Pedro Paricio Aucejo
Desde pequeña, santa Teresa de Jesús poseyó arraigadas cualidades lectoras. Su avidez por los libros fue propiciada por el ambiente familiar de su infancia. En el hogar paterno, la futura Doctora de la Iglesia leyó libros de caballerías, pero también vidas de santos, con las que inició una larga trayectoria de habituación a los temas religiosos. Esta tendencia fue incrementada por la influencia de las monjas agustinas del prestigioso monasterio abulense de Nuestra Señora de la Gracia, con las que vivió casi año y medio como alumna interna. Ya de joven, la lectura espiritual fue uno de sus auxilios habituales, figurando entre sus escritos preferidos los de san Jerónimo, Francisco de Osuna, san Agustín, Bernardino de Laredo, Kempis…
Además de los asuntos bíblicos contenidos en este bagaje literario, la carmelita castellana acrecentó su saber sobre esta temática gracias a la atenta escucha de la predicación de la Palabra de Dios y del asesoramiento espiritual de los acreditados consejeros eclesiásticos con quienes contactó (Alcántara, Báñez, Borja, Gracián, Juan de la Cruz…), que dejaron una profunda impronta en su espíritu. De esta forma, Teresa accedió a lo largo de su vida al conocimiento de las verdades bíblicas desde fuentes muy diversas.
En un tiempo en que las mujeres no tenían acceso directo al texto sagrado, la empatía entre la descalza de Ávila y la Escritura fue, sin embargo, total, como señala el profesor Secundino Castro¹. La lectura de sus obras pone de relieve la gran carga bíblica que contienen: por el número de citas explícitas e implícitas, por su contenido temático y por sus incontables reminiscencias de la Palabra de Dios. Pero es en la comprensión de la existencia teresiana y en las categorías bíblicas en que se enmarcó donde se percibe especialmente la presencia de la Escritura, con la que, al ser expresión de la verdad de Dios en orden a la salvación del género humano, deben confrontarse –según Teresa de Ahumada– todas nuestras actitudes religiosas.
Esa percepción de la Biblia como verdad se le acentuó cuando en una revelación oyó del mismo Dios estas palabras: “Todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad”. Más aún, para Teresa, la verdad bíblica concretada en Cristo sustenta todas las verdades (“Acuérdome de Pilato lo mucho que preguntaba a nuestro Señor cuando en su Pasión le dijo qué era verdad y lo poco que entendemos acá de esta suma Verdad”). Pero la mística española no se quedó en el principio de autoridad de la Escritura –por el que todas las experiencias de fe deben ser confrontadas con sus enseñanzas–, sino que vio en ella el origen de su propia vivencia personal.
Ello sucedió a partir de 1559, cuando quedaron prohibidos numerosos volúmenes de devoción escritos en lengua romance. En esa fecha se le abrió el horizonte del ´libro vivo de Cristo´, que le suministró un conocimiento nuevo y más profundo que el de la Biblia de papel (“ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros… Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades”). Teresa se percató de que este libro encarnado era fuente de experiencia porque de él extraía el diálogo relacional que le permitía llegar a beber del agua viva que el Señor prometió a la Samaritana. De este modo, el relato bíblico ya no es solo una realidad histórica: está siempre presente, viva y abierta en el espacio y el tiempo.
Teresa experimentó también la Escritura como palabra eficaz, que le otorgó consuelo y paz (logró aceptar su enfermedad “por haber leído la historia de Job en los Morales de san Gregorio”), pero también le permitió explicarse a sí misma: numerosas veces acudió a una cita bíblica, a un pasaje o a un personaje en el que se veía reflejada para entender sus ardientes deseos de amor de Dios, su desasosiego, su soledad extrema después de los arrobamientos y éxtasis… Igualmente, la Biblia –en especial los textos que hacían referencia a la vida de Cristo– le permitió discernir los sentimientos de su alma a la hora de decidir su propia vocación religiosa.
En definitiva, según el citado carmelita descalzo², es en este contexto en el que hay que situar cuanto hace Teresa con su actividad mística, pues su contemplación de la Escritura estuvo derivada de la asunción profunda de las categorías bíblicas y la perfecta incorporación de estas a su vida y a su discurso.
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¹Cf. CASTRO SÁNCHEZ, Secundino, “Teresa, discípula y maestra de la Palabra”, en CASAS HERNÁNDEZ, Mariano (Coordinador), Vítor Teresa. Teresa de Jesús, doctora honoris causa de la Universidad de Salamanca [Catálogo de exposición], Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca (serie Catálogos, nº 213), 2018, pp. 21-39.
²Op. cit., pág. 30.
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