Mismo tema, sorpresa y energía. Dos jóvenes cineastas que tratan la custodia tras una separación y el derecho de visita a los hijos menores, desde un ángulo original, el que hasta ahora se había evitado, el de los padres. Talento a raudales, intérpretes en estado de gracia y situaciones que provocan tanto la hilaridad como una avalancha de escalofríos en la espalda. Humor y desesperación en la dosis adecuada y en equilibrio perfecto.Justine Triet, tras pasar por el documental, firma su primer largometraje, situando un asunto particular en medio de la historia oficial de un país. La protagonista, reportera de televisión, se lanza a la calle el 6 de mayo de 2012, día de las elecciones presidenciales, para grabar al recién elegido, François Hollande, en su primera aparición pública.En el teatro de este momento histórico, la muy parisina calle Solférino, se mezclan sus problemas personales. Ha dejado en su casa a un canguro, con más paciencia que Job, cuidando de su hija. Su ex-compañero llega a su casa para verla y disfrutar del derecho de visita. La madre ha dejado instrucciones precisas para no dejarle entrar. Se incrementa la tensión. Empiezan las llamadas, los vecinos que intentan arreglar la situación, la noche electoral que avanza y el conflicto parece empeorar por momentos.Una historia que comienza como un drama, y acaba casi como una comedia, cuando todos acaban reunidos en una noche, que para ellos será también histórica, por unos motivos totalmente diferentes a los del resto de sus compatriotas. Elegante debut lleno de inteligencia y en el que la pretendida frescura no debe confundirse con improvisación.Radu Jude, el rumano, opta por la postura contraria: partir de la comedia para finalizar con un drama. Segunda película del director: fascinante, sobria, inquietante e inesperada. Una trama que engancha. Marius, divorciado, va a buscar a su hija de cinco años para pasar un fin de semana en la playa. Desde los reproches de sus padres hasta la amabilidad del nuevo compañero de su exmujer, el cariño la madre de ésta, las insinuaciones veladas y la frustración del protagonista, al sentir que le arañan unos minutos del precioso tiempo establecido para disfrutar de su hija… alguien puede fundir los plomos de un momento a otro.Una muestra de la excelente salud que goza el cine rumano de los últimos años. Pendiente de la realidad sociológica de su país, analítico con sus comportamientos y brillantemente retratado, los cineastas rumanos siguen copando premios en los festivales internacionales, en este caso, en Sarajevo. Apuesto que no será el último. Peliculón.