Revista Cultura y Ocio

La azotea - Fernanda Trías

Publicado el 03 marzo 2021 por Elpajaroverde
"Quiero reconstruir la vista de la azotea, recordarla de forma tan perfecta que ya no pueda distinguir el recuerdo de la realidad. La azotea era mi lugar; el único donde no pudieron vencerme".

"Mi lugar, mi guarida". Eso era la azotea para Clara. Se crio en ese edificio y nunca se le había ocurrido subir. Ahora que ha vuelto, un día, a saber por qué, sube. La azotea es su lugar porque nadie más sube a ella. No se puede tender en ella, tampoco usarla como lugar de recreo. Motivos de seguridad, según reza un cartel. Ningún vecino sube, pues.

La azotea - Fernanda Trías

La azotea es el lugar de Clara porque solo a la azotea puede huir del lugar al que ha huido del resto del mundo. Desde la azotea ese mundo se ve chiquito y, por tanto, inofensivo. La altura le da poder y privilegio. Una altura y un privilegio engañosos al igual que engañosas son las sensaciones que le procuran ese recién adquirido "aspecto primitivo que me protegía y me separaba de los demás".

No hay baranda en la azotea. La azotea es el lugar de Clara porque es como "Me acerqué casi hasta el borde", nos cuenta Clara, "pero mantuve el cuerpo más atrás que la cabeza. Calculé los metros que me separaban de la vereda y sentí el impulso de saltar. Imaginé que saltaba y que caía intacta; imaginé que daba un salto larguísimo y que cruzaba hasta el techo de la iglesia. Tuve que alejarme del borde no por vértigo, sino por miedo a ese deseo ridículo que podía volverse incontrolable".un planeta plano cuyos confines regalan vistas a la nada.

"Tal vez la Tierra sea redonda sólo para evitar que la gente vaya hasta el borde del mundo y salte al vacío, para que no podamos escapar de ella".

Clara no puede escapar de ese piso de ese edificio cuya verticalidad termina en la azotea. Clara no puede escapar porque no quiere escapar. Tal vez en su momento no quiso porque no podía. El caso es que yo no sé si fue antes el querer o el poder, ni dónde empieza el uno y acaba el otro, ni si, acaso, ambos son caras de una misma moneda, de la misma forma que Clara no sabe "cuándo todo empezó a ir mal o qué fue lo que desencadenó el fin. [...] Ahora, que ya no me queda otra cosa que mirar hacia atrás, me parece que nunca hubo un principio sino un largo final que nos fue devorando de a poco".

"La destrucción es así, puede llevar mucho tiempo".

Yo que llego al fin con Clara no puedo evitar echar la vista atrás intentado atisbar el comienzo. Parezco una primeriza ignorante que reniega de la esfericidad de la Tierra. El mundo de Clara es redondo y gravitacional. No hay manera de escapar. El comienzo es inherente a su final.

Pero yo reniego. Quiero saber cuando todo está ya ahí. Cuatro años de casi absoluto encierro. ¿Qué los motivaron? Fernanda Trías, del antes y del afuera, solo me muestra pinceladas. Los cuatro años son un presente continuo que va in crescendo y en decrepitud. Un presente continuo eterno sin pasado (comienzo) pero avanzando al futuro (final). A Clara le resulta extraño pensar que existió un pasado, como si su vida se redujera a esos cuatro años.

"Hay cosas en las que prefiero no pensar. A veces hasta el propio pensamiento es una invasión, como mirarse desnuda al espejo: da más vergüenza que si nos viera otro. Me pregunto si no habrán sido esos pocos encuentros -como luces rojas en una carretera apagada- los que guiaron mi vida".

¿Es Clara, pues, el motivo? ¿Es Clara la niñita que solo quería a su papá para sí sola? ¿Qué quiere Clara, en realidad? ¿Qué se puede querer una vez tomada consciencia de que la vida no es lo que se esperaba sino puro fraude?

La azotea no miente. La azotea es el lugar de Clara. Porque solo en la azotea puede estar dentro y fuera. Porque solo en la azotea puede ser ella misma, cuestionándose pero sin que la cuestionen. Tal vez Clara sí sea una privilegiada, después de todo. Pero la azotea es un lugar solitario. Nadie debería invitar a nadie más a su azotea particular.

