Por Hogaradas
Me subí a aquel autocar con la ilusión y las ganas de todo el que va iniciar un viaje, pero también con el temor a todas aquellas personas desconocidas para mí, a excepción de mi amiga Raquel; el temor y las dudas se disiparían pasadas solamente un par de horas, una vez que descubrí que no podía haber elegido mejores compañeros de viaje.
La colonia verde como el color de su envase siempre me recuerda aquel hotel de Niza, el paseo por la playa donde cogí una piedra en la que escribí la fecha y el nombre de la ciudad y que guardo con celo en un cajón, y el Hotel Negresco y los caballitos de carrusel que adornaban uno de sus salones, los cuales pudimos ver perfectamente desde el exterior.
La “bella Italia” estaba cada vez más cerca, y como un gran vaso de cerveza en una calurosa mañana de verano, estábamos dispuestos a bebérnosla de un sorbo, con la premura y la impaciencia de la juventud que en aquella época nos acompañaba.
Con Paco recorrí uno de los mercados de Florencia, en un día ajetreado en el que con el plano en la mano nos afanamos por no perdernos ni un rincón de una de las ciudades más bellas que he visto jamás. Desde aquella explanada en lo alto, descubrimos sin ninguna duda una de las vistas más impresionantes y bonitas de la ciudad, con la catedral y la enorme cúpula de Brunelleschi irguiéndose majestuosas. El conjunto cubierto de mármoles de colores que forman la catedral, el baptisterio y la torre campanario lo recuerdo como una de las imágenes más bonitas e impactantes que he visto jamás, unas auténticas obras de arte para deleite de todos los ojos dispuestos a contemplarlas.
Aquel mercado florentino fue un paseo delirante con la mejor compañía, la de Paco, a quien tuve la suerte de conocer y disfrutar durante aquel viaje y que se convirtió en el compañero perfecto, provocándome mil y una carcajadas con su enorme ingenio. De allí salí con unas de mis primeras compras, entre ellas un paraguas naranja con lunares negros que todavía conservo, y que junto con el resto de regalos comenzó a llenar una maleta que todas las noches al llegar abría para ver todas las novedades. Una de las últimas noches, en Venecia, Raquel bromeaba conmigo ante el espectáculo que soponía el despliegue de cosas que fui poniendo encima de la cama cuidadosamente, sumando la inquietud que me producía el no tener cerca a los destinatarios de aquellos regalos que con tanto mimo había adquirido para ellos.
Florencia la recuerdo hermosa, Roma grandiosa y Venecia diferente, aunque reconozco que sentí una cierta decepción al llegar a esta última; no cabe la menor duda que el hecho de pasar la noche de viaje en el autocar, e intentar desperezarme con un chorro de agua fría en un baño de una cafetería de la Plaza de San Marcos, tuvieron mucho que ver en ello. Allí, en uno de los escalones de la Plaza nos preparamos un riquísimo bocadillo de mejillones en escabeche, mientras la gente iba y venía, las palomas revoloteaban a nuestro alrededor y la música amenizaba las terrazas llenas de turistas.
De aquel viaje traje un montón de amigos, y recuerdos de momentos inolvidables en lugares a los que algún día me gustaría regresar de nuevo.
Begoña ayer me dijo que soy una soñadora, y es cierto, por eso esta noche he soñado con ellos y hoy me he levantado para volver a revivir mi sueño, esta vez ya despierta. Ojalá nadie me quite nunca ni la capacidad ni la felicidad que me producen mis sueños, porque dicen que a veces se hacen realidad, y solamente entonces soñando podremos alcanzar todos nuestros deseos..