Ese hombre lleva sin levantar la cabeza del portátil desde que hemos salido de Madrid. Y eso que es un AVE de exasperante lentitud con parada en todas las estaciones posibles en su camino a Málaga.
Podría parecer que ese hombre está inmerso en su trabajo, casi abducido por él; pero cualquier observador meticuloso o al menos persistente advertirá que, de cuando en cuando, sus ojos dejan de vagar por la pantalla y adquieren una vidriosa opacidad; que su cuerpo se pone rígido, como suspendido a medio movimiento o medio latido; que sus manos se contraen y sus dedos se arquean, garras crispadas.No es la primera vez que Rosa Montero llama a la puerta de este blog, ya leí hace años “La historia del rey transparente” y me gustó mucho. Fue de esas veces que cierras un libro y te quedas pensando que repetirás con la autora, sin tener la más mínima duda. Y fue leer la reseña sobre esta novela en el blog de Rosa, y de cabeza que me tiré a por ella. No sabía entonces la “buena suerte” que había tenido por haberla descubierto.
Os anticipo que me ha gustado mucho y que me ha sorprendido sobre todo ese cambio de registro, porque mi lectura anterior fue una novela de aventuras ambientada en la edad media con ciertas dosis de fantasía, “La buena suerte”, es pura realidad ambientada en una vida cualquiera y bastante actual.
La trama sin spoilerUn hombre viaja por cuestión de trabajo en un tren de esos que paran cada dos por tres, de camino a Málaga. Desde la ventanilla en la parada de Pozonegro, ve un cartel de “se vende piso” enfrente de la estación. Siguiendo un irrefrenable impulso, se baja del tren y se la compra, la casa, al contado, sin pensárselo dos veces, por el precio que le pide el dueño, sin ragateos y sin tan siquiera verlo antes.
Ser otro es un alivio. Escapar de la propia vida. Destruir lo hecho. Lo mal hecho. Si tan sólo pudiera formatear su memoria y empezar de cero.
La casa está medio vacía, ni cama tiene, pero a Pablo, que así se llama el hombre, le da igual. Solo está ahí de forma provisional, en ese piso de mala muerte, en ese pueblo gris de mala muerte, deprimente, sucio, de "pasado minero y presente calamitoso". Pero él no parece necesitar nada, ni echar de menos nada de su anterior y acomodada vida.
De día, Pozonegro es feo, ruinoso y deprimente. De noche es siniestro. Un cementerio urbano lleno de inmuebles muertos: las tiendas clausuradas, las puertas tapiadas, los solares ruinosos. Hay pequeñas casas derruidas, estrechos solares llenos de cascotes; las calles parecen bocas desdentadas y las ruinas son tan viejas que sobre las basuras han crecido malas hierbas. Pozonegro está muerto y no lo sabe.
Raluca, a la que todos llaman “la Rumana“, que vive en el piso de arriba de su edificio, le consigue un trabajo de reponedor en un supermercado del pueblo, el Goliat, donde trabaja también de cajera, y le acompaña a comprar algunas cosas imprescindibles, de esas de primera necesidad. Ella ya le ha echado el ojo a ese vecino tan callado y misterioso, pero a la vez tan mono. . . Pero Pablo no quiere complicaciones, ni líos con mujeres, el prefiere estar solo sin que nadie se meta en su vida y en sus cosas.
La mujer le asusta. Conoce a las personas así. Son invasoras, vienen para quedarse y exigir cariño.
Los habitantes del pueblo se preguntan (también nosotros los lectores nos lo preguntamos) que hace este pijo que parece tener dinero de sobra, en Pozonegro, de qué o de quién está huyendo, porque si algo tenemos claro es eso, que se está escondiendo de algo, de alguien, o de alguna noticia reciente publicada en prensa y relacionada con él, ¿quizás está huyendo de sí mismo?
¿Quién se compra un piso a tocateja sin siquiera subir a echarle una visual? Pues alguien muy rico. Pero que muuuuy rico. Ya te digo. Y con mucha necesidad, con esas prisas. Tenía que haberle pedido cincuenta mil. Seguro que me los daba. Zas, aquí están los cincuenta, como hizo con los cuarenta y dos. De golpe y sin pestañear. Ese hombre huye de algo, ya te digo. O tiene algo que esconder. No es trigo limpio.
