Revista España
Publicado en el diario Hoy, 24 de mayo de 2011
Con los resultados de los comicios autonómicos y municipales aún calientes en nuestra memoria, podemos hacer un sucinto análisis y reflexión de los síntomas que se esconden tras los datos, a fin de que, como ciudadanos, podamos configurar un mapa provisional de lo que nos espera de aquí a las próximas primarias.
En primer lugar, deberíamos hacer una reflexión acerca de la participación ciudadana. No hay que olvidar que, aunque ha subido levemente el porcentaje de votos respecto a las pasadas elecciones de 2007, un tercio de la población española sigue optando por no votar. Este abstencionismo no es exclusivo de España; ya en pasados comicios muchos países europeos han sufrido su sinsabor en las urnas. La aparición del movimiento 15-M debe poner sobre aviso a la clase política acerca de la dirección que está empezando a tomar el activismo ciudadano en Europa. Por ahora es difuso, con un impacto mediático reducido a las grandes ciudades. Se trata de movimientos de gran flexibilidad y ductilidad organizativa, debido a que hacen un uso inteligente de la inmediatez y viralidad de las redes sociales. Sus demandas, pese a poseer una tendencia progresista, son lo suficientemente abiertas como para atraer a todo tipo de ciudadanos dentro del espectro ideológico. A diferencia del colectivo de Mayo del 68, no surgen de la Universidad, sino de la red, ese nuevo semillero en donde aún está por ver qué influencia puede tener en la capacidad futura de movilización ciudadana. El fracaso de los grandes sindicatos tradicionales hace auspiciar un nuevo modelo de reivindicación social que aún está por nacer, pero que ya ofrece algunos brotes sintomáticos. La izquierda, más sensible a los movimientos sociales, debería tomar nota y hacer suya la sensibilidad política de estos grupos emergentes. No olvidemos que este sector de población de entre 20 y 35 años que hoy se manifiesta pacíficamente en las plazas, será en el futuro quien configurará las tendencias sociales y políticas. Sería un síntoma de fracaso político que la juventud optara en las próximas décadas por aumentar su abstención o su voto en blanco. La izquierda tiene la responsabilidad de revitalizar su mensaje, rejuvenecerlo y hacerlo creíble, transparente. Para ello, ha de contar con los nuevos signos de los tiempos, no pensando solo en las próximos primarias, sino a muy largo plazo.
Europa camina ya desde hace unos años hacia el asentamiento de un creciente conservadurismo político. Sin embargo, el marco teórico en el que se asientan aún las políticas sociales europeas es el de la socialdemocracia keynesiana. Los logros de la sociedad del bienestar y del desarrollismo han calado en la cultura ciudadana, que espera de sus dirigentes mantener el nivel de bienestar que se les prometió. De lo contrario, perderán su fidelidad y confianza. Esta ha sido una de las causas más potentes de la debacle socialista en estas recientes elecciones: la incapacidad de frenar los efectos de la crisis financiera sobre sus políticas sociales. El pueblo soberano ha visto cómo sus negocios se han hundido, han perdido sus empleos o han adelgazado su poder adquisitivo. Por su parte, el ejecutivo no ha transmitido a la ciudadanía la seguridad necesaria. La crisis financiera es un fenómeno geológico, de evolución lenta; no se supera en dos días. Requiere de un programa de recuperación paciente, que exige adoptar medidas que no gustan a la ciudadanía y que acaban desgastando la imagen del gobierno que las ejecuta. A la ciudadanía esta lógica de la crisis sistémica no le preocupa; queremos resultados a corto plazo. El ejecutivo ha pedido paciencia, aguante, pero el ciudadano ha interpretado, arengado por la oposición, que esta solicitud no es sino un síntoma de ineficacia e incapacidad.
El pepé ha jugado a la estrategia del desgaste, hasta llegar a convencer a buena parte del electorado de que un cambio de caras podrá enderezar la economía. Sin embargo, la derecha tendrá la difícil tarea de hacer compatible su ideología respecto al gasto público y la privatización con el mantenimiento de los derechos sociales; hacer una política conservadora con una ciudadanía no dispuesta a ceder ni un ápice del bienestar acumulado. Es evidente que hay que establecer urgentemente un modelo sostenible de estado de bienestar, pero difícilmente admitirá la ciudadanía un giro hacia una especie de thatcherismo adornado de centrismo. Por ahora, mal que le pese a los conservadores del pepé, España es socialdemócrata respecto a las demandas que la ciudadanía exige a sus gobernantes. Una política de ahorro y ajuste de cinturón provocará a la larga un nuevo virado hacia la izquierda.
Esto no deshace, sin embargo, otro fenómeno igualmente preocupante. La izquierda necesita hacer llegar a la ciudadanía un nuevo discurso de sí misma, reinventarse. La promesa mesiánica de un bienestar perdurable se ha dado de bruces con la realidad. Su reto será recuperar la primacía de la política sobre la dictadura del mercado y abrir nuevos modelos de negocio no corrosivos con el empleo. Se está empezando a instalar entre la ciudadanía la sensación de que en lo económico tanto los progresistas como los conservadores bailan al son de las agencias de calificación y demás imposiciones exógenas, alentando con ello el espíritu abstencionista, el escepticismo y la pasividad en la sociedad civil, carne de cultivo de populismos y extremismos variados. Un caso preocupante es el de los países nórdicos, donde hasta ahora habían gozado de un bienestar óptimo y empiezan a ver cómo sus privilegios decaen. Esto ha provocado un viraje hacia querencias extremistas, que estigmatizan al inmigrante y refuerzan los nacionalismos solipsistas y racistas.
La izquierda tiene una responsabilidad que trasciende su propia supervivencia electoral. Debe ser una alternativa a los vientos de inseguridad y miedo actuales, que avivan la aparición de salvapatrias que pretenden hacernos canjear nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Por su parte, a la ciudadanía nos toca aceptar que en tiempos de vacas flacas debe imponerse el principio de justicia, la igualdad y la redistribución del bienestar, aunque a algunos nos toque ceder confort en beneficio del resto.
Ramón Besonías Román