Revista Humor

La bella durmiente

Por Jerjes Ascanio
La bella durmienteLa encontró en la habitación más alta de la casa. Finalmente, tras respirar el polvo y la humedad del lugar, se halló en el umbral de la puerta de su santuario.
Sobre el terciopelo verde oscuro de la cama, el cabello pajizo de la muchacha se extendía largo y liso, y el vestido, que formaba holgados pliegues, revelaba los pechos redondeados y las formas de un cuerpo juvenil.
Abrió las ventanas cerradas. La luz del sol resplandeció sobre ella. Él se acercó un poco más y soltó un ahogado suspiro. El vestido se le había pegado al cuerpo y marcaba el pliegue entre sus piernas, permitía adivinar la forma de su sexo.
Saco su navaja y, deslizando cuidadosamente la hoja entre sus pechos, rasgó con facilidad el tejido del vestido de arriba abajo, esté quedó abierto hasta el borde inferior. 
Separó las dos mitades de la ropa y la observó. Los pezones eran del mismo color rosáceo que sus labios, y el vello púbico era castaño y más rizado que la larga melena lisa que le cubría los brazos hasta llegar casi a las caderas por ambos costados.
Alzó con suma delicadeza el cuerpo de la joven para liberarlo de todas las ropas. El peso de la cabellera pareció tirar de la cabeza de ésta hacia atrás. Ella quedó apoyada en los brazos de él al tiempo que la boca se abría un poco más.
La recostó suavemente. Puso la mano entre las piernas de ella con el pulgar en lo alto del pubis. Ella no profirió ningún sonido. Como si fuera posible gemir en silencio. Pero mostró placer con la actitud de su cuerpo. Él sintió la caliente humedad de su sexo contra su mano.
Le apresó ambos pechos y los chupó suavemente, primero uno y luego el otro. El deseo le había invadido con fuerza, casi dolorosamente.
Se subió sobre ella y le separó las piernas, mientras pellizcaba suave y profundamente la blanca carne interior de los muslos. Introdujo su miembro sosteniendo a la princesa erguida para poder llevar aquella boca hasta la suya y, mientras se abría paso a través de su inocencia, le separó la boca con la lengua, la beso.
Le chupó los labios, le extrajo la vida y se introdujo en ella. Cuando él sintió que su simiente explotaba dentro del cuerpo de ella, la joven gritó.
Luego sus ojos azules se abrieron. ¡Bella!, le susurró él. Ella cerró los ojos, con las cejas doradas ligeramente fruncidas en un leve mohín mientras el sol centelleaba sobre su amplia frente blanca.
Le levantó la barbilla, besó su garganta y, al extraer su miembro del sexo comprimido de ella, la oyó gemir debajo de él.
La muchacha estaba aturdida. La incorporó hasta dejarla sentada, desnuda, con una rodilla doblada sobre los restos del vestido esparcidos encima de la cama.
Te he despertado, querida mía, le dijo. Has dormido muchos años, ahora vuelve a la vida. Ella se tapaba los pechos con las manos. Su larga y lisa cabellera dorada, espesa e increíblemente sedosa, caía a su alrededor, abriéndose sobre la cama.
La joven reclinó la cabeza de manera que el pelo cubriera su cuerpo. Pero lo miraba fijamente. Él se sorprendió al ver aquellos ojos carentes de miedo o malicia. Estaban abiertos de par en par, sin expresión alguna.
De pronto y como impulsada por un resorte, la muchacha salto de la cama corriendo por la habitación gritando. ¡Auxilio! ¡Violación!...

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