Ser cristiano se asocia con el rechazo del aborto. Esta es una postura común entre las diferentes iglesias. No obstante, si con la homosexualidad había rechazo sin que la Biblia la condenase y sin que la iglesia tuviera que verse obligada a despreciarla, ¿podría ocurrir lo mismo con el aborto?
Para empezar, la Biblia no habla en ningún momento sobre el aborto. Las conclusiones se deben realizar a partir de interpretaciones de los textos que podrían llegar a aplicarse en este tema. A nivel general se suelen mencionar los 10 mandamientos y su "No matarás". Si bien es una norma bastante directa, eso no ha impedido a la iglesia, por ejemplo, iniciar cruzadas con la posibilidad de obtener beneficios. Es una muestra más de que la obligación es relativa y está condicionada a unos intereses. A pesar de ello, se puede defender que sigue siendo un pecado. Al fin y al cabo, matar es moralmente indeseable, independientemente de la religión. La cuestión es que el mandamiento originalmente dice que no asesinarás (Hebreo: רצח, r-ṣ-ḥ), implicando malicia, como en un homicidio. Este no se refiere a matar a un animal, a un enemigo en la guerra, en defensa propia, por misericordia o como sacrificio humano, aunque este último es repudiado en otras normas.
Un fragmento citado habitualmentes es Éxodo 21:22-25, donde se cita la ley del Talión:
Si algunos riñeren, é hiriesen á mujer preñada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, será penado conforme á lo que le impusiere el marido de la mujer y juzgaren los árbitros. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
El problema aquí es su inespecificidad y ambigüedad. Si en una reyerta, donde no se especifica si entre dos o más individuos o su sexo, uno o varios de ellos provoca un aborto o un parto prematuro, dañando o matando a la mujer o a su hijo, se responderá castigando proporcionalmente al culpable.
La ley del Talión era común en otros reinos de la misma época y región. En las leyes correspondientes actúan en relación a la hija embarazada del cabeza de familia, no a la esposa. En Babilonia, el código de Hammurabi señalaba que si un cabeza de familia daña a la hija de otro cabeza de familia, provocando que "caiga el fruto de su vientre", debía pagar 10 siclos. Sin embargo, si la hija muere, la hija del responsable también será ejecutada. Esto era aplicable siempre que no fuera hija de un esclavo o de un plebeyo, en cuyo caso, por el mismo delito, tan solo debía pagar una multa por la muerte de la hija, pero no por el feto.
El código hitita también establecía una compensación económica que dependía de la posición del padre de la embarazada. En el código asirio medio, el hombre que provoque el aborto también es condenado, pero requiriendo una compensación tanto por la madre como por el hijo. En tal caso, si un padre de familia hace abortar a la esposa de otro, entonces este último podrá responder de la misma manera sobre la esposa del primero. Además de perder un futuro hijo, debe compensarlo entregándole otro, tanto si la mujer muere como si no. Si en el acto delictivo muere la mujer o si esta aborta y su esposo no tiene hijos, el responsable sería ejecutado. Existe una excepción. Si el feto perdido era una niña, tan solo debe entregarle un hijo propio.
Teniendo en cuenta las leyes de su entorno, podemos razonar que actuaban acorde al daño a la madre, no al feto. Aún así sucede como imprevisto de una pelea, un aborto espontáneo, no como un procedimiento planeado. Por ello se considera que esta cita no habla del aborto y que realmente no sirve ni como defensa ni como crítica a este.
El libro del profeta Jeremías tiene varios fragmentos relativos al tema. Jeremías 1:5 dice:
Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que salieses de la matriz te santifiqué, te dí por profeta á las gentes.
En primera instancia podría pensarse que Dios reconoce la existencia del feto como persona, pero hay que tener en cuenta que en la Biblia abundan las metáforas y sus textos no tienen que interpretarse literalmente. De hecho, el propio Jeremías pide no haber nacido, de forma similar a como Moisés, Elías y Jonás desearon morir, sin que esto signifique que defienden el aborto y el suicidio ni consideren su deseo aplicable a los demás. El fragmento citado presenta una idea que no mencionada en ninguna otra parte de la Biblia. Tampoco se sabe si se aplica únicamente a Jeremías o también a todos los humanos, ni si un aborto minaría el plan divino o, por el contrario, la voluntad de Dios lo protegería de tales eventualidades, especialmente en el caso de Jeremias cuyo destino estaba sellado.
