Antonio Iturbe
Planeta, 2012
Hace tiempo que un libro no me removía por dentro como lo ha hecho este. Y, aunque entiendo que cualquiera puede suponer la desesperanza, el miedo, el sufrimiento y la impotencia que esconden sus páginas, no me ha conmovido por el dolor sino por la esperanza. Y la esperanza de esta historia está en los LIBROS.
Dice Francis de Croisset que “la lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren”, pero también lo es de aquellos que toman el tren equivocado, uno que les lleva a un barracón sucio donde solo se duerme sobre un jergón de paja lleno de pulgas y se cuentan los minutos que la muerte les persigue sin llegar a alcanzarles. Los libros en esta historia son la esperanza de salir de allí sin meterse en el mismo vagón, la única vía de escape para no olvidar que son personas, que pueden cerrar los ojos y poner en marcha los mecanismos de la imaginación, y estar allí pero a la vez no perder la capacidad de estar en otra parte donde el mundo tiene luz y les devuelve la esperanza de iluminar su propia realidad.
Eso es la literatura. Y así lo afirma William Faulkner en la cita que precede a la historia:
“Lo que hace la literatura es lo mismo que una cerilla en medio de un campo en mitad de la noche. Una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver cuanta oscuridad hay alrededor”.
Un libro duro pero necesario, especialmente para aquellos que, como yo, creen que la Historia está hecha de todas y cada una de las personas que le vivieron, y nos la tienen que contar no solo para que no se nos olvide sino también para que no se repita. Y para que nos ilumine.