Revista Psicología

La biotecnología humana

Por Gonzalo

“Dado el gran valor que se otorga a la vida, considero que su protección ante el fallecimiento prematuro o el ofrecimiento de una mayor esperanza de vida saludable representa una obligación manifiesta”. John Harris.

El concepto de que la biotecnología representa una amenaza para los valores humanos (Francis Fukuyama: “Lo que está en juego en última instancia en lo que se refiere a la biotecnología es… la propia base de la moral humana”) no se limita a la ficción.

La biotecnología humana

Embrión humano

Los filósofos que buscan limitar las aplicaciones de la genética ya esgrimen este argumento. Desde la tendencia conservadora, Francis Fukuyama, de la Universidad Johns Hopkins, ha ideado el concepto de un futuro poshumano en el que las modificaciones introducidas en el ADN podrían alterar los sistemas morales y éticos fundamentados en una naturaleza humana universal.

Fukuyama señala que, incluso las aplicaciones de la tecnología genética dirigidas al tratamiento y la prevención de la enfermedad o el sufrimiento, podrían socavar la idea de que hemos sido creados iguales,  un principio fundamental de la democracia liberal.

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Recien nacido

Algunos especialistas en bioética de tendencia conservadora, como Leon Kass, se han hecho eco de sus argumentos, y contemplan la clonación y la ingeniería genética aplicadas a las células germinales como un ataque a la dignidad del ser humano.

Figuras destacadas de la izquierda política, como el filósofo Jürgen Habermas y el experto en medio ambiente Jeremy Rifkin, comparten también muchas de estas ideas, y temen que la biotecnología amenace la ética de la especie que nos hace respetar las vidas, las intenciones y las aspiraciones de los demás seres humanos.

En su libro de 2003 Enough: Staying Human in an Engineered Age (“La humanidad en la era de la ingeniería genética”), Bill Mckibben plantea la posibilidad de que la potenciación de la tecnología conlleve la desaparición del vínculo entre las personas y su pasado, llegando a poner en cuestión el significado de ser humano.

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Mckibben es muy crítico con las técnicas de ingeniería genética aplicadas a las células germinales, y considera que van a hacer que los niños se pregunten si sus logros y sus aspiraciones son realmente suyos o el resultado de impulsos genéticos que les implantaron sus padres.

Un motivo de preocupación es el que las tecnologías genéticas lleguen a estar al alcance  de las personas acaudaladas, creando una línea divisoria marcada por el ADN. Los ricos podrían tener libertad para mejorar sus genomas y los de sus hijos, con objeto de prolongar sus vidas y afianzar sus ventajas sociales.

Los pobres quedarían marginados, estableciéndose así conflictos entre los aristócratas genéticos y el resto. Muchas personas discapacitadas también consideran que este tipo de tecnología les califica como ciudadanos de segunda clase que no deberían existir.

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Los defensores de la biotecnología humana (transhumanistas) tienden a contrarrestar estos argumentos con tres preguntas: ¿por qué no?, ¿estas preocupaciones están realmente justificadas? y ¿sería posible interrumpir este progreso?

Con respecto a la primera pregunta, filósofos como Jonh Harris y Julian Savulescu, autores como Ronald Bailey y Gregory Stock, adoptan una postura liberal. Si los tratamientos con células madre, las técnicas de evaluación genética y los métodos de ingeniería genética son suficientemente seguros y no causan daño a otros individuos, no hay ninguna razón convincente para prohibirlos.

La mayoría de la gente acepta con agrado los medicamentos que pueden incrementar tanto la duración como la calidad de sus vidas y las de sus familiares, y las técnicas que se aplican en el ADN o a la reproducción no van  a ser distintas en ese sentido. La decisión de utilizarlas o no debería corresponder a los individuos, no a la sociedad.

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Reproducción asistida

Con respecto a la segunda pregunta, la respuesta de muchos biólogos y especialistas en ética sería negativa, pero por dos razones muy distintas. Uno de estos grupos, los “transhumanistas”, argumenta que la tecnología genética no debería ser proscrita, sino todo lo contrario.

Si la ciencia puede ayudar a las personas a disminuir su sufrimiento e incrementar sus logros, ¿no es algo positivo? Harris incluso sugiere que no sólo está moralmente justificado diseñar métodos más adecuados para luchar contra la enfermedad y la discapacidad, mejorando al mismo tiempo los cuerpos y las mentes de las personas, sino que es obligatorio desde un punto de vista moral.

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Otras autoridades señalan que muchos problemas relacionados con la genética se deben a que se le atribuye una capacidad excesiva de determinación. Por supuesto, el ADN es importante para la naturaleza humana, pero no la determina igual que lo hace la secuencia de aminoácidos de la insulina.

La condición humana está fundamentada tanto en los genes como en el ambiente. Es imposible reducir las identidades individuales, como tampoco la de nuestra especie, a este o aquel gen. Tal como propuso el escritor científico Kenan Malik, la unicidad de la especie humana radica en nuestra capacidad de ser agentes conscientes.

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Somos seres conscientes

No es probable que haya nunca ningún tipo de técnica de ingeniería genética que pueda anular esta capacidad.

En respuesta a la última cuestión, los transhumanistas insisten en las lecciones de la historia. Una vez inventadas las tecnologías, raramente se han abandonado y nunca durante mucho tiempo.

Si las técnicas genéticas transmiten la esperanza de una existencia mejor, las personas siempre van a querer utilizarlas, y algunas lo van a conseguir. Quizá sería mejor regular estas aspiraciones, en lugar de establecer prohibiciones de carácter impracticable. La dificultad real radica en garantizar un acceso equitativo a todas estas tecnologías.


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