Son malos tiempos para la banca. Las perspectivas de pérdidas por deterioro del valor de sus activos afectan a toda a banca europea incluida la española. Afectan, de hecho, a casi toda la banca mundial.
En los bancos españoles el principal elemento de deterioro proviene de la caída del valor de sus garantías inmobiliarias y de la morosidad ligada al crédito inmobiliario, en especial el concedido a promotores, y de éstos muy especialmente el concedido para la compra de suelo.
En los bancos europeos en general es debido a la devaluación de las carteras de deuda pública de países con riesgos crecientes de impago, en especial Grecia, pero también España, Italia, Portugal o irlanda. La deuda pública ha dejado de ser el activo sin riesgo. Sólo determinada deuda, como la alemana, conserva ese título.
Esas perspectivas de pérdidas están bloqueando a la mayoría de bancos europeos, por eso restringen el crédito a empresas, porque no saben a ciencia cierta con que fondos cuentan (o mejor, sí que saben que cuentan con menos de lo que puede parecer).
Las esperanzas se basan en que mejore la situación económica, pero es difícil si no hay crédito, o que llegue alguna solución pública, pero las arcas estatales están vacías en la mayoría e estados.
Todos miran a Alemania y a los estados solventes, con la esperanza de que impulsen la solución, pero sus ciudadanos se resisten bajo el viejo dicho de que cada palo aguante su vela. Acabarán haciéndolo, porque se darán cuenta de que también es su vela, al menos en una Europa cobijada bajo la vela del euro.
En medio, la banca obligada a hacer muy bien sus deberes: austeridad, eficiencia, diversificación… Y los empresarios y todos los ciudadanos rezando porque las medidas se tomen cuanto antes, al menos mientras estemos vivos.