Seguro que cuando te explicaron en el cole aquello de cuando el Imperio Romano se fue a la porra puede que te dijesen algo así como el 4 de septiembre del 476, cuando Odoacro, muy germano el señor, depuso a Romulo Augustulo (el emperador de turno). Aunque igual, si el profe andaba bien de tiempo, te contaron que el imperio ya marchaba bastante alicaído, llegaron los bárbaros y arrasaron con todo. Estoy seguro que más o menos fue así como nos lo contaron, hace tantas glaciaciones que ya ni me acuerdo. ¿Aunque yo que quieres que te diga? Para caída del Imperio me quedo con la de la enorme Sofía Loren, seguro que no se ha visto jamás una debacle más preciosa, casi dan ganas de sucumbir con el imperio. Cosas del cine de antes.
Después, con el paso de los años empiezas a sospechar que las cosas nunca son así de simples, que todo va en cadena. Se empieza por nada y acaba el asunto con el armagedón planetario, tan solo es cuestión de ir aplicando aquello de “total por un poquito más no se notará”, todos lo hemos hecho. Y si por una de aquellas se te ocurre volver a ver qué pasó con los romanos igual va y descubres que el problema venía ya de bastantes siglos atrás y que tenía que ver con la corrupción, los vividores, la ausencia de algo que se pareciese a la decencia por parte de los gobernantes y con un bostezo generalizado de toda Roma que no parecía muy preocupada por ello y hasta sonreía al ver a Giorgia Meloni en Marbella escupir en favor de Olona un discurso estilo Mussolini que sería innovador allá por el siglo XVI como mucho – si quieres verlo pincha aquí, a mi me da miedo-.
Al final te haces tu propia idea y concluyes que el Imperio Romano cayó por pura desgana y desidia (que murió de asco, vamos). Y no fue cosa solo de los mandamases sino, sobre todo, por dejadez de los gobernados que no se preocuparon por nada. Los buenos señores, los más pudientes (los que podían hacer algo más que no fuese sobrevivir), puede que se entregaran a la buena vida y la juerga porque que pensaron que las cosas ya estaban hechas y no hacía falta mantenerlas. Habían conseguido unos derechos y pensaban que sería para siempre, que no les podrían devolver al Pleistoceno hasta la educación de sus hijos, los políticos se presentaban a elecciones sin preparaselas, sin llegar a pensar que siendo de izquierdas no se puede dejar caer que el juego está entre la derecha y la masderechatodavía. Parece que ni se molestan en aprender de lo ocurrido en Francia, siguen el mismo camino de la perdición. No se si ese cuento te irá sonando de algo pero ya te digo yo que con unas elecciones en Andalucía de fondo, parece que la música suena así, a la lejanía. Puede que en el fondo no seamos tan distintos de los romanos. Bueno, aquí no tiramos gente a los leones (todavía) aunque lo de machacar a la gente a base de troleo lo llevamos bien.
Digo que igual no somos tan distintos porque consentimos lo intolerable incluso lo normalizamos. ¿Qué no? Pues ya me contarás de un Rey con las manos sueltas, o algo sobre desvios de fondos y comisiones en mitad de pandemias mundiales, solo por dar algún ejemplo tonto. Al final todo se reduce a una extraña tolerancia a la corruptela que lo va contaminando todo porque «nunca pasa nada»
Ahí empezó la decadencia, en la desidia que te hace preferir un día de playa a acercarse a intentar parar el saqueo, simplemente votando. Si ni siquiera nos planteamos hacer le menor esfuerzo no podremos después quejarnos. Si nos quedamos sin mover un dedo al final llegarán los Vándalos y solo podrás recibirlos con aplausos.