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La Batalla de Cannas

Por Manu Perez @revistadehisto

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La Batalla de Cannas

La Batalla de Cannas
ace más de 2000 años dos colosos se enfrentaron a muerte en el Mediterráneo: Roma y Cartago durante las Guerras Púnicas. Esta historia transcurre en el año 216 a.C., en plena Segunda Guerra Púnica, concretamente en Agosto.

El lugar, Cannas, una llanura agrícola bañada por el río Ofanto, donde, no nos cabe duda, la tierra de la zona tiene un gran aporte de materia orgánica.


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La Batalla de Cannas

Los contendientes, dos cónsules por el lado romano: Terencio Varrón y Emilio Paulo, elegidos por el Senado, y que se turnaban para dirigir las tropas en días alternos. Varrón era un plebeyo que quería una victoria rápida. Emilio Paulo, más cauto, era de origen patricio.

Y al otro lado, en el lado cartaginés, el gran Aníbal Barca. Cuenta la leyenda que cuando contaba 11 años de edad, su padre, el señor de la guerra Amílcar Barca, le hizo jurar que odiaría y combatiría a Roma toda su vida. Parece que cumplió su palabra.

Apareció en Italia allá por el año 218 a.C. Los romanos, cuando se dieron cuenta de que se les había colado el enemigo por el único lado por el que no se lo esperaban, se enfrentaron a él con catastróficos resultados en las batallas de Trebia y Trasimeno.

En aquel momento, un hombre, Fabio Máximo fue nombrado dictador por el Senado para que se enfrentara al peligro cartaginés. Fabio siguió una estrategia consistente en esperar y frenar a aquellos que querían un enfrentamiento directo. Ello le valió numerosas críticas y un apodo, `Cuntactor´: el que retrasa.

Hoy, puede decirse que Fabio tenía razón: Aníbal era el que tenía prisa, no le convenía una larga guerra de desgaste. En cambio, Roma jugaba en casa y tenía una capacidad de reclutamiento y de abastecimiento mayor. Sin embargo, los romanos, impacientes, eliminaron a Fabio y en su lugar pusieron a los dos cónsules que conocemos: Terencio Varrón y Emilio Paulo.

Tal era el miedo que les producía Aníbal que los romanos enviaron no cuatro, sino ocho legiones, más las fuerzas aliadas, guarniciones de la región, etc… no andamos muy lejos de los cerca de 80000 hombres y algo más de 6000 jinetes que menciona el historiador Polibio.

Aníbal, contaba con unos 40000 hombres y 10000 jinetes. Entre sus tropas destacan los veteranos cartagineses, la caballería númida (jinetes ligeros armados con lanzas, que cabalgaban sin riendas y evitaban siempre el combate cuerpo a cuerpo), caballería e infantería hispana, honderos baleares con hondas de distintos alcances y una turba de guerreros galos, además de los descontentos reclutados durante su avance.

Y llegamos a la batalla en la polvorienta llanura de Cannas, que se agostaba bajo el sol y el Volturnus, un viento del sur caliente. Podemos imaginar la polvareda que levantan más de 100000 hombres y 16000 caballos en una llanura tórrida. Y así empezó el 2 de agosto, bajo el mandato de Varrón, encargado del día.

Los romanos desplegaron a 70000 hombres en la llanura, a su derecha 1600 jinetes romanos bajo el mando personal de Paulo, a la izquierda, Varrón con 4800 caballeros aliados. La infantería se desplegó en una profundidad de 70 hombres con los veteranos, más fiables, en el centro. Mientras que los caballeros, a dos metros de distancia entre sí y con 10 jinetes de profundidad, ocupaban 500 metros de frente los de la derecha  (el lado de Emilio Paulo) y 1700 por la izquierda (el lado de Varrón). En total, el frente romano medía 3 kilómetros de largo de gente en fila y entre 200 y 300 metros de fondo. Como se puede deducir:

  1. La comunicación no era buena y los de un lado no se enteraban de lo que pasaba al otro extremo.
  2. La movilidad del ejército era limitada por su tamaño
  3. No se veía nada porque, además del polvo levantado, el terreno era plano
  4. El hecho de tener a los dos comandantes en jefe de los romanos en los dos extremos más alejados no parece una gran idea
  5. La estrategia romana se resumía en apabullar: nadie en aquella época había visto tantos hombres juntos armados. La tierra debía temblar a su paso. El polvo que levantaban debía verse a kilómetros. Cualquiera moriría de miedo al ver a semejante máquina de guerra en frente. Cualquier menos Aníbal Barca, que también es mala suerte.

Aníbal situó sus tropas más valiosas, la caballería africana e hispana pesada, frente a Paulo y sus 1600 jinetes, y al otro lado, la caballería númida para enfrentar a Varrón y sus caballeros aliados. En el centro, que se iban a llevar de lleno el tremendo impacto de las legiones romanas, colocó a los celtas en gran densidad y ligeramente adelantados, previendo que los romanos iban a hacerles retroceder, y aligeró las filas a medida que se acercaban a los lados, situando allí a la temible falange africana y a los veteranos hispanos con sus falcatas. Y en la retaguardia del centro se colocó él, dispuesto a dirigir la operación.

Y entonces, todo se puso en marcha.

Tras un choque brutal de los infantes, la superioridad de la caballería cartaginesa inclinó la balanza y una perfecta tenaza se empezó a cerrar sobre los legionarios hasta rodearlos por completo. Las filas exteriores iban cayendo y así continuaron hasta que se les acabaron los romanos.

Cuando terminó el día habían muerto no menos de 47000 legionarios y 2700 jinetes. Sangre, metal y muertos, pudriéndose juntos bajo el ardiente sol de agosto.

Cannas ha pasado a la historia como la mayor victoria cartaginesa, y la mejor muestra del genio estratégico de Aníbal.

Roma se desesperó. Sin embargo, empezaba a ser el coloso en el que se convertiría: reforzó sus defensas, volvió a hacer levas, sacó a todos los criminales de las cárceles, entrenó esclavos, y se preparó para la siguiente batalla.  Como tantas veces suele ocurrir en la vida, puedes ganar las batallas y perder la guerra: tan solo 14 años más tarde Cartago fue definitivamente derrotada en Zama. Pero eso, es otra historia.

Autora: Natalia Suárez Acero para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

Historia de Roma de Indro Montanelli Cannas de Mark Healey

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