Revista Cultura y Ocio
Editorial Tránsito. 138 páginas. 1ª edición de 2001, ésta es de 2018.
Durante los últimos meses me había encontrado en las redes sociales con la noticia de que iba a aparecer en España una nueva editorial llamada Tránsito, dirigida por la joven Sol Salama. Su primer libro apostaba por la narrativa hispanoamericana, en concreto por la novela corta La azotea, de la uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976). Yo soy un gran entusiasta de las editoriales españolas que apuestan por los autores hispanoamericanos, ya que siempre tengo la impresión de que la comunicación literaria entre los dos lados del océano no es todo lo fructífera que debería ser. Aun así, me resistí durante unas semanas a contactar con Sol Salama y a solicitarle el libro para reseñarlo. Como ya he comentado más de una vez, mi lucha entre leer novedades o libros más clásicos suele ser ardua. Me decidí cuando leí que La azotea, y por tanto el nacimiento de la nueva editorial, se iba a presentar en la librería Tipos Infames, con la presencia de Fernanda Trías, y que su presentadora sería la escritora María Fernanda Ampuero. Escribí a Sol y ella me envió este libro y La memoria del aire de Caroline Lamarche (el segundo título de Tránsito) para que los leyera y reseñara.
La voz narrativa de La azotea es la de Clara, quien al comenzar la novela se encuentra en la noche tirada boca arriba sobre su cama. Desde la sensación de mundo acabado, de mundo propio que va a terminar ese mismo día, comenzará a rememorar para el lector, en un tenso monólogo interior, las circunstancias de su vida que la han llevado hasta ahí. «Es increíble pensar que tuve una vida antes que ésta, un trabajo, una casa, de los que sin embargo no recuerdo nada. Para mí la verdadera vida empezó con la muerte de Julia, estos cuatro años que terminaron hoy», leemos en la página 8 (segunda del libro). Clara nos contará que desde que murió Julia, su madrastra, o tal vez su madre –existe una premeditada ambigüedad sobre este tema– ha decidido salir cada vez menos de la casa en la que vive con su padre. Éste, al principio, protestará mostrando su deseo de salir a pescar, a ver el mar, pero no tardará en sucumbir al poder que Clara acaparará dentro de las paredes de su casa. «Le habría querido decir a papá que el mundo se hundía, que nosotros éramos el único mundo posible y que, de todas formas, terminaría por odiarlo. Pero me salió otra cosa, incontrolable y llena de furia: “No hay rambla ni plaza ni iglesia ni nada. El mundo es esta casa”» (pág. 14).
Clara está embarazada y para el lector existirá cierta ambigüedad sobre la identidad del padre, insinuándose incluso que podría ser su propio padre, puesto que Clara, celosa de Julia –la pareja de su padre o su propia madre– juega a veces con él (en ese micromundo que está creando en su propia casa) a seducirle vestida con la ropa de Julia. Cuando nace su hija Flor, la familia de Clara acaba constituida: un padre débil, que ya ha renunciado a salir de casa (al que ya no hace falta ponerle candados en las ventanas porque ha asumido que su sitio es el interior del hogar); acompañado de un canario, al que Clara parece odiar; Flor, la niña que desconocerá el mundo exterior; y Clara, reina en un pequeño mundo de tinieblas cada vez más abrumadoras.
El contacto con el mundo exterior será Carmen, una vecina, inmigrante de un país europeo que sufrió una guerra. Carmen será la encargada de hacer recados para Clara a cambio de dinero. Al principio del libro, Clara tiene una actitud más amigable hacia ella, pero al final acabará por dejarle el dinero debajo del felpudo de casa y recogerá sus pedidos sin toparse con ella. En el edificio también viven unas mujeres que parecen ejercer la prostitución y que son las enemigas de Carmen.
La pequeña familia de Clara irá viviendo cada vez más de puertas adentro, mientras que nuestra narradora irá desarrollando un sentimiento paranoide hacia el exterior cada vez más fuerte. Aunque, sin embargo, le gustará asomarse a la azotea del edificio comunal, un lugar que ella siente ajeno al mundo exterior y que supone, a la vez, una elevación sobre el universo de tinieblas en el que vive encerrada. «Quiero reconstruir la vista de la azotea, recordarla de forma tan perfecta que ya no pueda distinguir el recuerdo de la realidad. La azotea era mi lugar, el único donde no pudieron vencerme» (pág. 49).
A pesar del deseo de Clara de permanecer de espaldas al mundo, éste acabará por acosarla: el dinero que Julia dejó debajo de un colchón se empezará a acabar y así tendrá que ir pidiéndole a Carmen menos alimentos, dejará de pagar la comunidad de vecinos, la luz, el agua…
La azotea es una novela claustrofóbica, que adentra al lector en una realidad enfermiza y agobiante. Diría que los últimos libros que he leído de escritoras hispanoamericanas ahondan en la idea de la perturbación del mundo, una perturbación que parte de la mirada de la mujer sobre ese mundo, al que considera dañino y ajeno. En Sangre en el ojo, la chilena Lina Meruane nos hablaba de la enfermedad del cuerpo y del espíritu de posesión de unas personas sobre otras, ideas que entroncan con las propuestas aquí por Fernanda Trías. En Mátate, amor, la argentina Ariana Harwicz también nos habla de la interioridad de las viviendas y de los límites del cuerpo de una mujer embarazada desde un punto de vista enfermizo. Compruebo que Sangre en el ojo y Mátate, amor se publicaron en 2012 y, aunque La azotea le ha llegado al lector español más tarde que estas otras novelas, se publicó en 2001 y ha podido influir en ellas. Es posible, asimismo, que la argentina Mariana Enríquez, que en 2016 publicó el destacado libro de cuentos de terror Las cosas que perdimos en el fuego, también haya leído a Trías, porque en sus cuentos crea mundos cerrados y enfermizos. Lo que es seguro es la potencia narrativa de estas nuevas escritoras hispanoamericanas, capaces de mirar de frente a la enfermedad del mundo a través de su mirada, cargada de humanidad y perturbación.
Fernanda Trías ya había publicado en España en 2014 su novela La ciudad invencible, de la mano de la editorial Demipage, y me alegra que la editorial Tránsito inicie su andadura en el difícil mundo de la edición en España con su novela La azotea, publicada en Uruguay en 2001, donde recibió más de un premio a la creación joven. Una novela claustrofóbica, tensa, enfermiza y potente –escrita con un lenguaje escueto, pero con tintes poéticos–, que ha podido influir en otras escritoras hispanoamericanas que han llegado con más facilidad a España. Además, Fernanda Trías tiene publicado en Hispanoamérica un libro de cuentos, No soñarás flores, que espero que podamos ver pronto en España.