Pedro Sánchez ha aparecido ante una gran bandera española y a muchos ciudadanos les pareció un gesto muy patriótico: he aquí un defensor de España desde la izquierda, se decían.
Pero no lo hizo ante una enseña permanente de algún tejido, de rica seda o pobre plástico coloreado, sino delante una imagen proyectada sobre una pantalla, que le dio la evanescencia de un fantasma.
Las banderas tienen tanto poder que muchos millones de personas han muerto durante milenios para protegerlas, y en las ceremonias públicas existen sentidos protocolos para honrarlas porque representan supuestamente al país entendiéndolo como territorio, habitantes, historia y cultura.
Pero esto de la bandera virtual usada por el PSOE cinco minutos antes y cinco después de consagrar a Sánchez como candidato a las elecciones generales, precisamente en un circo, el Circo Price de Madrid, es un símbolo de cómo son él y su neopatriotismo.
Porque, entre tanto, y a cambio de unas monedas de poder, varios alcaldes socialistas en la Comunidad Valenciana aceptaban la exigencia de la ultraizquierda nacionalista Compromis y de las ramas locales de Podemos de retirar las banderas españolas de los lugares públicos.
O en Cataluña, donde además de darle sus votos en lugares importantes a la independentista ERC y a la antisistema e independentista CUP, permitían el izado de la bandera cuatribarrada con una estrella, el símbolo que ellos emplean para rechazar a España.
Por todas partes donde hay independentistas o antisistema –en Cádiz retiran la bandera española y el retrato del Rey lo sustituyen por el de un anarquista del siglo XIX—puede colegirse que la exhibición circense de la bandera en el Price es como el propio circo, un juego de ilusiones, de malabares, de fiesta infantil aunque los adultos disfruten también.
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