Revista Libros
NOTAS APRESURADAS SOBRE LA BROMA INFINITA:
*La obra cumbre de David Foster Wallace.
*El único libro (de los traducidos en España) que no había leído de este autor; pero en breve tendremos El rey pálido, de modo que el disfrute puede continuar. Y aún quedan otras obras que no conocemos aquí, como The Broom of the System.
*Se han dicho tantas cosas de este libro, de esta obra maestra, que cualquier anotación que yo cuelgue aquí será, probablemente, insustancial.
*Leerlo es una proeza por su extensión (1.208 páginas, de las cuales hay unas 100 de notas al pie, recogidas al final del libro) y por la cantidad de datos y de frases kilométricas y de historias paralelas que DFW, ese genio que se ahorcó, acaba juntando. Su lectura provoca placer y fatiga a partes iguales. Más placer que fatiga. Al igual que me sucedió con el Ulises de James Joyce, hace ya muchos años, un par de capítulos se me hicieron especialmente densos: la descripción del juego Escaton y algunos de los tramos de Don Gately en el hospital, en la última parte del libro, que sin embargo se van volviendo más interesantes a medida que nos relatan su pasado repleto de drogas, violencia y chanchullos.
*Para quien no lo sepa, La broma infinita gira, principal pero no únicamente, alrededor de dos escenarios: la Academia Enfield de Tenis y la Ennet House, donde los pacientes adictos a las drogas y/o el alcohol tratan de desengancharse. De ahí surgen innumerables tramas paralelas, otros escenarios, conexiones con el pasado… En la AET conocemos a los Incandenza, una familia de genios y freaks. El padre, que se suicidó metiendo la cabeza en un microondas, dirigía películas y cortometrajes y experimentos. De una de esas películas, titulada La broma infinita, se sabe que, cuando el espectador empieza a verla, se engancha de tal manera a las imágenes que sólo quiere verla una y otra vez hasta que muere. Es, pues, un arma peligrosa que los gobiernos de Canadá y Estados Unidos buscan a cualquier precio. En la Ennet House conocemos a pacientes y a cuidadores, y las conexiones entre ambos edificios y entre algunos personajes van conociéndose poco a poco.
*Hablando el otro día con Clea, mi editora de Eutelequia, le dije que acababa de leer La broma infinita (que ella no ha leído), y en seguida me comentó, con su habitual lucidez: “El título se refiere a la Muerte, ¿verdad?”. Y, en efecto, en el fondo de eso se trata: los espectadores mueren, la película es una especie de llave para conducirlos al otro barrio, la eternidad es infinita y la muerte es la broma que nos espera al final de la vida. La novela en sí misma, además, es una gran broma porque está concebida de manera circular.
*La novela de DFW es uno de los libros más precisos y espeluznantes sobre las adicciones en general y las drogas en particular. Sobre el consumo de fármacos, estupefacientes, alcohol… La película de Incandenza también engancha, también convierte a los hombres en esclavos de la imagen, dependen de lo que ven, y a un paso está su extinción. Apuntaba Javier Avilés, en las notas de su blog (El lamento de Portnoy) sobre este libro: “No en vano la novela de David Foster Wallace trata sobre la adicción. La Adicción. A sustancias, a series televisivas, a narrar, al mortal samizdat… a leer”. Algo con lo que estoy plenamente de acuerdo.
*Casi todo el libro, a pesar de las digresiones, contiene cientos de páginas memorables: Las descripciones de los tatuajes de los que quieren desintoxicarse, la carta del obrero al que se le caen encima los ladrillos, las historias de cómo tal o cual personaje llegó a convertirse en alcohólico o drogadicto por un pasado lleno de tragedias y padres que mueren y de familias disfuncionales, la pelea entre un tipo rehabilitado y tres canadienses, la vieja historia que cuenta un personaje (travestido por exigencias del trabajo) sobre su padre y su adición a la serie M.A.S.H., el repertorio de suicidas, los caminos que recorre tal o cual personaje para desembocar en la clínica de rehabilitación, la historia de una organización secreta canadiense (Los Asesinos de las Sillas de Ruedas), la filmografía de James O. Incandenza a lo largo de varias páginas en una de las notas finales, los saltos en el tiempo, las claves que DFW va desvelando despacio, dejando que sea el lector quien complete los huecos y las elipsis…
*El lector queda, ya en las primeras páginas, fascinado por la galería de personajes que David Foster Wallace congrega en Infinite Jest: perturbados, yonquis, lunáticos, adictos en proceso de rehabilitación, niños prodigio, estrellas del tenis, familias disfuncionales, tipos con diversas discapacidades y/o deformidades, enanos, depresivos, alcohólicos, suicidas, pederastas, incestuosos, madres que abandonan a sus bebés…
*No sé cuántas veces aparecen las palabras “suicidio” y “suicida” y “suicidarse” en el libro.
