Cualquiera puede encontrar en Google imágenes de los dictadores sirios Al-Asad saludándose cordialmente con mandatarios demócratas: el padre, Hafed, con Clinton, Blair o Felipe González, y su hijo Bashar, el actual dictador, con Bush, Aznar o Zapatero.
Casados con mujeres atractivas e inteligentes, los Asad eran recibidos familiarmente en las casas reales europeas, asiáticas o africanas, incluidas la británica o la española.
Asad hijo, es médico y oftalmólogo, y su esposa, Asma, es licenciada en literatura francesa e ingeniero informático; ambos, con títulos sirios y de universidades británicas.
Esos recibimientos se daban incluso después de que Asad, padre, acabara con el levantamiento de los Hermanos Musulmanes sirios en 1982 en la ciudad de Hama, reprimido a costa de la muerte de entre 150.000 y 200.000 sunníes.
Todo cambió tras las llamadas primaveras árabes, desde finales de 2010. Comenzaron pacíficas, pero en Siria resultaron inmediatamente una guerra civil, donde la dictadura está regida por miembros de una secta cercana al chiísmo, la alauí, más tolerante con otras creencias, incluida la cristiana, que el sunnismo, crecientemente yihadista y/o salafista.
La relación de los alauítas con el Irán chiíta es íntima. Los ayatolás protegen a Al-Asad, cuyo grupo religioso, junto con los drusos, no llega al 16 por ciento de los sirios, siendo los cristianos el 10. Los sunnitas están por encima del 74.
Pero Irán podría estar fabricando bombas atómicas. Ya no se trata de que caiga Bashar por haber bombardeado con gases venenosos a su población, que quizás fueran lanzados por los yihadistas sunnitas.
No: el objetivo podría ser ir contra el vecino Irán y su peligrosísima investigación nuclear, y desde Irak, sin Saddam Hussein, es difícil hostigar a ese país chiíta, siendo más de la mitad de los iraquíes también chiíta.
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SALAS