Revista Libros
Nos invaden los muros de Facebook mensajes desesperados que rezan eso de "apadrina un perro". Está bien, me parece cojonudo que se recurra al sentimentalismo para poder optar a que esos perros tengan un hogar, pero...¿ nadie se para a pensar que no todo el mundo puede tener un perro?.
Últimamente, la calle donde vivo parece Afganistán en sus peores fechas: no puedes andar 3 metros sin que te explote una mina en el pie. Toda la calle está sembrada de zurullos, de distinto tamaño, que me hace aborrecer a los dueños de los canes.
Siempre sucede que llega ese sábado noche, llevas 3 meses sin follar y te pones todo guapo. Desempolvas (buscando el polvo) ese traje de los domingos que antes has usado para ser comercial de la eléctrica de turno, con el que has llamado a las puertas de nobles ciudadanos y les has jodido la siesta para intentar estafarles sin conciencia de ello, hasta que te enteras, ese traje...
Te has lavado los sobacos con dedicación, te has perfumado zonas donde las gónadas pueden liberar aniquiladores de sueños, te has logrado peinar el pelo de tal manera que las calvas han quedado disimuladas, te has puesto los boxers negros (desechando los de Superman, por ahora)...
Bajas en el ascensor mirándote al espejo y susurrando el "Voy a pasármelo bien" de los Hombres G. Abres la puerta y a dos metros de tu portal introduces tu zapato negro ,recién pasado la cera, en una mierda de tal dimensión que no sabes si ha salido de un perrito o de un mamut. Todavía desprende calor y olor, se presume un confuso olor a menta. Menta y chocolate, relacionas. Trágica gracia mental.
La primera idea es cagarte en el perro. De hecho su pudieras irías donde está el perro y le cagarías encima tomándote la justificada venganza por haberte arruinado la noche. Luego, en frío, piensas que la culpa es del hijo de puta del dueño. Un puto cerdo que cree que puede llenar de mierdas la calle pero que seguro que no deja poner los pies encima de la mesa del comedor sin situar debajo un trapo.
Te metes en el ascensor sudando, encabronado, dispuesto a cambiarte de zapatos y a meterte en la ducha de nuevo porque los calcetines se han visto dañados, al igual que la parte baja del traje.
Mucho tiempo después bajas a la calle en vaqueros y con la camiseta de Bart Simpson, en playeros, una vez anulada la cita aludiendo virus gástrico, dispuesto a probar tu capacidad de aguante ante la ingesta de cubos de Mahou del bar de los chinos situado en la esquina más próxima a tu casa. Es cuando entonces escuchas a tu vecina la pija, portadora de unas inmensas piernas con cerebro no tan inmenso, que dice a su pequeño Yorkshire de poco más de 30 centímetros:
-"Mira Piti, un señor ha puesto en tu caqui una huella como esa del hombre que llegó a la luna".
Tu que lo escuchas solo tienes dos opciones...
Al día siguiente te levantas, vas a la cocina donde tiene Piti su "cuna" y le meas encima. Despiertas a la pija y le dices que su perro debe estar enfermo que se ha meado encima, mucho...que lo lleve al veterinario.
A los dos meses te llama tu vecina pija al timbre,sonriente, te comunica que vas a ser padre. Te desmayas.