Gravelinas, 8 de agosto 1558.
En las proximidades del castillo de proa se habían agolpado varios cuerpos.
Me pareció distinguir una cara conocida entre ellos.
Me fijé algo mejor y me dio un vuelco el corazón al reconocer al pequeño de los Mendoza, con las tripas derramadas por el suelo, intentando recogérselas con cara de súplica.
Por un instante me miró y en sus ojos percibí la desesperación de quien se sabe servido para siempre, pero no quiere dejar escapar el último hálito de vida.
Estuve tentado de dejar mi arcabuz y acudir en su ayuda, aunque fuera para reconfortarlo en un último instante, pero cuando volví a mirarlo había caído sobre sus propias entrañas y yacía muerto como tantos otros.
Serían las 16:00h cuando nos dimos por perdidos...
Nuestra disciplina y nuestra fe se quebraron definitivamente cuando vimos que cada vez más barcos acudían a darnos guerra.
Ya no había más que hacer en aquel mar inhóspito, a la altura de Gravelinas, donde nos habían descuartizado poco a poco sin que pudiéramos más que defendernos lo mejor que nos fue dado.
Fuente:
- "'La colina de las piedras blancas' -José Luis Gil Soto".
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