Domingo lluvioso en el que decides poner un poco de orden en casa y, de repente, al abrir un cajón, te encuentras con un montón de bolsas de tiendas cuidadosamente dobladas, como si fueran un pequeño tesoro, cuando realmente no valen nada, y desprenderme de ellas me cuesta la vida. Un extraño sentimiento de apego a las bolsas me invade, aunque desde ese día estoy un poco más tranquila después de que al comentarlo en Twitter descubriera que no estoy sola.
Bolsas y moda, moda y bolsas, una relación que da mucho de sí. De nosotras con ellas. Las almacenamos y guardamos de un modo que visto por los criminalistas de Mentes Criminales, lo compararían como un trofeo recuerdo de nuestros actos de asesinato a la visa. Las tenemos de varias categorías: de las de andar por casa, de las tiendas habituales; de tiendas caras, de esas en las que compramos muy de vez en cuando por darnos un capricho; y las VIP, de esa tienda en la que cometiste la locura de tu vida y en la que pasarán muchos años antes de que vuelvas a comprar.
Nuestras bolsas son nuestro tesoro, y tienen su lenguaje propio. Cuando quieres agradar, seguro que eliges una del montón bonito para quedar bien. Cuando te da más igual, te pasas media hora buscando porque no tienes claro de que elemento desprenderte. Y no sabes qué te entra por el cuerpo cuando algún individuo ajeno (léase madre/novio/marío) accede a tu colección y utiliza esa bolsa que llevaban guardando tiempo para tirar la basura.
Las hay grandes y pequeñas, aunque las medianas son las mejores. Y si tienen las asas de tela o cuerda, caprice des dieux.. Aunque un lugar importante lo ocupa la llamada bolsa madre, que sirve de alojamiento del resto de bolsas, unas dentro de otras, en una especie de muñeca rusa. La bolsa madre en ocasiones puede pasar a realizar funciones de alojamiento de cambio de temporada en el altillo de tu armario, asegurándose una jubilación placentera.
Quien no tenia su bolsa deluxe en la adolescencia para llevar la ropa de gimnasia; quien no ha comprado y ha hecho la devolución en otra bolsa para quedarse con el trofeo (yo confieso que lo hice con la de la colaboración de Cavalli con H&M, pero es que la bolsa era preciosa!); quien tiene una bolsa, tiene un tesoro.
Lo nuestro con las bolsas es digno de estudio, pero lo de las dependientas tampoco se queda atrás. Ellas, las mismas que cuando compras una camiseta de licra te dan una bolsa enorme; y que cuando te dejas medio sueldo en una compra te guardan todo hecho un gurruño en una bolsa enana; las mismas que les da por aprovechar las bolsas de rebajas cuando tú estás comprando del rinconcito ordenado. Y que te hacen sentir Julia Roberts en Pretty Woman cuando te envuelven tu compra y te cierran la bolsa con un lacito.
Muchos verán en ellas un simple trozo de papel o plástico. Pero para nosotras es mucho más. Tanto que tenemos que terminar acudiendo a otra persona para que tire bolsas por nosotros, porque no somos capaces de elegir las nominadas y quien abandona la casa. La suerte es que la mayoría volverá a nuestras vidas en la siguiente compra.
¿Compartes conmigo este Diógenes bolsil? ¿Qué tienen las bolsas que despiertan esta atracción? ¿Cuál es tu mayor tesoro?
PD. En este post he recogido los tweets que compartisteis conmigo el pasado domingo, muchas gracias a todas! Y sobre todo a @CarolaimZarista y @boticapop que me pasaron la idea de las bolsas enmarcardas, imágenes con las que decoro el post. ¡Me lo apunto para el día que tenga un vestidor!
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Autor:
Cameron