La decadencia del arte de mentir. Esa otra joyita firmada por Twain me pareció en su momento muy adaptable teatralmente, afirmación esta por mi parte completamente arriesgada, pues ni acostumbro a leer obras teatrales ni a prodigarme por patios de butacas.

La avería no es una obra de teatro sino una novela corta; si se prefiere, un relato largo. Igualmente, por la escasez de escenarios y personajes y por la idiosincrasia y dialéctica de estos últimos la he sentido muy teatral. No en vano, la novela cuenta con varias adaptaciones al teatro, así como también con al menos una adaptación al cine de la mano del director italiano Ettore Scola bajo el título de La noche más hermosa de mi vida (La più bella serta della mia vita). Y así, como la noche más hermosa de su vida, es precisamente como ese representante de comercio llamado Alfredo Traps (traps significa trampa, así como las traducciones de los apellidos del resto de personajes principales tienen sus respectivas connotaciones) llega a experimentar esa noche pasada en compañía de los otrora funcionarios de la justicia en la que se presta a la ligera como reo improvisado de la más sublime de las comedias negras (si se quiere, tragicomedia). Se siente distinguido por sus nuevos amigos, enaltecido. Cual si del protagonista de un proceso kafkiano se tratara, es un títere en manos de unos maestros en artes sibilinas, una víctima de unos tejemanejes de altos vuelos cuyo funcionamiento desconoce. Solo que en el juicio que Friedrich Dürrenmatta nos propone Alfredo también es, con su torpeza, su vanidad y su irreflexión, el cómplice necesario. Esa noche era hermosa para él porque hasta entonces -hasta que los otros actores, amén de artífices, de ese juego macabro, con mucha más destreza, pero con el mismo contento de sí mismos y quizás una mayor irreflexión, en este caso sobre las consecuencias de su divertimento intelectual- hasta entonces, pues, hasta esa reveladora noche, el representante comercial "no se había parado a pensar lo que significaba llevar una vida verdadera ". Esa noche, sin embargo, llegará a contemplar la pena de muerte como un reconocimiento, a fantasear con esa condena como si fuera el más alto de los honores.

"Y voy a proceder con justificación, pues se trata de un asesinato perfecto, un asesinato bello. Podría parecer que nuestro querido perpetrador lo llevó a cabo con cierto cinismo despreocupado, pero en mi opinión no hay nada más alejado de la verdad; es necesario tildar su acción de "bella" en un doble sentido: tanto desde un punto de vista filosófico como en un sentido técnico y virtuoso: y es que en nuestra tertulia, estimado amigo Alfredo, se ha renunciado al prejuicio de ver en el crimen algo feo, algo terrible, y de contemplar en la justicia, en cambio, algo bello, si bien tal vez, una belleza terrible. No. Nosotros reconocemos la belleza incluso en el crimen, como condición previa que hace posible la justicia. Dicho sea esto por la parte filosófica. Dignifiquemos ahora la belleza técnica de ese crimen".

El título de esta novela hace referencia no solo a la avería que sufre el Studebaker que tan orgullosamente conduce ese hombre cuya profesión el autor de esta obra eligió con premeditación y tino, a la avería de ese automovil de alta gama que por conseguirlo tanto ha trabajado ese representante general de fibra sintética, que tanto cree merecerse. El título de esta novela hace fundamentalmente referencia a una especie de avería, de tara moral de la sociedad según la cual Traps no sería "un delincuente, sino una víctima de la época, de Occidente, de la civilización que, ¡ay!, estaba perdiendo cada vez más la fe, la cristiandad, lo universal [...], una civilización ésta caótica en la que el individuo había perdido el norte, y como consecuencia se había originado desconcierto, falta de disciplina, la ley del más fuerte y la falta de una moral verdadera". Como concluye la primera y brevísima (y más un prólogo en sí misma que parte de la historia en sí) de las dos partes de las que consta esta novela: "Es a este mundo de las averías al que nos conduce nuestra carretera. En sus polvorientos arcenes, junto a las vallas publicitarias con anuncios de zapatos Bally, de Studebaker, de helados, y junto a las estelas conmemorativas de las víctimas de accidente, sigue habiendo alguna historia posible donde la humanidad se mira todavía en el espejo de una persona normal, donde la mala suerte se extiende sin querer hacia lo universal, donde se hacen visibles los platillos de la balanza de la justicia, quizás también de la clemencia vista por casualidad, reflejada en el monóculo de un borracho".

La avería es una historia en la que los miembros de la humanidad podemos mirarnos en el espejo de una persona normal como es la representada por el personaje de Alfredo Traps, en la que aterrizar no "donde cuatro ancianos habían arrojado luz a su mundo con el rayo puro de la justicia", tal y como reza la cita con la que he abierto esta entrada, sino donde un autor con una lucidez, una agudeza y un sentido del humor encomiables, como fue Friedrich Dürrenmatt, arrojó luz a su mundo, que sigue siendo el nuestro, dejando así al descubierto sus sombras más difusas a la vez que delatoras. Su lectura es plenamente disfrutable, nada farragosa. Es divertida, absurda, enteramente convincente y creíble. Es un plato selecto, sabroso, que más que empalagar deja un regusto amargo, lo cual es parte de su encanto. Es una vianda digna de servirse en ese banquete con el que el anciano juez agasaja a sus invitados en esa casita de ese pueblito de cuento de hadas desparramado en las faldas de esas encantadoras montañas. Y eso es, un único plato. Lo suficiente para no hartarnos, indigestarnos y embriagarnos. Lo necesario para saciarnos y dejarnos paladear lentamente cada uno de los ingredientes de alta calidad con los que ha sido elaborado, para que degustemos con deleite todos esos inesperados por reconocibles sabores con los que nos vayamos encontrando.

"Siempre se acaba encontrando un delito".

Porque nadie es completamente inocente.

Año de publicación: 2020 (1956)

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