Revista Cultura y Ocio

La caballería medieval en la literatura

Por Manu Perez @revistadehisto

Cuando evocamos la caballería medieval e intentamos imaginar la figura de un caballero medieval, lo primero que nos viene a la mente es a un hombre montado en su noble corcel, ataviado con una reluciente armadura de plata, portando la espada ceñida en la cintura, sosteniendo la lanza en punta y su escudo listo para recibir cualquier embate; su visera se descubre para observar a las damas nobles, pero se cierra cuando llega el momento de la batalla.

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Esta sería la imagen que todos tenemos respecto al caballero en la Edad Media, y que no difiere mucho de la realidad histórica: un soldado dignificado y ennoblecido, especialista en la guerra entre señores de castillos y entre los corazones de doncellas enamoradas. Valdría la pena preguntarnos, ¿hasta qué punto la imagen del caballero medieval que ha sobrevivido hasta nuestros días, es una representación del pasado?

La caballería medieval en la literatura

En el siglo XII, los valores y actitudes de la caballería medieval se generalizaron gracias a la literatura cortesana. De cierta forma, los jóvenes nobles fueron atrapados por las historias de caballeros andantes que luchaban en tierras lejanas, donde adquirían fama en las justas y los torneos, ganándose la admiración y el amor de las mujeres del reino. También gustaron de aquellas historias en las que los caballeros marchaban a la cruzada y derrotaban en batalla a los terribles ejércitos comandados por reyes infames, adquiriendo riqueza y prestigio en cada una de sus victorias. Un mundo que se leía demasiado romántico, pero que logró convencer a los llamados “segundones” de las familias nobles, de que había una alternativa a la falta de riqueza —por nacer en segundo lugar— que estaban destinados a padecer si se quedaban en su tierra.

No es de extrañar que la producción literaria se volviera una especie de círculo creador, en el que los literatos establecían y reproducían los modelos caballerescos, al mismo tiempo que la nobleza cortesana, ávida de estas historias, financiaba y consumía aquella literatura épica y romántica. En este sentido, la literatura ayudó a generalizar, crear y repetir la forma en que se veían y querían ser vistos los caballeros.

San Jorge y el Dragón, arquetipo del caballero y la princesa

La historia de San Jorge y el Dragón se popularizó en Europa durante el siglo XIII en el periodo conocido como Plena Edad Media (s. XI-XIII), momento en que podemos observar la consolidación definitiva de las instituciones medievales y, en especial, de los valores caballerescos que se repetían a través de la literatura y la práctica de la guerra. Es el momento en que podríamos afirmar, se vivió más intensamente la Edad Media. No es extraño, entonces, que San Jorge fuera representado como un caballero ataviado con armadura y con lanza, del mismo modo en que vestía un caballero de la alta nobleza, abandonándose la indumentaria de legionario romano.

El ciclo artúrico y su influencia en la caballería medieval

El ciclo artúrico ayudó a crear un ideal del deber ser del caballero a partir de los personajes de la mesa redonda. Arturo se representaba como un rey sabio que regía con su buen juicio sobre los felices pobladores de Camelot, arquetipo del reino perfecto. Junto a él marchaban sus caballeros, representantes del gobierno feudal que se desarrolló en el siglo XI, y quienes le habían rendido vasallaje y lealtad ante cualquier peligro. De entre ellos, Lanzarote del río destacaba por su gallardía y habilidad en el combate, pero en el contexto del amor cortés, pecó al enamorarse de Ginebra, la esposa de su rey. Por esta razón nunca pudo encontrar el Grial e incluso sufrió de humillación cuando se vio obligado a abandonar su dignidad de caballero al disfrazarse de mendigo y andar sobre una carreta. Sin embargo, ello no evitó que fuera la fuente de inspiración para un sinfín de caballeros amantes de las aventuras, de los combates y, por supuesto, de los amores profanos entre caballeros y doncellas. En este sentido, Lanzarote simbolizaba al caballero-guerrero del siglo XII y XIII

Por otro lado, Percival, quien no destacaba por ser el mejor combatiente, pero sí el más piadoso (no mata, sólo desarma a su oponente) y más devoto, representaba el ideal que tenía la Iglesia cristiana respecto a los caballeros: el caballero debía ser devoto de la religión y guardarse de combatir en los días santos, como el domingo y las fiestas religiosas. Tampoco debía derramar inútilmente la sangre de sus enemigos, tan solo desarmarlos, pues aquel que “por hierro mata, por hierro muere”. La gloria y la fama sólo eran muestra de las banalidades terrenales, consideradas superfluas y pasajeras en comparación con el Reino de los Cielos; por ello el caballero debería atenerse a las funciones de su orden estamentaria: defender a la Iglesia y a la población civil. Es por ello que Percival fue uno de los pocos caballeros de la mesa redonda que pudo alcanzar el Santo Grial.

Las gestas y la trova, dos ideales en conflicto

Los cantares de gesta que narraban la vida de los grandes guerreros también ayudaron a construir una imagen de cómo tenía que comportarse un caballero en la vida pública y en la guerra. En ellos se exaltaban los valores del honor, la belicosidad, la sumisión al rey (más que a la Iglesia) y a la defensa de la tierra, aspectos que se esperaba que debían portar los caballeros en el mundo real. Roldán luchó valientemente contra los musulmanes en Roncesvalles y aunque superado en número, su honor fue más importante y decidió no retirarse ni pedir ayuda a pesar de que su fin era inevitable.

Algunos caballeros lucharon por su rey contra los sarracenos (Guillermo en Le Couronnement), mientras otros murieron como mártires en la defensa del reino (Vivien en La Chanson de Guillaume) o partieron como vasallos del rey en la conquista de nuevas tierras (Guillermo en Le Charroi de Nines). Pero en todos estos cantares se ennoblece el papel agresivo que debe guardar el caballero en la sociedad.

Autor: José Francisco Vera Pizaña para revistadehistoria.es

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