En la casa, en cambio, Clara no vive sola. Vive con su padre; por él ha vuelto, a cuidarlo tras su viudez. Vive con su hija Flor, la hija del encierro.

"Flor llenaba el silencio que a papá y a mí nos separaba, un silencio que había comenzado cuatro años antes. Fue entonces que él me apretó la mano. [...] Yo le devolví el gesto pero no me animé a mirarlo. Papá siempre había sido un misterio para mí, y ahora me apretaba la mano y yo no podía entender qué significaba eso, qué había significado para él cada rato que pasamos juntos".

En ese encierro que no se sabe cuándo dejó de ser elegido, porque muchas veces nos encadenamos sin percibirlo, Clara llega a sentirse, por primera vez, parte de una familia que forma junto a su padre y Flor. Clara también llega a aprender que "todas las cosas tienen un eje que las mantiene en pie. [...] sólo quedaba volar o morir, como el enjambre sin la abeja reina", una vez que ese eje desaparece.

"El cerebro es como un cuenco de tierra y [...] la tierra se seca y puede llegar a pudrirse y a llenarse de bichos". El cerebro de Clara, carente de estímulos externos que lo rieguen, tal pareciera pudrirse y llenarse de bichos. Es como un mueble carcomido por termitas cuya invasión se extiende a la casa que lo alberga. Clara siente, sin embargo, que el termitero está fuera. Tiene incluso identificada a la termita reina. Más allá de la puerta de la casa todo es amenaza. Fuera todo es conspiración. Dentro todo es paranoia.

"Por momentos me parece oír ruidos en la escalera. Difícil estar segura porque el silencio es tal que hasta tiene sus propios sonidos. Es cómico cómo al final ellos lograron invadirme: de adentro hacia afuera, instalando la duda como quien planta una hierba mala. Lo que me tranquiliza es saber que no van a poder llevarse nada de lo que fue mío. Sólo van a encontrar un ropero con los trapos viejos de Julia, unos muebles sin valor, y a mí, que estoy igual que esta casa: llena de cosas muertas".

"Mi padre veneró un mundo que no hizo más que robarle todo lo que quiso". "Flor miraba alrededor como si quisiera comerse el mundo con los ojos, no se daba cuenta de que era el mundo el que iba a comérsela a ella". "El mundo es malo. Las calles son peligrosas y no se pude confiar en la gente". Clara lo sabe. Clara protege a su familia. Clara sabe también cuál es la única victoria posible frente a ese mundo cruel.

"No me gusta sentirme así, con miedo de mí misma".

Me pregunto cuál es el germen de esta novela. Qué le rondaba en la cabeza a Fernanda Trías cuando pensó en su concepción. Lo que nos cuenta en ella es tremendo, pero no deja de ser una de esas cosas tremendas que a veces pasan en este tremendo mundo que habitamos. Cosas que salen a veces en las noticias, que no concebimos que ocurran, que rechazamos pero a la vez no olvidamos y nos producen, aunque nunca lo admitiríamos, cierta atracción. No las entendemos, y lo que no entendemos nos da pavor.

Fernanda Trías tampoco nos las explica. Ella solo deja hablar a Clara. Abre su cerebro y nos embadurna con su tierra reseca. Nos encierra en esa casa que se va depauperando a la par que sus habitantes. Pero no hay explicación. Solo cuatro años de paulatino encierro y sus consecuencias.

No hay explicación porque tal vez no la haya. O porque la explicación ni es única ni es simple. Porque no se puede explicar lo inabarcable. Pero es triste esa falta de explicación. Porque sin explicación siento a Clara condenada a su inevitabilidad. Claro que quién me ha dicho a mí que Clara quiera evitarse.

Tampoco Fernanda Trías quiere evitar a Clara ni permitirnos evitarla. Su azotea es el margen entre la solidez y la nada. Lo verdaderamente triste de esta historia, pues, es sentirse Clara pero ser parte de ese mundo que la amenaza.

"Nadie puede entender lo que siento: en soledad, sin esperar nada, sabiendo que me empecino en defender algo que ya no existe".

Yo lo entiendo. Lo entiendo porque Fernanda Trías me ha hecho sentirlo. Lo entiendo porque los sentimientos, muchas veces, son la mejor explicación.

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