(semana 48 del #52RetosLiterup: A tu protagonista le han perdido la maleta. Escribe el relato en clave de terror.
«Próxima parada: Puertollano». Perfecto, ya hemos llegado, pensé que el trayecto se me haría más largo. Apreté fuerte mi bolso de mano entre las piernas, mientras me incorporaba levemente para acomodarme el abrigo. Metí la mano en el bolsillo para comprobar que todo seguía en orden. Ya me podía acercar despacio a la puerta de salida, nunca me gustó tener que esperar para bajar del tren.
A pesar del frío que hacía, no me pensaba poner los guantes, necesitaba sentir el tacto de mi bolso en los dedos, me daba tanta seguridad. notaba (con razón) cómo todo el que me cruzaba me miraba de forma extraña, pero mi paso se mantenía a un buen ritmo constante. Si ya nada me había detenido, nadie iba a hacerlo.
Al llegar al final de único tramo de escaleras mecánicas que me tocó bajar, sentí un fuerte crujido en el tobillo. No me lo podía creer, no podía ser, ¿me lo había roto? El indescriptible dolor que comenzó a latir en mi interior me decía que, sin duda, sí. Intenté apretarlo para aplacar aquella sensación que me estaba martilleando los sentidos, al tiempo que cogía mi móvil e intentaba llamar a Carlos. Seguro que él me podía ayudar, y evitábamos montar un numerito.
Pero Carlos no cogía, y alguien ya estaba llamando al 112. «Perfecto, están por aquí entonces, pues mejor porque tiene el pie completamente dislocado». Fantástico.
Cuando me colocaban en la camilla, pedí que pusieran mi bolsa entre mi cuerpo y la pared. Mientras me manoseaban el tobillo como si fuese masa madre podía sentirla, y eso me tranquilizaba. Noté un pinchazo y cómo un rayo de calor me recorría el cuerpo. «Seguro que ahora empiezas a notar que baja la intensidad del dolor». Pegué mi cuerpo todo lo que pude a la pared y asentí, mientras confirmaba con mis lumbares que mi bolsa seguía ahí.
Carlos llamó por fin, y rápidamente le puse al día. Llegó a la puerta del hospital prácticamente al tiempo que nosotros. «Coge la bolsa», le dije, clavando mi mirada en la suya, para que entendiera que eso era lo que de verdad había venido a hacer. Enarcó un poco las cejas y pareció entenderlo: «Claro, sí. Te llamo luego desde la oficina entonces». «Eso es, Carlos, en cuanto confirmes que todo está en orden por allí». Asintió, pues sabía a lo que me refería. «Una cosa, Cristina, ¿a qué bolsa te refieres?». «A la que está aquí en mi espalda. No puedo mover las piernas ahora, no las siento, pero está ahí». «Espera que miro aquí en la esquina», me dijo, «porque entre tú y la pared, tan solo está tu abrigo hecho un ovillo».
El frío invadió mi cuerpo. Dejé de sentir las manos. noté un ruido sordo y seco en mi cabeza. El pánico me inundó, me arrasó como un tsunami. temblaba y sudaba sin poderlo evitar. No podía articular palabra. El corazón me dolía a cada latido. Mi boca se abrió de repente y cogí una bocanada de aire como si emergiera de las profundidades; se me había olvidado respirar desde que oí el «tan solo está tu abrigo». Las palabras no paraban de repetirse en mi cabeza como un eco machacón. ¿¿Dónde estaba mi bolsa??
¡sígueme y no te pierdas nada!