La respuesta de Jeremías en Jeremías 20:17 lo hace aún más confuso. No obstante, al contrario de lo que ocurre en el Decálogo, el término que usa Jeremías es môtĕtanî, derivado de matar ( mwt), no es asesinar (Hebreo: רצח, r-ṣ-ḥ). En la Biblia, este término solo se usa de forma malintencionada en un salmo donde no se describe la forma de matar. Esto implica que al hablar del aborto, la Biblia habla de matar, no de asesinar, por lo que no iría en contra de los Diez Mandamientos.
Por otra parte, Job también pide no haber nacido ( Job 3:3, 10-11, 16), aunque en el último versículo utiliza el término nepel (נֶפֶל), que puede significar tanto aborto como nacido muerto. Además en Eclesiastés 4:1-3, sin apoyarlo, se plantea la posibilidad de estar mejor muerto o sin haber nacido. Incluso en Eclesiastés 6:3, se dice que, para un hombre longevo con cientos de hijos, si no se hartó del bien y no tuvo sepultura, era mejor no haber nacido. Estos pasajes revelan que la vida no tiene valor por sí misma y, aunque asesinar va contra los mandamientos, no hay ninguna mención explícita que prohiba el aborto.
La cuestión más espinosa es determinar cuando empieza la vida. Desde el punto de vista científico, esta cuestión sería irrelevante, porque en ningún momento el embrión, el espermatozoide o el óvulo están muertos o inertes, por lo que las cuestiones éticas deberían tomar otros derroteros. Sin embargo, en la Biblia la diferencia entre la vida y la muerte está en la respiración. Dios dio vida a Adán con el aliento de vida ( Génesis 2:7) y se las arrebató a las víctimas del diluvio ( Génesis 6:17; 7:15, 22), siendo una expresión común en las fuentes J y P. Al aparecer la expresión en varias fuentes, es probable que en Israel se usase los términos aliento y vida como sinónimos, como ocurre en Isaías y Job. De hecho, en hebreo, tanto espíritu (רוּחַ, rúaħ, "viento/aliento"), como alma (נְשָׁמָה nəšâmâh, cuya raíz significa "respirar") y ser vivo (נֶ֫פֶשׁ nép̄eš, alma, yo, ser vivo) tienen una raíz referida a la respiración. Por lo tanto, para los autores bíblicos la vida comienza probablemente en el nacimiento.
En el cristianismo, el aborto se menciona ya en el Didaché, donde se cita el Decálogo para prohibir el aborto y el infanticidio. El Apocalipsis de Pedro sitúa tanto a las madres como a los niños abortados en el infierno. Por lo general, los primeros autores cristianos, como Atenágoras de Atenas (133-190) y Tertuliano (c. 160-c. 220), en sus respectivas apologías, rechazan tanto el aborto como el infanticidio. Este último considera que el cuerpo tiene alma desde el momento de la concepción y además el niño es totalmente inocente hasta los 14 años. Este alma estaría inactiva hasta que despierta con el culto a Dios. Para Ireneo, el alma despierta cuando es capaz de exaltar a Dios. En consonancia con Aristóteles, Agustín de Hipona (354-430) creía que el feto adquiría el alma a los 40 días de la concepción si era niño y a los 80 si era niña. A pesar de esto, criticaba el aborto incluso en este periodo porque afectaría al matrimonio, considerándolo un homicidio que despoja a este de su potencial.
Esta visión, no reflejada en la Biblia, no era más que una extensión de las costumbres judías que, como mostraba Filón de Alejandría (20 a.C.-40 d.C.), veían en el aborto deliberado una inmoralidad. Para los judíos también era un tema que incitaba al debate, ya que había defensores tanto de que la adquisición del alma ocurría en la concepción, en la formación como en la concepción, aunque la opinión mayoritaria señalaba la formación a los 40 días para ambos sexos. Más que la moralidad del acto, las opiniones se relacionaban con la necesidad de rituales de purificación. De hecho, se permitían ciertos abortos, e incluso podían establecerse como necesarios. Aunque se considerara vivo, el embrión no tenía derechos legales y se consideraba parte de la madre. Es decir, en una situación de riesgo, salvar la vida ya nacida de la madre tenía preferencia. Esta opinión era la predominante en Palestina, mientras en Alejandría se castigaba en concordancia al estado de gestación. No obstante, ambos condenaban los abortos no accidentales o terapéuticos.
- Friedman, R. E., & Dolansky, S. (2011). The Bible Now. Oxford University Press.
- Sider, R. J. (Ed.). (2012). The early church on killing: A comprehensive sourcebook on war, abortion, and capital punishment. Baker Books.
- Provencher, L. T. (2016). A Historical Analysis of the Early Christian Church Fathers' Opinions Regarding Abortion.
Gorman, M. J. (1998). Abortion and the early church: Christian, Jewish and Pagan attitudes in the Greco-Roman World. Wipf and Stock Publishers.