Es un cactus. De nuevo un procesado algo agresivo produce una imagen atractiva, aunque es bastante simple. Siempre me han gustado las cosas simples, concisas, al pan, pan y al vino, vino.
Detesto los ambientes muy cargados de objetos y a las personas muy producidas por dentro y por fuera. Suelen ser el producto de una mentira, de un complejo mal resuelto o de una vanidad mal aprovechada. En cambio, qué placer da conocer a la gente simple, gente que no se hace líos, ni piensa de más ni se viste de más, que no se enreda, que sabe ir al grano y que mantiene la mirada. Esta gente, además, suele ser más talentosa que la otra aunque, en muchas ocasiones, los que se enredan y piensan demasiado resultan ser más políticos y saben aprovecharse mejor de la estructura del sistema para llegar más alto. Las personas simples no saben hacer eso, ellas únicamente se dedican en cuerpo y alma a hacer lo que saben hacer y suelen fracasar a la hora de venderse.
Les pierde la sinceridad. En estos tiempos la sinceridad no suele ser buena compañera de viaje. Valores como la honestidad, el compañerismo y la inocencia no ayudan a la hora de entrar en el mercado, donde las pirañas atacan y hay que saber tanto defenderse como atacar también. La gente simple no sabe atacar, les da pereza, no usan estrategias porque prefieren ser como son, sin fingir ni posar. Precisamente todas estas cualidades juntas hacen que les sea posible mirar a los ojos y vivir con la cabeza bien alta. Lleguen donde lleguen lo harán sin dejar de ser ellos mismos ni un segundo.
Definitivamente yo de mayor quiero ser gente simple.