Revista Cultura y Ocio

La batalla de Kursk

Por Liber

En este artículo analizaremos uno de los mayores puntos de inflexión de toda la Segunda Guerra Mundial: la batalla de Kursk, sinónimo del mayor combate de carros blindados registrado en la historia militar reciente. Tras esta batalla, el Tercer Reich perdió el liderazgo en el frente oriental y pasó a adoptar una postura defensiva, tendencia que ya no se lograría revertir durante el resto de la contienda en Europa.

Todo empezó con la Operación Barbarroja

Captura de un Panzer III el 21 de junio de 1943. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 101I-022-2922-14 / Kipper / CC-BY-SA

Captura de un Panzer III el 21 de junio de 1943. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 101I-022-2922-14 / Kipper / CC-BY-SA

Con la agresión de la Alemania de Hitler contra la Unión Soviética de Stalin en junio de 1941, el Führer había tenido unos meses iniciales muy satisfactorios, conforme al plan que había trazado inicialmente: una ambiciosa campaña de Blitzkrieg o guerra relámpago. A pesar de que la Operación Barbarroja había comenzado un tanto tarde y pese a haber despreciado en cierta manera la capacidad de resistir del pueblo ruso, lo cierto es que la Wehrmacht disponía de una preparación mucho mayor y de unos recursos logísticos superiores. El apoyo de la Luftwaffe alemana, el factor sorpresa propio de la estrategia militar de Blitzkrieg y la pésima organización soviética hicieron posible avances iniciales de más de 40 km cada día. Para finales del verano de 1941, las tropas de Hitler se encontraban a apenas 100 km de Kiev, Smolensko y Leningrado. Pero lo cierto es que un giro no calculado de los acontecimientos cambió por completo la velocidad de penetración alemana dentro del territorio soviético.

Adolf Hitler, que se consideraba a sí mismo un comandante sin parangón, en parte debido a decisiones militares muy acertadas durante el principio de la Segunda Guerra Mundial (aunque también con sus errores), se empecinó en adoptar personalmente el control de los ejércitos alemanes del frente del Este. Se empeñó en, aparte de capturar la ciudad de Leningrado, mandar al Grupo de Ejércitos Sur a hacerse con los jugosos y vastos pozos de petróleo del Cáucaso y enviar al Grupo de Ejércitos Centro hacia Smolensko y directamente a Moscú, con orden de capturarla antes de la llegada del terrible invierno soviético. El Führer, para sorpresa de todos, decidió tomar una decisión extraña, que contravenía el criterio de todo el Alto Mando nazi. Ordenó que se parase el avance sobre Moscú para reforzar al Grupo de Ejércitos Sur, que se encontraba enzarzado en duros combates en la ciudad de Kiev.

Adolf Hitler estaba empeñado en capturar Kiev, pero debido a la feroz oposición de la población civil, el asedio de la ciudad se prolongó hasta octubre, con lo que se produjo una gran ralentización en la ofensiva rumbo a los pozos del Cáucaso. Inevitablemente pues sobrevino el invierno y no sabía logrado llegar al objetivo previsto en el este. Por su parte, el IV Ejército se hallaba a las mismísimas puertas de la capital rusa, pero por culpa del desacertado refuerzo de tropas a favor de Kiev y en detrimento de Smolensko, se produjo un parón al haber una carestía a nivel de suministros. Si las tropas de la Wehrmacht se  hubiesen concentrado en el primer objetivo desde un principio, se habría conseguido impedir el traslado de las líneas de producción soviéticas más allá de los Urales, dinamitando así por completo toda capacidad de resistir, más allá de a corto plazo y de manera limitada, de los efectivos de Stalin.

Cabe destacar que los rusos fueron muy afortunados, dado que en ese año, el terrible General Invierno hizo acto de presencia antes de lo esperado y destacó por ser especialmente agresivo,  por lo que toda esperanza nacionalsocialista de una campaña rápida quedó totalmente desbaratada. Y a todo esto hay que sumarle que la invasión de los Balcanes se había saldado con un retraso de toda la campaña rusa durante un mes, factor que terminó siendo también decisivo.

El Ejército Rojo hizo gala de una gran capacidad de regenerarse que volvía locos a todos los oficiales del Tercer Reich. Y es que no  fue para menos: hay que tener en cuenta que hubo más de 500.000 prisioneros de guerra rusos y muertos, contando solamente la batalla de Kiev. Además, los rusos contaban con una baza diplomática: al haberse implementado un tratado de no agresión ruso-japonés, quedaron disponibles abundantes divisiones que hasta la fecha habían estado destacadas en tierras siberianas. Tampoco podemos olvidarnos de los grandes desafíos logísticos a los que tuvo que enfrentarse el ejército de Adolf Hitler: las rutas de abastecimiento eran infernales. Los convoyes de camiones de suministros tenían averías continuamente y, con la llegada del invierno, más de la mitad se habían quedado tirados en la cuneta.

En la Segunda Guerra Mundial, los rusos  destacaron por ser los reyes del engaño y los nazis por ser excesivamente crédulos con ellos. Por ejemplo, los rusos habían logrado interceptar las comunicaciones nazis y estaban al corriente de la Operación Ciudadela (conocida popularmente como la batalla de Kursk), pero consiguieron engañar con astucia a los alemanes, logrando que estos creyeran que no tenían ni idea de la amenaza que se cernía sobre ellos, mientras buscaban refugio para sus unidades de ataque y defensa, al mismo tiempo que construían y diseñaban intrincadas trincheras. La ineptitud de los alemanes a la hora de preservar sus comunicaciones a salvo y su negativa continuada a aceptar que podían ser engatusados por miembros de las que ellos mismos denominaban como «razas inferiores» supuso el motivo principal por el que iban a sufrir una de las mayores debacles de toda la Segunda Guerra Mundial.

