"Cuando cesó de reír me puso una mano en la rodilla y dijo, sonriendo tan sólo: "¿Qué has hecho en la vida?" Estuve a punto de decirle que me la había pasado buscando cosas perdidas y enterrando enamoramientos".Ay, Cecilia, lo que se pierde no vuelve y lo que se entierra es que está muerto. Y Cecilia no sabe lo que busca porque no sabe lo que ha perdido y, en su virtud de enamoradiza, parece incapaz de amar. A veces pienso que Cecilia no sabe ni por qué vive ni, lo que es más triste, para qué vive.
"Tenía que vivir hasta la muerte. Una vida son muchos días."A Cecilia la abandonaron con escasos meses una madrugada frente a la verja del jardín de una casa en la calle de las Camelias (para mí Barcelona ya será siempre la ciudad de las flores, los jardines y los tilos; una ciudad triste, también, como triste es Cecilia). La encontró el sereno, y los señores de la casa, sin hijos y cautivados por la risa de la beba, decidieron quedársela. Tan sólo traía una seña, prendida del babero a modo de papelito con su nombre: Cecilia Ce, con el último Ce escrito con prisa e interrumpido. Y así le pusieron, pues: Cecilia Ce.
Cecilia pasa sus primeros años escuchando conjeturas de las vecinas sobre quiénes serán sus padres, especialmente su padre. La primera vez que sale sola de casa va en su busca. Lo ha visto en una lluvia de estrellas que caía del techo. Cecilia busca su estrella y vuelve a casa, con fiebre y delirio, pero se volverá a escapar. Da muestras de ser una niña especial, descubre un mundo nuevo cada vez que traspasa los muros de ese hogar de adopción y su talante enamoradizo comienza a despuntar. Y quiere ser como su prima María-Cinta, que lleva un colgante con una cruz de brillantes al cuello y a la que acompaña un señor elegante; y quiere ir al Liceo a ver a los músicos sin que la gente la empuje y la deje atrás. Cecilia es enamoradiza, recordemos, y un día se escapa y ya no vuelve más.
Parece querer comerse el mundo y estar llena de ansias de libertad, pero esa libertad ambicionada termina por ahogarla y engullirla. Se queda sola y sentimos su soledad, nos cala hasta los huesos. Creo que Cecilia se ha sentido y se sentirá siempre sola. Porque eso es Cecilia: soledad y tristeza, y recuerdos que atesora, y anhelos que roza y se van.
""Estoy seguro -dijo- de que le gustará; en fin, de que se gustarán." Y que él se pondría muy contento de conocer a una chica con los ojos tristes. "Sólo hay que abrir la mano y ponerla de modo que le tape la parte inferior de la cara. La boca se ríe y los ojos no." Y todavía me dijo que yo me reía sin saber de qué, como si sólo lo hiciese para los demás."
Looking at the sunset from Tuileries
Garden. Fotografía de Carlos ZGZ
Hombres de los que se enamora y que se enamoran de ella, hombres que no le han importado nada. Otros a los que ha llevado hasta la locura, algunos que casi la hacen enloquecer. Escenas bellas, cual poesía, y un capítulo final tan triste como hermoso. Episodios claustrofóbicos, dignos de una película de Hitchcock. Y siempre lo que ha tenido al alcance y nunca ha llegado a atrapar.
A Cecilia tampoco la alcanzo, es compleja. Es hermosa, su mirada enamoradiza y nostálgica, bella, vulnerable, pero tiene una zona oscura. Hay una parte suya a la que no llego, cuando creo que la tengo asida, se me escapa de entre los dedos. Y pienso que hay una evolución (o tal vez involución) en ella, no lo sé. La conocemos de niña, la despedimos de mujer. Veo su cambio en su cuello desnudo y en las diferentes joyas que lo adornan con el paso de los años; lo advierte ella misma en dos momentos de su vida desnuda frente al espejo: la mujer incipiente, la que empieza a decaer.
Tal vez quien no sabe de dónde viene difícilmente puede vislumbrar hacia dónde va. O tal vez, inevitablemente, siempre hubo algo revelador ahí, dentro de Cecilia. Releo fragmentos guardados para escribir esta reseña y me sorprende el significado que cobran ahora que he llegado al final de esta historia. Rodoreda es grande, su mirada inmensa y chiquita, sus novelas hermosas y los detalles de las mismas se entrelazan tejiendo el tapiz sobre el que se asientan sus historias. Sin duda, una relectura remataría los cabos de esos detalles y arrojarían más luz sobre Cecilia. Mientras tanto, mi mente vuela cual colometa y sigue pensando en Natalia. Regresará en algún momento a Cecilia Ce, lo sé, y a su luz de luna robada de soles incendiarios por los que se dejó quemar y devorar.
"...y por eso le dije que, a veces, pensaba qué harían el sol y la luna cuando eran pequeños. Que el sol era una bola podrida que, al irse, dejaba manchada toda la noche. Y que la luna estaba carcomida, llena de gusanos en sus muchos agujeros, como los muertos dentro de los nichos. Roída como un queso y ardiente de desesperación, que se moría sin darse cuenta, como nuestro cerebro. Muerta por montañas de gusanos de todas las especies que le dejarían ni una cuarta de blancura. Y cuando los gusanos fueran los dueños, todo caería, y sobre la tierra se iría formando una costra de personas y de criaturas muertas, aplastadas. Espesa. Y no sabía cómo sacarme las palabras de la boca porque entonces volvimos a mirarnos de aquel modo y sólo pude decir que cuando el sol y la luna cayesen la tierra iría volando."
Crystal Heart. Fotografía de Zartla
Esta reseña forma parte de una lectura conjunta organizada por Lourdes Ilgr en su blog El despertar de un libro para conmemorar los 50 años transcurridos desde la primera publicación de esta novela y los mismos desde el fallecimiento de Caterina Albert i Paradís con la lectura de su novela Soledad cuya reseña podéis leer aquí. Un placer también participar en las tetulias sobre las mismas organizadas en el grupo de facebook Los libros de Carmen y amig@s.
Ficha del libro:
Título: La calle de las Camelias
Autora: Mercè Rodoreda
Editorial: Edhasa
Año de publicación: 2000
Nº de páginas: 274
ISBN: 9788435016520