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Quienes me conocen desde hace años y quienes visitan habitualmente mi blog sabrán que me defino políticamente como republicano. Soy republicano hasta los huesos. Como dice un buen amigo de Idaho: republican to the bone. Sueño en una España constituida como una república presidencialista y con limitación de mandato presidencial, que garantice la libertad y la igualdad de todos los españoles ante la ley, y la igualdad de todos en cuanto a derechos y obligaciones. Una república sin autonomías corruptas y expoliadoras. Una república que no prime a unos territorios sobre otros, en la que el gasto público y los recursos nacionales no estén en manos de ladrones y mafiosos. Pero también soy muy consciente de que en una nación en la que a la mayoría de la gente uno tiene que seguir explicando, todavía hoy, que ser republicano no necesariamente implica ser independentista, ni izquierdista, ni de bandera tricolor, ni de antorcha con la que quemar fotos de nadie… en una nación así, la sociedad está muy lejos de estar preparada para darse a sí misma un gobierno decente sin que haya necesidad de sostener con dinero público a un símbolo y a su familia que “garantice la unidad de los españoles”, ni otras patrañas.
Dicho esto, quienes me conocen desde hace años y quienes visitan habitualmente mi blog sabrán que yo defiendo ideas, pero soy muy crítico con la casta política, sus partidos, sus corruptos líderes y sus recalcitrantemente serviles votantes.
Ayer, 18 de marzo, el rey Felipe VI apareció en los medios audiovisuales para enviar un mensaje a la nación. No perdí un solo minuto de mi tiempo en verlo ni escucharlo. Me harta profundamente cualquier arenga que provenga de los privilegiados que, sin haber estado un solo día de su vida en el mundo real, se permiten ofrecernos palabras de aliento y esperanza y hasta consejos de solidaridad y unidad desde los acogedores hogares ycómodos despachos que los españoles pagamos con nuestro trabajo e impuestos. Pero si hay algo que me harta aún más, y que provoque que España me duela tanto como me duele, es comprobar que pueda haber no pocos españoles que, en este caso concreto, estimen oportuno salir a sus ventanas a golpear cacerolas para protestar por una monarquía ciertamente corrupta y de largo historial de deslealtad a España y sus súbditos.
¿No creen esos mismos españoles que ahora, y más que nunca, quienes merecen esas caceroladas son esos gobernantes, políticos y demás vividores de lo público que prefirieron llenar de gentes sus manifestaciones reivindicativas de ingeniería social e ideologías degeneradas y antisociales, antes que atender a un gravísimo problema de salud pública que hoy alcanza ya los 18.037 infectados y los 831 fallecidos y que precipita al abismo a la economía nacional?
¿No son antes merecedores de estruendosas caceroladas esos mismos políticos que han demostrado ser unos auténticos malvados e ineptos, solo prestos a escalar hasta esas cumbres que tanto despreciaban para conseguir el poder, que solo hacen esfuerzos para conservarlo dejando de lado todo lo demás, y que se muestran completamente sobrepasados e inútiles a la hora de trabajar por los españoles y cuidar de la nación?
¿Y vosotros, cacerolistas contra la monarquía, no os avergüenza dejaros manipular por quienes os estrangulan a impuestos, os quieren robar el derecho sobre vuestros hijos, os enfrentan entre vosotros y os manipulan con su ingeniería social? ¿No os avergüenza siquiera que en estos momentos de alarma social os hayáis dejado dirigir de nuevo, como ganado lanar, hacia vuestras ventanas y terrazas, para golpear cacerolas y tan solo conseguir hacer un inoportuno ridículo que os retrata como simples peones de quienes os usan y después os abandonan en estos tiempos de tan enorme gravedad?
La cacerolada del 18 de marzo contra el rey Felipe VI no solo fue un rotundo fracaso. Además, fue también la constatación de que en nuestra sociedad, tan visceral para todo y con criterio para casi nada, hay demasiadas personas que prefieren ser ganado en lugar de pastor y sirvientes en lugar de hombres y mujeres libres.
Quienes me conocen y visitan frecuentemente mi blog saben que soy convencido republicano; profundamente republicano y decididamente republicano. Que soy consciente de que formo parte de una minoría denostada por izquierdas palurdas y derechas nostálgicas. Y que soy el primero en reconocer que España no merece ser una república de hombres y mujeres libres e iguales. Que España tiene lo que merece porque tiene lo que vota. Y que palabras como éstas, en una España cerril y vasalla ante políticos, delincuentes y manipuladores, no provocan apenas reflexión, sino desprecio e insulto. Y, en el fondo, no me extraña. En una sociedad altamente influenciada por realities, comunicadores sectarios y políticos decadentes no se puede esperar otra reacción ante ciertas ideas y ciertos debates. No existen cimientos para construir una sociedad diferente a la que tenemos.