En 1942, tras la reorganización de los efectivos rusos,  la expulsión de las tropas de la Werhmacht de Moscú y la cierta estabilización de las líneas del frente qe se había producido en invierno, los alemanes intentaron finalmente lanzarse a por la conquista del Cáucaso. Ahora bien, una vez más, las desaveniencias entre el Führer y su Alto Mando, solo consiguieron que la denominada como Operación Azul  terminase siendo un pésimo avance ofensivo que se saldó con la ratonera de Stalingrado, en la que las imponentes unidades del VI Ejército quedaron diezmadas.

El Generalfeldmarschall Erich von Manstein logró, pese a todo, hacer frente al contraataque procedente de Stalingrado, llegando incluso a avanzar sobre Jarkov durante marzo de 1943. En ese momento, le propuso al Alto Mando tenderle una emboscada al Ejército Rojo, que consistiría en atraer a las tropas soviéticas hacia lo que quedaba del VI Ejército de la Wehrmacht, que terminaría con una maniobra de bolsa destinada a capturar a los soviéticos en la cuenca del Donetz. Adolf Hitler, poco amigo de las ofensivas envolventes, rechazó el plan y centró su atención en Kursk, un entrante que había en el frente ruso.

Panzer V Panther rumbo al Frente Oriental. Al final su papel en la batalla del Kursk fue menos relevante de lo esperado. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 183-H26258 / CC-BY-SA

Panzer V Panther rumbo al Frente Oriental. Al final su papel en la batalla del Kursk fue menos relevante de lo esperado. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 183-H26258 / CC-BY-SA

Panzer VI Tiger en pleno proceso de recarga de munición durante la batalla de Kursk. Fuente y autoría:  Bundesarchiv, Bild 101I-022-2948-23 / Wolff, Paul Dr. / CC-BY-SA

Panzer VI Tiger en pleno proceso de recarga de munición durante la batalla de Kursk. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 101I-022-2948-23 / Wolff, Paul Dr. / CC-BY-SA

Pero el problema era la propia obviedad del objetivo. Además, los rusos no solo lograron anticiparse al ataque, sino que tuvieron otra inesperada ayuda: el Führer quería que los nuevos modelos de tanques Panzerkampfwagen V Panther llegaran a la batalla, así que la operación se retrasaría hasta julio por este motivo. Vatutin y Rokossovsky, ambos generales, decidieron immplementar numerosos cinturones defensivos. Asimismo, disponían de planes de retirada escalonada a medida que los nazis fueran penetrando. Los soviéticos eran conocedores de que la ofensiva iba a proceder del gran número de carros de combate que se habían congregado en la zona. Cuando la Wehrmacht arrancó la Batalla de Kursk (Operación Ciudadela) el 5 de julio de 1943, más un millón de artefactos anticarro causaron estragos entre las columnas de blindados. Por otra parte, las unidades de aviación y artillería soviéticas, equilibradas en este punto con las de la Luftwaffe (que al principio de la campaña rusa eran mucho peores que las alemanas) causaron aún mayores daños en las baterías de artillería de respaldo nazis.

A pesar de que los carros Panzer no habían dejado de ser un arma impresionante, especialmente cuando contaban con el respaldo de la aviación alemana, el hecho de carecer en la Batalla de Kursk de unidades de infantería suficientes se tradujo en que la infantería soviética lo tuvo fácil a la hora de diezmarlos con sus potentes armas anticarro o, directamente, con sencillos cócteles molotov incendiarios. Otro factor que decantó la balanza a favor de las tropas de Stalin fue el escaso número de unidades Panzer (en concreto, escasez de blindados Panzer V Panther y Panzer VI Tiger). Además, presentaron problemas inesperados que truncaron lo que se prevía como una gran entrada en acción. Por ejemplo, en el primer día de la batalla de Kursk, más de la mitad de estas nuevas unidades blindadas tuvieron averías por sus sistema de refrigerado.

T-34 destrozado tras los combates en Prochorowka. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 101I-219-0553A-36 / Koch / CC-BY-SA

T-34 destrozado tras los combates en Prochorowka. Fuente y autoría: Bundesarchiv, Bild 101I-219-0553A-36 / Koch / CC-BY-SA

El 12 de julio de 1943, los nazis pensaban que se encontraban ya al final de los cinturones de defensa desplegados por el Ejército Rojo. Pero lo cierto es que se llevaron una sorpresa mayúscula al adentrarse en Prochorowka, donde se toparon directamente frente a una división entera de imponentes tanques T-34 rusos. La batalla de Kursk, que pasaría a la Historia como la mayor batalla de tanques  (900 blindados rusos contra 400 blindados alemanes) se saldó con un empate técnico, aunque supuso un brutal golpe para el orgullo alemán, que creía ciegamente en una victoria segura tras los primeros varapalos de la Operación Barbarroja. El 17 de julio de 1934 fue un momento clave para la moral de los alemanes: fueron testigos del traslado inmediato de todas las unidades blidades al frente que se había abierto en Sicilia. Se había pasado de una actitud ofensiva a una de defensa que ya nunca se invertiría hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

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