Revista Arquitectura
El título podía ser metafórico pero nada más lejos de la realidad. En una reciente visita a Madrid por motivos de trabajo me topé con la entrada habitual al edificio de la Biblioteca Nacional, la gran escalinata, cerrada por una valla infranqueable de unos dos metros de altura. A cada lado, las entradas a la planta baja, donde se encuentran la librería, las salas de exposiciones y el auditorio, se encontraban semiocultas bajo sendos andamiajes. Tras la incertidumbre inicial, y viendo que nada indicaba que el edificio estuviese cerrado, caminé bajo el tosco palio formado por uno de los andamios y entré con supuesta normalidad. Allí solicité a un vigilante que me indicase cómo tenía que hacer para acceder a la biblioteca y dí con el <>. Ante lo que a mí me parecía una anormalidad pregunté a uno de los trabajadores del centro a qué se debía tanto cambio y he aquí la respuesta.
La escalinata está cerrada por seguridad ya que hace unos meses la cornisa de la fachada principal comenzó a desprenderse. Los andamios dispuestos ante cada puerta no se deben a que se estén haciendo trabajos de limpieza o consolidación en los paramentos sino que son una medida de seguridad para proteger a los usuarios ante la previsible caída de nuevos cascotes. Las obras en la Plaza de Colón, en la calle Serrano y en el Museo Arqueológico, se confabularon con el paso de los cercanías, el tráfico habitual y el vecino metro y dieron la puntilla a este edificio centenario, que también ha sufrido desperfectos internos, con la caída de placas del hall de mármol. Lo más dramático es que el Ministerio de Cultura, responsable último del inmueble, ya ha adelantado que, de momento, no hay fondos disponibles para llevar a cabo la reparación de los desperfectos y, de paso, las convenientes labores de consolidación. La crisis parece haberse confabulado con la errática gestión que desde hace un tiempo se está haciendo del citado ministerio y, por extensión, del ámbito cultural de nuestro país. Más centrados en oropeles -grandes exposiciones con mejor o peor contenido que den una buena foto a nuestros políticos- y concentrados en malcriar a base de atenciones sobradas y subvenciones injustificables el ámbito del audiovisual, se está dejando de lado el patrimonio histórico-artístico, que es mucho, difícil de sostener y que necesita de muchas atenciones y de un buen plan estratégico que permita conservarlo, explotarlo y proyectarlo hacia donde se merece. Es difícil hacer entender a los políticos la importancia del patrimonio histórico no sólo como bien material sino como huella mueble, inmueble o inmaterial, del pasado de nuestro país e imagen de nuestro presente como sociedad y cultura. El que nuestra Biblioteca Nacional se desmorone no deja de ser una metáfora de en qué nos hemos convertido y, si no se pone remedio, de la dirección en la que vamos.