Revista Cultura y Ocio
El 12 de mayo de 1499 se celebró la boda de César Borgia y Carlota de Albret. Días después, como mencionamos en el capítulo anterior, al duque Valentino le fue otorgado el cordón de la Orden Real de San Miguel, el más alto honor que podía recibir un caballero en Francia. Esta renombrada institución le pedia a cambio una obediencia incondicional al rey Luis XII y no oponerse jamás a ningún otro miembro de la orden.
Alejandro VI todavía no sabía nada de la buena nueva. El sumo pontífice aún estaba desalentado por el rechazo sufrido por su hijo de parte de la otra Carlota, la princesa de Nápoles. Además, dudaba que encontrara otra dama que estuviera dispuesta a entregar su mano a su intrépido hijo. Sin embargo, de repente, recibió una grata sorpresa de parte de un caballero del séquito de César. El hombre de confianza del duque de Valentinois se llamaba Juanito García, que había recorrido en unos pocos días la distancia entre Blois y Roma portando el comunicado sobre los esponsales. Juanito pidió una audiencia con el Papa para entregarle la misiva con el escudo de su hijo, en la que éste le anunciaba su matrimonio con una "princesa de Francia", celebrado también en presencia de los recién casados reyes de Francia, Luis XII y Ana de Bretaña.
Fragmento de la obra "La Disputa de Santa Catalina" de Pinturicchio (1492-94). Aposentos de los Borgia en el Vaticano.
Juanito cumplió su cometido lo más rápido que pudo, se había ido de Blois el 13 de mayo y el 23 ya estaba en Roma. La carta de César, debido a las prisas, era breve y concisa respecto a lo que en ella figuraba. El duque añadía en la misma su afecto de hijo obediente y leal, en el que narraba el feliz desenlace en la noche de bodas en el lecho nupcial. Asimismo, para el deleite de Alejandro VI, el mensajero le contaría al detalle los pormenores de aquella fastuosa ceremonia.
Rodrigo Borgia estaba impaciente por saberlo todo y no dudó en hacerle toda clase de preguntas. Dicen algunos exagerados cronistas de la época que el relato duró nada más y nada menos que siete largas horas. Le explicó que la novia de diecisiete años de edad era la joya de la corte de Francia, además de ser la descendiente de una vieja e ilustre familia, establecida entre el Marsan y el valle del Garona. Su padre, Alan de Albret, era el titular del ducado de Guyenne, uno de los más vastos del país galo, y del condado de Gaure y de Castres. Su hermano, Jean de Albret, era rey de Navarra desde 1494. La madre de Carlota, Françoise de Bretaña, también provenía de una ilustre estirpe ya que era pariente de la mismísima Ana de Bretaña, condesa de Périgord, vizcondesa de Limoges y señora de Avesnes. El duque Alan fue incluso el que propuso la unión, no obstante, a lo largo de las negociaciones, se hizo un poco derogar para sacar provecho de la situación.
El duque de Guyenne permitió que los representantes de ambas partes empezaran a acordar el pacto. Luego, expuso sus tajantes condiciones: su hija renunciaría a todos sus derechos de sucesión en su casa, sin embargo, en el caso de que se quedara viuda, por el contrario heredaría todos los bienes de su esposo. Para colmo la dote era más bien modesta: 30 mil libras tornesas, aparte el importe no se abonaría en el acto; se dividiría en varias prestaciones a lo largo de un período de dieciséis años.
César hizo todo lo que estuvo a su alcance para complacer a la ambiciosa familia de su prometida. Le daría a Carlota veinte mil ducados en joyas y grandes favores a sus parientes. Luis XII también contribuyó en el asunto, entregando al propio César la suma de 100.00 libras como parte de la dote que el padre de la novia no se podía permitir. Además, el rey de Francia tuvo que hacerse cargo a su vez de prometer al rey de Navarra el capelo cardenalicio para Amadeo de Albret, otro de los hermanos de la futura esposa.
Carlota de Albret era una joven por la que se mereciera luchar. Bella, inteligente, dama de honor de la reina Ana, educada en su corte. El destino finalmente uniría al toro de los Borgia con el león de los Albret. Ambos escudos se asemejaban entre sí; los dos poseían los colores amarillo y rojo, una combinación explosiva donde las haya. César estaba exultante de felicidad, era todo lo que él siempre había soñado: una dama virtuosa, discreta y dulce. Había arrebatado su corazón con su encanto juvenil y exquisitos modales.
Fragmento de una de las ímagenes de la Epistola de Ana de Bretaña y Luis XII. Manuscrito iluminado por Bourdichon. Primera década del siglo XVI
El contrato matrimonial fue firmado en presencia de los reyes de Francia y de los más ilustres nobles de la corte el 10 de mayo de 1499 en el castillo de Amboise. Acto seguido se trasladaron todos a Bois donde se celebrarían los esponsales.
Continuará...
Bibliografía
Catalán Deus, José: El Príncipe del Renacimiento: vida y leyenda de César Borgia, Debate, Barcelona, 2008.
http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorWomen/1500/AnneBrittanyEpstl1D2.html