En este triste país nuestro, en el que no puedes planificar tu vida porque te cambian las reglas del juego a mitad de la partida, ahora toca que los políticos del Ministerio de Economía y Competitividad se pongan a hacer una ley que desregule los trabajos de los profesionales; trabajos que, naturalmente, ellos ni entienden ni quieren entender porque no les importa.
Todo este sinsentido se hace en aras de la "competitividad", mágica palabra que significa que trabajemos lo más gratis posible, e incluso poniendo dinero, como en esa empresa en que ya te cobran por acceder a una entrevista de trabajo.
Qué asco de país y qué asco de mundo al que estamos abocados.
En lo que respecta a la profesión de la arquitectura, el borrador de la Ley de Servicios Profesionales pretende que todos los ingenieros, independientemente de su especialidad, puedan hacer cualquier tipo de edificios, y se dediquen así a ejercer, de la noche a la mañana y sin preparación específica para ello, lo que hasta ahora era la profesión de los arquitectos.
El falaz argumento del borrador es que si un ingeniero sabe hacer un tipo de edificios por qué no va a saber hacerlos todos. Lo primero que tendríamos que discutir es qué tipo de edificios saben hacer los ingenieros, y lo segundo, en qué consiste la profesión de arquitectos y en el por qué de tantas horas de corrección de croquis, si al final resulta que no servían para nada.
Da igual: A un ingeniero que sabía desarrollar y optimizar una explotación agropecuaria se le supuso, sólo por eso, que sabría proyectar las naves para los animales y para el almacenamiento de productos; y ahora se le supone, por lo tanto, que sabe hacer una biblioteca y una iglesia.
El caso es que los ingenieros, que se supone que salen beneficiados de esta "edificación para todos", en realidad también salen perjudicados. En aras de la competitividad caemos todos: desde los farmacéuticos hasta los aparejadores. Porque las farmacias ya van a ser una sección en los Mercadonas, Carrefures y Corteingleses, y los farmacéuticos serán unos curritos a sueldo (¡y qué sueldo!) de esos monstruos. Lo veremos, y muy pronto.
Y los ingenieros, que tienen trabajos estupendos, dignísmos y apasionantes, y que nunca han pretendido hacer casas porque si lo hubieran querido habrían estudiado arquitectura, se ven involucrados en esta disolución turbia y vil de las profesiones, en este liberalismo torpe que confunde la sana competencia con la competitividad, y ésta con la esclavitud y con la prostitución más rastrera y vil. También lo veremos muy pronto. Ya lo estamos viendo; pero la actual bajada generalizada de pantalones no es nada para lo que viene.
Los ingenieros son damnificados por esta ley como lo somos los arquitectos; como lo será, en definitiva, toda la sociedad. Y ellos lo saben, y están preocupados.
No obstante, algunos colegios están pletóricos. Deben de pensar que les ha tocado la lotería o algo así.
El Ilustre Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Galicia ha lanzado el otro día un comunicado que, siendo triunfalista, se me antoja tristísimo. Destaco especialmente este párrafo funesto y torpísimo:
Con la actual LOE, los ingenieros industriales no podrían diseñar un hospital, ya que se trata de un edificio con uso sanitario y está reservado a arquitectos. Sin embargo los ingenieros industriales sí pueden intervenir en la estructura del hospital, vías de evacuación, instalaciones de protección contra incendios y por supuesto en todas las instalaciones de alta y baja tensión, climatización, quirófanos, equipos radiológicos, etc. Parece absurdo que puedan hacer todo el hospital menos "la caja" del mismo.
¿La caja? ¿La caja? ¿La caja? ¡Ay, gañán: La caja!
Me dejan sin palabras. ¿Qué podríamos decir? ¡La caja!
Hijos míos, qué concepto. Qué finura. Tenéis la sensibilidad ahí mismo. Por las mismas podríais haber dicho que si los ingenieros industriales pueden hacer ahora cosas de esas que tienen tejado, también podrán hacer cosas de esas donde duerme la gente.
