Revista Espiritualidad
El día que nací y siguiendo la Tradición de todos los mundos a la que también están obligados hadas y brujas, duendes y demás habitantes del mundo intermedio, llegaron cada uno para regalarme su particular bendición.
Vale que según iba descubriéndolas al paso de los años no todas me lo parecieron. Algunas más bien tenían el olor nauseabundo de las maldiciones. Y lo eran. Otras no.
La de enero me regaló el don de poner calor donde todo era invierno
La de febrero, el aprecio por los genios de la mente
La de marzo, que sea mi amigo el viento
La de abril me aseguró que opinara yo lo que opinara en el primer momento, cualquier agua que me alcanzara sería de verdad una lluvia de bendiciones
La de mayo, cotillear con las flores y el permiso de comer sus hojas y tallos sin intoxicarme
La de junio, el intermedio de una nada dulce entre dos todos
La de julio, la confianza imprescindible para que el amor lo sea y te sea ajena la guerra
La de agosto, recolectar y repartir
La de septiembre, guardar para repartir
La de octubre, el dulce entretenimiento de recordar pasado, presente y futuro
La de noviembre, soltarlo todo
La de diciembre, soñar de nuevo......
La última..... volver a empezar
Y como me concedieron poner calor donde el invierno congela, desconozco el frío
Como me concedieron apreciar los genios, las fronteras del conocimiento son el campo donde libro mis batallas
Como me concedieron la amistad del viento, él se encarga de soplar mis penas
Como me concedieron la lluvia, las bendiciones me empapan
En la nada me reparo
En la confianza me abandono
Recolectando, reparto
Al guardar, conservo
Con los recuerdos, construyo el pasado
Porque suelto, libero
Con los sueños, construyo el futuro
Al volver a empezar, me confundo con lo infinito y eterno que siempre vuelve y nunca llega.
Todas prometieron que en el más profundo de mis sueños un beso me despertaría.
¿O dijeron que con una sola palabra bastaría?