Los primeros en darse cuenta de su desaparición y de echarle en falta, son los que le esperaban en Málaga para impartir unas conferencias y después sus socios, que se preguntan dónde se ha podido meter y por qué no les coge el teléfono ni responde a sus mensajes, porqué les ignora. Y entonces las cosas se le van complicando cada vez más a Pablo y poco a poco iremos sabiendo más de su pasado y de su presente, de sus miedos, de lo que esconde, de lo que huye y a lo que teme.
Los puntos fuertes de la novela
Una novela de personajesAlgunos de ellos entrañables, todos con sus luces y sus sombras:
-- Pablo Hernando, 54 años, un tipo bastante peculiar. Maniático obsesivo del orden, sin amigos, de carácter introvertido, ese tipo de personas que jamás comparten sus intimidades con nadie, al que le cuesta entablar conversación. Si te fijas y le observas detenidamente, da la sensación de que algo grave le pasa, que psicológicamente no está bien, que va con miedo por la vida, como si algo o alguien le persiguiera.
Pero hay algo en él descolocado, algo fallido y erróneo. Una ausencia de esqueleto, por así decirlo. Esto es, una ausencia completa de destino, que es como andar sin huesos. Se diría que ese hombre no ha logrado un acuerdo con la vida, un acuerdo consigo mismo, lo cual, a estas alturas ya todos lo sabemos, es el único éxito al que podemos aspirar: a llegar, como un tren, como este mismo tren, a una estación.
Al principio poco más sabremos sobre él, pero según avanzamos en la lectura descubrimos que de niño sufrió malos tratos por parte de un padre alcohólico y violento, que creció rodeado de silencio intentando pasar desapercibido para evitar los estallidos de violencia paternos.
Crecer carente de todo amor es una experiencia marciana, alienígena.
Se nos cuenta que tuvo mujer, Clara, la que fue el amor de su vida fallecida hace siete años y que tiene un hijo, que parece ocasionarle más penas que alegrías. Y que atrás ha dejado su propio negocio, un estudio de arquitectura que regenta junto a cuatro socios más, entre ellos Regina, su amante que no su pareja actual. Y a un tal Marcos, que al principio no sabremos quién es, ni el papel que juega en la historia, pero que es nombrado con frecuencia como algo maligno que le atemoriza, alguien del que quizás también esté huyendo.
-- Raluca, mi preferida, sin duda: una mujer atractiva que ha tenido poca suerte en el amor y en la vida en general. Con un pasado también complicado, abandonada por sus padres y criada en un centro de acogida, Raluca es un personaje y una persona enorme, que desborda energía, buena gente, desprendida, generosa, empática, siempre dispuesta a ayudar a los demás, de esas que lo dan todo sin pedir nada a cambio. Una bendición para los que tengan “la buena suerte” de cruzarse con ella. Todos deberíamos poner una Raluca en nuestras vidas.
-- el bueno de Felipe, otro vecino de la finca, un viejito sabio y solitario que vive pegado a una bombona de oxígeno y que también ha tenido “la buena suerte” de contar con la ayuda de Raluca. Hace buenas migas con Pablo, se ayudan y comprenden, aunque al principio no se fía de él ni un pelo, ni de sus intenciones con su amiga.
Mira, a mi edad he llegado al convencimiento de que la gente no se divide entre ricos y pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, moros y cristianos —dice al fin—: No. En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente. Entre las personas que son capaces de ponerse en el lugar de los otros y sufrir con ellos y alegrarse con ellos, y los hijos de puta que sólo buscan su propio beneficio, que sólo saben mirarse la barriga. Esos que son capaces de vender a su madre, ya me entiendes. Luego, entre los buenos, algunos son buenísimos, y entre los malos, algunos son malísimos. Raluca es buenísima.
-- Benito Gutiérrez, apodado El Urraca, el que le vendió el piso, un tipo ruin, un mal bicho. Descendiente de una familia de miserables, gente interesada, aprovechada y avariciosa, presiente que Pablo oculta algo y está decidido a averiguar el qué, a costa de lo que sea y para ello le vigila de cerca, le espía para intentar extorsionarle.
Tú ocultas algo, jodío, algo muy negro y muy gordo, pero a mí no me engañas. Tengo que hacerme el encontradizo. El pijo es todo mío. Todavía no sé de qué pie cojeas, cabrón, pero te voy a sacar hasta los higadillos.
