Que los españoles emigraran durante un siglo hasta los años 1970 era una desgracia para ellos y sus familias, pese a que tiempo después muchos devolvían bienestar y fortunas a la tierra natal.
Que los españoles emigren nuevamente, cuando ya no van con maletas de cartón, sino con estudios universitarios, es una salida digna y productiva que no merece lamentos sensibleros de poetas cursis.
España era un país tradicionalmente atrasado que sólo alcanzó la altura de los grandes en el último medio siglo.
Ahora puede afrontar su futuro con la voluntad, preparación y talento de los jóvenes a un mundo altamente tecnificado.
Los emigrantes de ahora cargan ordenadores con programas, muchos elaborados por ellos, que compiten con los de otros jóvenes de los países más avanzados.
Hablan distintos idiomas e ingresan sin dificultades en empresas y universidades vanguardistas.
Aunque su formación no fue la mejor – lo dicen los informes PISA y las clasificaciones internacionales de las universidades-- su voluntad y capacidad de trabajo posteriores a los estudios académicos los colocan al nivel de los mejores.
Y, lo más importante: volverán con los conocimientos más elevados, con los que enriquecerán España, cuando este país vuelva a prosperar.
Sólo hay que recordar al talento perdido en la emigración de un joven y brillante investigador español que marchó a EE.UU., salida que hizo llorar a su familia y a sus cercanos, que temían perder a un gran científico.
Lo era. Se llama Mariano Barbacid (Madrid, 1949). Ya había aislado el oncogén humano cuando volvió a España, y aquí sigue triunfando lentamente contra el cáncer en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), que él creó.
Hay muchos como él que volverán, por lo que ahora, al irse, debe deseárseles buen viaje, y muchos éxitos.
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