Revista Opinión

La bruja

Publicado el 09 mayo 2013 por María Pilar @pilarmore

La bruja

Wassily Kandinsky

El reloj de la iglesia daba las 12 campanadas. ¡La hora de las brujas! Este pensamiento le hizo temblar. Se quedó sin aliento cuando notó como alguien estaba empujando suavemente la ventana de su cocina. Un sudor frío le recorrió la espalda cuando la ventana se abrió y saltó un enorme gato negro. Fijó en ella sus pupilas verdes, se le erizó la piel y maulló con furia; luego, se abalanzó sobre ella, de ahí los arañazos en cara y brazos. Ella gritó asustada, cogió el atizador y corrió enloquecida tras él, lo que provocó un gran estropicio en la loza de la cocina. Logró asestarle un golpe en la pata derecha delantera y se marchó bufando. En la cola que se había formado en la tienda de ultramarinos, reinaba la excitación. La vecina contaba el insólito acontecimiento del que había sido víctima la noche anterior. Con los ojos brillantes desgranaba la información insinuando sin decir, callando porque “ya me entendéis” y bordando los detalles con voz más baja: “por la noche, se transforma en un terrible gato negro”. Pero ella, que no tuvieran ninguna duda, ahí donde la veían débil y sola, se crecía ante las dificultades. Le había atizado un buen golpe en una pata delantera, la derecha. La "bruja" se acercó silenciosamente, quiso esbozar una sonrisa que se le quedó suspendida en los labios en un rictus decepcionante, tosió una tos débil y fingida. Llevaba vendada la mano derecha.

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