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En Shanghái me he dado cuenta de que, por un motivo u otro, siempre acabo en las bibliotecas de muchos de los lugares que visito. Me gusta estar rodeada de libros, e incluso disfruto con su ambiente –me agrada el contraste de ver gente y sentir el silencio–.
Una de las tardes que estuve en esta megaurbe fui a ver su biblioteca municipal. No fui sola. A Montse, una de los cuatro compañeros con los que viajaba, también le apetecía visitar el edificio y cotillear por sus pasillos. La biblioteca está situada en un inmueble muy grande pero de arquitectura simple, sin ningún interés turístico, que queda justo al lado de la parada de metro Shanghai Library de la línea 10. Cuando llegamos pensamos que estaban cerrando pues eran las 17.30 de un domingo de agosto y salía mucha gente por la puerta, parecía que la estuvieran echando a la calle en tropel. Sólo era la impresión, la biblioteca estaba muy concurrida. De hecho, el hall se asemejaba a una estación de metro, con muchos carteles y gente andando en todas las direcciones. Nunca he visto tan llena una biblioteca. Personas sentadas en el suelo leyendo, todas las mesas ocupadas y en todos los pasillos había chinos en busca del saber. Bueno, y también algunos en busca del fresquito y la comodidad, ya perdimos la cuenta con el décimo chino que veíamos dormido y en cualquier postura.
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