Una novela de contrastesLa autora expone e indaga sobre los extremos, sobre los polos opuestos: lo bello y lo triste de la vida, lo mejor y lo peor, la bondad y la maldad de las personas, el egoísmo y la generosidad, la empatía y el egocentrismo.
Una reflexión sobre la violenciaPablo, uno de los protagonistas de la historia, rememora varios sucesos violentos reales publicados en los periódicos españoles, con maltratos de padres a hijos, de hijos a padres, maltrato a indigentes, ese tipo de violencia perversa y gratuita dirigida hacia ellos o hacia otros por cuestiones racistas u homofóbicas y también intenta entender sin conseguirlo, la crueldad sin sentido hacia los animales. Pablo colecciona ese tipo de noticias que por desgracia leemos frecuentemente en la prensa, historias de horrores familiares, relatos atroces que lee y relee buscando respuestas a tantos porqués.
Padres que engendran monstruos¿Debe un padre soportar malos tratos de su hijo por el mero hecho de ese vínculo paterno-filial, de ese lazo de sangre? Uno decide tener o no hijos, pero no puede elegir cómo le van a salir, qué tipo de personas serán. Esta novela plantea un tema peliagudo, que a mí me toca de forma muy especial ¿quién se pone en el lugar de los padres cuando tu hijo es un ser violento, despiadado, un auténtico monstruo? ¿Quién entiende a esos padres que se dejan golpear por sus hijos, porque no son capaces de devolverles los golpes?
Quizás esa es la parte del argumento que más me ha impactado, porque yo, si me esfuerzo mucho, puedo llegar a entenderlo, pero también tengo el convencimiento de que el amor entre padres e hijos está tremendamente mitificado, sobrevalorado y que entre ellos no todo vale, hay límites que no se deben cruzar, cosas que no se deben de soportar.
En el doble castigo de amar y odiar al monstruo. Y de sentirse condenado socialmente, pese a no ser culpable. ¿O quizá sí lo es? Por todos los santos, es tu hijo y fue un niño. Lo formaste o, aún peor, lo deformaste.¿Y si tu hijo es un violador o un asesino?
En los crímenes más terribles, en las matanzas, en las violaciones, siempre hablamos y nos compadecemos de los muertos, de las víctimas directas. Pero ¿quién se acuerda y se preocupa de esas otras víctimas que son los familiares de los verdugos.Los giros del destinoOtro dato interesante que podemos extraer de esta historia, es que a veces, cuando parece que la felicidad te rehúye, te da constantemente la espalda, cuando crees que solo te rodea la oscuridad, y que estás plenamente hundido en ella, el destino te puede sorprender de repente y producirse un giro radical en tu vida. Nunca hay que tirar la toalla ni perder la esperanza, porque siempre hay posibilidad de nuevos comienzos.
Una prosa poética, cuidada y una trama bien estructuradaRosa Montero escribe bien, muy bien, es una delicia leerla, por algo es Premio Nacional de las Letras Españolas 2017. Creo que no hay más que verlo:
Agosto ha llegado como un incendio y el sol derrama su fuego sobre el mundo hasta las nueve y media de la noche, que es cuando atardece. Ahora son cerca de las diez y Pablo ha abierto todas las ventanas del piso intentando crear alguna corriente, pero el aire es una masa quieta y pegajosa. El calor parece casi sólido, pesa sobre el cuerpo, oprime, enloquece.
Y la trama está hilada de tal manera que consigue despertar tu interés desde el principio, con ciertas dosis de intriga y misterio que te deja pegada al libro sin remedio.
Una memoria dolorosa y tan recurrente como el paludismo, que vuelve a encender un brote de fiebre cuando ya crees haberlo superado. Pablo sufre una malaria sentimental.
Resumiendo: "La buena suerte" es una novela profunda, muy humana, muy “como la vida misma”, que toca temas muy interesantes y relativamente frecuentes en nuestra sociedad actual, como los problemas mentales, la violencia en todas sus modalidades y en el seno familiar, el neonazismo. Una historia de huidas, de verdades y mentiras que tendremos que ir descubriendo, también una bonita historia de amor y la certeza de qué, a veces, un impulso nos puede cambiar la vida.
No hay nada que envejezca tan deprisa como el amor mal amado.
Mi nota es la máxima: