Antes de leer esta continuación, favor de leer la parte anterior.
… Ahora yacía ante él un enorme mundo por explorar y conocer (Final de la parte 1).
El diablo visitó a Caronte en el primer atardecer que estuvo en la ciudad de los poetas . Caronte perdió su color al ver la sonrisa de satisfacción del demonio. El diablo vio que Caronte aterrado por su presencia no podía hablar, así que decidió comenzar él con la plática.
-Veo que te has acomodado fantásticamente- Dijo el ángel caído sonriendo-. Parece que fuiste hecho para esta ciudad de poetas y pecadores. Sobre el trato que hicimos, aún…
-!¿Eres real?¡- Exclamó Caronte, que había interrumpido al diablo por segunda vez-. Yo pensé que se trataba de un sueño, ahora me arrepiento de todo esto. Perdóneme, se lo imploro.
-Bueno, le perdono- Respondió Lucifer tranquilamente-. Si me dejaras de interrumpir; que aparte de ser impráctico para una conversación, es muy descortés de tu parte; sabrías que aún no sé qué hacer contigo. Muestras arrepentimiento y no tengo nada en mente para ti, por lo que te perdonaré. Tómalo como un acto de buena fe, pero tendré especial cuidado contigo y si pecas de nuevo, lo sabré y cuando llegues a la recta final y seas juzgado por tus acciones, no dudes que yo estaré presente.
El diablo terminó su frase y se esfumó. Dejó atrás a un Caronte tan confundido como asustado.
Fue a dormir después de un rato de pensar en lo sucedido.
Al día siguiente aprendió que debía trabajar para poder vivir en aquel lugar. Nunca antes había tenido que trabajar, ya que anteriormente el río proveía todo lo necesario para Caronte. Ahora, sin el río, Caronte debía trabajar para vivir. El problema era que no sabía hacer nada más que navegar, así que sus opciones de empleo se vieron reducidas a ser marino. Ese mismo día se presentó como marino en el puerto.
No había contado con un par de inconvenientes. El primero era que él había dejado todo por ir a ese lugar y ahora pasaría todo el tiempo en el agua, ¿Cuál era entonces el sentido de haber dejado todo atrás? El otro problema era que para trabajar como marino, él debía pagar sus provisiones, pero se encontraba sin un solo centavo en su persona.
La única salida que fue capaz de contemplar no le agradaba, pero no se le ocurría otra. Caronte tuvo que hurtar las ganancias y algunos artículos de un mercader, se dijo a sí mismo que era por una buena causa y que lo compensaría con creces. Él sabía que estás excusas no estaban dirigidas a él, aún así estas palabras parecían tranquilizarle.
En sus primeros días de marinero, Caronte demostró una gran habilidad al navegar, hecho que le ganó tanto la simpatía como el odio de algunos de sus compañeros. Con odio o sin él, Caronte logró escalar de puestos sin importarle mas que su persona.
En una ocasión, ya siendo capitán de su propio barco, Caronte fue testigo del hundimiento de un navío mercante, los hombres en el agua se estaban ahogando por fatiga. Caronte decidió no acudir en su ayuda, el dio por razón que no quería estrellar su navío en el banco de rocas y así sufrir el mismo destino. Se repitió tantas veces su mentira que empezó a creerla, calmaba su acongojada consciencia al creer en su versión de los hechos y también aseguraba que de haber ido, él y toda su tripulación hubieran tenido el mismo desenlace que esos pobres mercantes. Pero de nueva cuenta, el argumento que utilizaba no era para él, sabía que ese navío estaba muy lejos de la costa como para que hubiera golpeado una roca, él solo no quería perder su tiempo.
Parecía que estos engaños auto infligidos funcionaban, ya que el diablo no le volvió a visitar. Ahora, Caronte tenía una pena mayor, las mentiras que se había dicho tal vez alejaban al diablo, pero él sentía una gran culpa. No podía dormir por las noches, estaba nervioso en todo momento, se preguntaba cuándo sería castigado, no podía vivir con él mismo.
En estos momentos Caronte solo pensaba en lo mucho que extrañaba al río.