*Sólo un genio puede escribir un libro de este calibre sin volverse loco. Y DFW no estaba loco: sólo era depresivo.
*Podría pasarme horas escribiendo sobre esta novela inabarcable, inagotable, cuyo final queda abierto para que sea el lector quien rellene los huecos, una novela que leí en pocos días, durmiendo apenas cinco horas por noche, tan enganchado a su prosa y a sus tramas como los personajes del autor, adictos a la tele, a la coca, a la heroína, al tenis, al juego, a los medicamentos… Y todo ello para comprender que lo importante era su prosa, su estilo, el cómo y no los porqués.
*Se trata de una obra maestra, un manual de estilo para escritores, del calibre de Ulises y Don Quijote. Y sólo se la recomiendo a los lectores curtidos, entrenados en estas proezas, adictos a la palabra.
*Os dejo con unos cuantos fragmentos; en otros posts colgaré más extractos.
Se rumorea en voz baja que el ex alumno de la Ennet y supervisor voluntario Calvin Thrust tiene un tatuaje en el fuste de su Unidad [se refiere al pene] anteriormente profesional para los cartuchos porno que muestra con mayúsculas iniciales C.T. cuando la Unidad está fláccida, y el nombre completo, CALVIN THRUST, cuando está hiperémica. Sabiamente, Pequeño Ewell ha decidido dejar pasar por alto esta información. La ex alumna y supervisora voluntaria Danielle Steenbok tuvo alguna vez la brillante idea de pintarse los ojos con un tatuaje para no tener que volvérselos a pintar nunca más, pero sin reparar en el desgaste inevitable con que el tiempo transforma los tatuajes en algo nauseabundamente verde oscuro que ahora debe pintar todo el tiempo para cubrirlo. La actual empleada residente Johnette Foltz tuvo que afrontar dos de las seis dolorosas operaciones necesarias para borrarse el tigre rugiente anaranjado y azul de su antebrazo izquierdo, y ahora tiene el tigre, pero descabezado y con una sola pata; las partes borradas dan la sensación de que alguien muy decidido le ha cepillado el antebrazo con un estropajo de acero. Ewell decide que justamente esto da profundidad a la profunda irrevocabilidad del estímulo al tatuaje: borrar un tatuaje representa cambiar un tipo de desfiguración por otro. También están las hojas palmeadas de cannabis idénticas tatuadas en la zona interior de las muñecas de Tingly y Diehl, aunque los dos provienen de lugares muy distantes y no se conocían antes de llegar a la clínica.
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Los residentes de Shattuck sufren todas las dificultades físicas, psicológicas y adictivas y espirituales imaginables, especializándose en las que son repulsivas. Hay bolsas de colostomía, vómitos proyectiles, descargas cirróticas, ausencia de extremidades, cabezas deformadas, incontinencia, sarcomas de Kaposi, llagas supurantes y toda clase de distintos niveles de debilidades, déficits de control y lesiones. La esquizofrenia es la norma. Los tipos con delirium tremens tratan los calentadores como si fueran la televisión y dejan amplias pinturas a base de café en las paredes de las salas. Hay cubos industriales para el vómito matinal que son tratados igual que los golfistas tratan los banderines cuando apuntan a la distancia y en una dirección imprecisa. Existe una especie de rincón más oculto y recoleto cerca de los armarios para guardar las pertenencias donde siempre hay esperma deslizándose por las paredes. Y es demasiado esperma para uno o dos de esos tipos. Todo el lugar huele a muerte, se haga lo que se haga por evitarlo.
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Si a una persona con dolor físico le resulta le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona o cosa como independiente del dolor universal que la digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno.
[Traducción de Marcelo Covián. Revisión de Javier Calvo]