Es igual que si yo dijera que ya que los arquitectos podemos hacer todo el edificio (por cierto, que no necesitamos ayuda de los ingenieros industriales para el cálculo de la estructura), también podemos proyectar los chirimbolos.
No me meto con los ingenieros, que suelen ser gente inteligente y sensata y que creo yo que sentirán vergüenza ajena por esa manifestación de su colegio. Los ingenieros hacen perfectamente su trabajo. Y me imagino que ante la oportunidad de hacer "la caja" reaccionarán más o menos con el mismo estupor que yo ante la de hacer un piano.
Pero el trabajo está muy mal para todo el mundo, y los ingenieros son gente muy lista y preparada, y muy capaces de aprender rápido lo que sea, y seguro que si les ofrecen ese encargo (y se lo pagan razonablemente bien) encontrarán la manera de hacerlo. (Como yo el piano).
Pero no es eso.
La primera parte del atropello ya está realizada a la perfección: Por arte de birlibirloque se regalan atribuciones profesionales a unos para que entren impunemente en lo que hasta ahora era la profesión de otros. Estos otros, que ya eran demasiados para el trabajo disponible, se ven de pronto "invadidos".
Naturalmente, en el fragor de la batalla, los invasores son los vencedores, y los invadidos las víctimas.
Pero esto ha sido sólo la primera parte de la jugada, que ha producido el efecto deseado.
Hemos equivocado el diagnóstico. Esto no es una invasión: Es una lucha de gladiadores.
Los gladiadores eran todos esclavos, y el vencedor de un combate, que en principio había quedado en una posición objetivamente mucho mejor que el perdedor (por el pequeño detalle de que él seguía vivo mientras que el otro había muerto), volvía a ser atado y recluído en su calabozo de la ergástula, esperando el nuevo combate en el que tenía que volver a ganar para mantener la vida.
Es fácil pensar que al cabo de n combates apenas quedaba algún gladiador vivo.
También es justo decir que los que conseguían superar una larga carrera sin morir, enlazando victoria tras victoria, eran aclamados por el público, que los adoraba, y, una vez alcanzada la edad que les impedía seguir peleando, recibían la libertad y se retiraban ricos a vivir plácidamente lo que les quedara de vida.
Yo creo eso: que los ingenieros no son los invasores que nos van a echar de nuestro trabajo, sino que van a compartir esclavitud con nosotros. Lucharemos los unos contra los otros con uñas y dientes para mayor gozo del personal, para mayor cachondeo y escarnio. No nos atreveremos a ser como Espartaco, no. No se nos ocurrirá unirnos unos y otros para asaltar el palco y llevarnos por delante a los patricios y a toda esa repugnante caterva que se ríe de nosotros. No. Nos pelearemos con la necesidad de ganar, de matar y no ser matado, de arañar, morder y pisotear.
Lo creo de verdad, y estoy muy desanimado. Creo que mientras unos nos angustiamos y otros sacan comunicados triunfalistas, los que mandan se felicitan por haber dado un paso más en la desestructuración social, en la des-regulación, en el sin-sentido y en la liberalización (curioso concepto que, viniendo del campo semántico de la "libertad", nos hace esclavos a todos).
Arquitectos trilingües con más de cinco años de experiencia, que calculen estructuras, manejen y cotejen presupuestos, dirijan obras en Francia, a donde han de viajar dos veces al mes, etc, etc, y todo ello por un sueldo neto de 800 a 900 euros al mes: Nuestros enemigos no son los ingenieros. Para nada.
Ingenieros y arquitectos somos gallos en un reñidero legal (si, esta lucha a muerte sí es legal, y viene auspiciada por el Gobierno de España). Somos perros de pelea, carne de cañón. Por cada combate que ganemos saldremos con nuevas heridas y mutilaciones. Por cada oreja que arranquemos perderemos nuestra propia sangre.
Y al fin, ahí, esperándonos, está la caja para todos.