El Ayuntamiento de Madrid, con los votos de la oposición y la abstención de los populares, decide poner el nombre de Santiago Carrillo a una calle de la ciudad.
He leído diferetnes comentarios sobre el tema, desde que se va a desvalorizar el terreno, hasta que se pongan nombres como Stalin, Hitler o similares, a otras vías urbanas de la capital, algo que, por otro lado, tampoco sería carente de sentido.
Nadie cuestiona la relevancia histórica de Hitler, un asunto bien diferente es la naturaleza de su catadura moral, popularmente conocida. El Cid Campeador, que tiene una estatua ecuestre en Burgos, fue un mercenario medieval que vendió su espada a moros y cristianos, pero el tiempo ha venido diluyendo la historia y alimentando poco a poco la leyenda, de modo que tampoco veo necesidad de retirar al jinete y dejar solo a su corcel. En Lweganés tienen una efigie del Che Guevara, que está más próximo cronológicamente y que fue responsable de la muerte de familiares de ciudadanos que hoy viven en este país. Acertadamente se fueron retirando los nombres de Generalísimo o de Francisco Franco, de plazas y calles, pretender ahora imponer la figura de un asesino del modo en que lo ha hecho el PSOE madrileño, suena más a revanchismo pueril que a la intención, más o menos loable, de defender al político fallecido. La sombra de Paracuellos es alargada hasta para el espíritu de D. Santiago que podría tener su calle perpendicular o paralela a la de algunas de sus víctimas. Sobran los comentarios.